Page 83 - RC_1968_12_N99

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la las mulas. Las provIsIOnes del padre eran abun– dantes para mí, y el mozuelo sordo mudo cortó unas costillas del costado de buey, y. preparó la cena para él y para el arriero.

Mientras c.enábamos oímos unos lamentos que sa– lían de la casa frente a la cual estaba agrupada la multitud. Después de anochecer me encaminé hacia allí, y encontré que se lamentaban sobre un difunto En el interior estaban varias mujeres; una se letorcía las manos, y las primeras palabras que distinguí fueM ron: "Oh, nuestro Señor de Esquipulas, ¿por qué te lo llevastes?" Ella fue interru-mpida por las pisa– das de cascos de caballo, y penetró un hombre, cuyas facciones en la obscuridad no pude ver, pero quien, sin apearse, con ronca voz dijo que el cura pedía seis dólares por' el entierro del cadáver. Uno de los del concurso exclamó: "¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüen~

za!" y otros dijeron que ellos lo enterrarían en el campo. El jinete, con la misma ronca voz, dijo que era igual que lo sepultasen en el camino, en la monta– ña, o en el río, que al padre se le debían pagar sus de~

rechos. Hubo una gran gl'itería; pero la viuda, en tono lloroso, declaró que ese dinero debía de pagarse, y en seguida renovó sus exclamaciones: "Mi única ayuda, mi consuelo, mi cabeza, mi corazón; vos que eras tan fuerte, que podías levantar un zurrón de añil": "dijiste que irías a comprar ganado"; "yo dije, si; traéme buenos géneros y alhajas". Las palabras, y el -penetrante tono de ~gustia, me trajeron a la me– moria una escena similar que había contemplado una vez en las márgenes del Nilo. Por invitación de uno de los amigos entré a la casa. El cadáver yacía en el suelo, con un vestido blanco de algodón extendido des_ de el cuello hasta los pies. Era de un joven, de no más de veintidós años, con el bigote apenas apuntan– do sobre su labio superior, alto" y no más que un mes antes tan vigoroso que podía "levantar un zurrón de

añil". Había salido de su hogar para comprar gana– do, regresó con fiebre y al cabo de una semana murió Tenía una venda atada bajo la barba para sostenerle la quijada; sus delgadas muñecas las tenía segurds través del pecho; y sus cónicos dedos sostenian un pe– queño crucifijo hecho de dobladores cosidos con agu– ja. A cada lado de su cabeza había una vela encendi– da, y las hormigas, que abundaban en el suelo, bu_ llían sobre sU rostro. La viuda no reparó en mí, pero la madre y dos hermanas jóvenes me preguntaron si no tenía remedios: si no podría yo curarlo, si lo ha– bría podido curar en c,aso de haberlo visto antes. Me despedí de la acongojada familia y me retilé El hombre que me había invitado a entrar me encon– tró en la puerta, y me dio un asiento entre los ami– gos. Inquirió con respecto a mi país, dónde quedaba, y si las costumbres eran como las de ellos; y muy pronto, a no ser por los lamentos de la viuda, mu– chos habrían olvidado que B. pocas yardas de ellos ya– cía un amigo muerto.

Me quedé con ellos una hala y después regresé a mi choza. El corredor estaba repleto de cerdos; el ÍlL

terior era un perfecto chiquero, lleno de pulgas y de niños; y la mujer, con un cigarro en la boca, y la más áspera voz que jamás oí, todavía trajo niño tras niño, y los amontonó en el suelo. Mis criados estaban ya dormidos afuera; y pidiendo prestado un cuero de buey, sin curtir, lo extendí sobre el piso en el extre– mo del a casa; sobre él coloqué mi pellón y sobre éste me tumbé yo. ¡La noche antes había yo dormido ba~

jo un mosquitero! ¡Oh, padre de San Jacinto, que un hombre de mi "rango y mi carácter" hubiese llegado a tal extremo! La mujer estaba falta de sueño; una docena de veces salió a fumar un cigarro o a echar fuera a los puercos; y su desagradable voz, y los ala– ridos en la casa del duelo, me hicieron regocijarme cuando los gallos cantaron por la mañana.

CAPITULO 9

CHfMALAPA. - EL CABILDO. - UNA ESCENA DE BORRACHERA. - GUSTATOYA. - PERSECU– CION DE LADRONES. - APROXIMACION A GU.ATEMALA. - HERMOSO PAISAJE. - VOLCANES DE AGUA Y DE FUEGO. - PRIMERA VISTA DE lJA CIUlDAD. - ENTRADA A LA CIUDAD. - PRIME. RAS IMPRESIONES. - LA RESIDENCIA DIPLOMATICA. - LOS PARTIDOS EN CENTRO AMERICA. – ASESINATO DEL VICE.PRESIDENTE FLORES. - SITUACION POLITICA DE GUATEMALA .- UNA SITUACION EMBARAZOSA. - LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE. - POLICIA MILITAR.

Al romper el alba me bañé en el Motagua. Mien– tras tanto el muchacho sOI'do-mudo preparaba el cho– colate y el cadáver del joven era conducido a su últi– ma m~rada. Pasé a la desolada casa, me despedí de los dolientes y reanudé mi viaje. Otra vez teníamos a nuestra derecha el Río l\!Iotagua y las montañas de Vera-Paz. El camino era plano; hacía excesivo ca~

101' y sufrimos Dor la sed. A medio día paramos dos

ho~as en la aldea de F'isioli. Ya avanzada la tarde lle– gamos a una meseta cubierta de árboles con flores, que parecían manzanoS en flor, y cactus o tunos, con ramas de tres a quince pies de largo. Yo iba adelan– te; y habiendo estado en la silla todo el día, y que– riendo aliviar a mi mula, desmonté y seguí a pie. Un hombre de a caballo me alcanzó y me conmovió dicién– dome que mi mula estaba cansada. La mula, no te_ niendo costumbre de ser conducida, tiraba hacia atrás, y mi nuevo conocido la seguía azotándola; y recordan– la fábula, y que yo no podría complacerlos a todos, monté, y nos dirigimos iuntos a Chimalapa

Era un largo y descaminado pueblo, con una igle– sia grande, pero allí no habia cura, y me fuí al cabil– do. Este, además de ser la casa del pueblo, es una es~

pecie de caravanera o lugar de parada para los via~

jeros, siendo un remanente de las costumbres orienta_ les todavía existentes en España, e introducidas en sus

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antiguas posesiones americanas. Era un amplio edi– ficio, situado en la plaz'a, repellado y blanqueado. En un extremo el alcalde estaba presidiendo una especie de corte, y en el otro se veían las rejas de una pri– sión. En medio de ellos quedapa una pieza como de

tr~inta pie~ por veinte, con paredes desnudas, y desti– tUIda de SIlla, banca o mesa. Fue entrado el equipa~

je, se suspendió la hamaca, y el aloalde me envió mi cena. Oyendo el sonido de un tambor y un violín me encaminé a la casa de donde salía, la cual estab~

repleta de hombres y mujeres fumando, repantigados en hamacas, bailando y bebiendo aguardiente, en ce– lebración de un casamiento. La noche anterior había yo presenciado una escena de difunto. Esta el a

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exhibición de asquerosa borrachera, y el principal va_ lentón estaba dispuesto a armar pendencia conmigo viendo lo cual, prudentemente regresé al cabildo, cerré la puerta y recurrí a mi hamaca.

Salimos de madrugada. Dejando el pueblo, por al– guna distancia a cada lado había un vallado hecho de barras colocadas sobre horquillas de cuatro pies de al– tura, y lleno con grandes pedazos de tunos El camino era lo mismo que el que habíamos tenido el día ante– rior, plano y abundante en cactus. De nuevo había un calor desesperante, y por la tarde divisamos al pie de una elevada montaña un bosquecillo de cocoteros,

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