Page 84 - RC_1968_12_N99

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resplandeciente a los rayos del sol como láminas de plata, y ocultando al pueblo de Gustatoya. A las cua–

tro de la tarde entramos a la población, hermosamen–

te situada, mirando hacia lln valle detrás de Un cua.. dro ondulante de maíz, y nos dirigimos a la casa de un hermano de doña Bartola, nuestra pasadora de

Gualán, a quien yo iba recomendado por ella.

Tuvimos una excelente cena de huevos, frijoles,

chocolate y tortillas, y estaba yo tendido en mi hama–

ca con las botas quitadas cuando entró el alcalde con una espada bajo el brazo, seguido por mi posadero y varias otras personas, y me refirió que una partida de ladrones había salido en mi seguimiento; que él ya te–

nía hambres sobre la pista, y que deseaba que le pres–

talla mis armas y mis criados. A los segundos yo te– nía suficiente voluntad de prestarlos, porque sabía que ellos hallarían su camíno para volver; pero las pri– meras, pensé yo, estarían más seguras bajo mi propia vista. Encontrándome en el camino real, lo conside~

raba tan seguro que ese élía había yo quitado las cáp– sulas a mis pistolas y escopeta, pero, poniéndome las botas, cargando y distribuyendo mis armas sobrantes, salimos afuera. El arriero no quería ir, pero el mu– chacho sordo-mudo, con una cara de fuego, desenvainó su machete y nos siguió.

Estaba sumamente obscuro, y a la primel'a sali– da de la luz yo no podía ver bien, pero tropezando se– guí a mis compañeros, quienes se movían velozmente y sin ruido a través de la plaza, y por todo el largo de la población. En los suburbios nos acercamos a una choza que estaba sola; con el frente hac;ia nos_ otros, cerrada, pero la luz de un fuego salía por los extremos; y aquí se suponía que esía9_an los tadron~s.

ignorantes de la persecución o la sospecha. !?e.;;p!les

de una breve consulta, se convino. en que se dIVIdIese el grupo y que una mitad penetrara por cada exhe– mo; quedando a cargo del alcalde el dispa~ay a los malvados antes que dejarlos escapar,. Deshzandoll.os furtivamente hacia la choza, nos arroJamos a un mlS– mo tiempo desde los opuestos lados, y capturamos ,3

una vieja mujer, que sentada en el su;e;lo estaba atl– zando el fuego. Ella no se sorpre~?lO por nue~t.ra

visita; y, con una satírioa risa nos dIJO qU,e los paJa~

1'OS ya habían volado. En eSe 1ll0~ento ?lffiOS el es– tallido de un mosquete, que fue, reconocl~o como la señal de los hombres que se hablan es~aclOnado para espiarlos. Todos nos precipitamos )'lacia afuera; otro estallido nos hizo apresurar~os mas, y ~uy pronto llegamos al pie de la montana. Cuando lbamos su_ biendo dijo el alcalde que él veía a un hombre tre– pando con las manos y los pies por la falda dEE: la mol1– taza, y, arrebatando. mi escop~ta d~ dos. canones, le disparó tan frescamente como SI hublera. ~ldo una cha– cha' todos se dispersaron en su persecuclOn, y yo que– dé ~bandonado con Agustín y el muchacho sordo-

mudo. . . d t'

Avanzando, pero no muy de pnsa, Y mll'a~.o a ras ocasionalmente las lejanas luces de la poblaclOll, con una desconocida montaña frente .a m} y ';lna o~~cura

noche, comencé a pensar que para mI sena 8uflclente el defenderme cuando me atacaran; y, aunque el asun.. tó había ido adelante por mi cuenta, e~'a una locura para el pasar la noche ayudan~o a libra~ a }a po– blación de sus ladrones. En segUIda reflexlOne q~e,

si a los caballeros a quienes pei'seguíamos se l~s me~le­

1'a en la cabeza volverse atrás, mi gorra y mI vestldo blanco me harían más visible y podría ser peligroso el encontrarlos en este lugar; y, con objeto de ganar tiem– po para consíderar lo que me convendría hacer mejor, regresé a la población y aún no había acabado ,de re– solver definitivamente mis ideas cuando llegue a la

plaza.

h.quí me detuve, y a los pocos minutos pasó un hombre quien me dijo que él había encontrado a dos de los ladrones eh el camino real, y que le habían contado que me ag¡;u'rarían.por la mañana. Se les ha~

bía metido entre ceja y ceja que yo era un ayudante

so

de Carrera, de regreso de Belize con una gran canti– dad de dinero para pagar a las tropas. Como a la ho– ra regresó el alcalde con sus agregados. Yo no tenía la idea de ser robado por equivocación; y sabiendo la facílidad con que los ladrones podían ir adelante y dis– pararme desde lejos, pedí al alcalde que me proporcio– nara dos hombres para que fueran adelante y estu– viesen alertas; pero yo estaba verdaderamente fastL diado del país y de la excitación de sus despreciables alarmas.

La luz del día disipó la tristeza que la noche ha– bía arrojado sobre mi buen humor, Saliendo de Gus– tatoya, por alguna distancia caminé a través de Un te– rreno cultivado donde los campos estaban divididos por vallados. Muy' pronto olvidé' todo temor de los ladrones, y, aburrido por el lento' paso de las mul s de carga) me adelanté, dejándolas muy atrás. A las once del día entré en un barranco tan agreste que creí que ese no podía ser el camino real para Guatemala; allí no Se veía ningún rastro de mula; Y, regresando, tomé otra ruta) cuyo re!>ultado fue que perdí ~i. cami· no y anduve todo el dIa solo. No pude adqU11'lr ela– Tas noticias de Agustín y del arriero, sino que seguí caminando en la creencia que ellos iban adelante de mí. Prosiguiendo rápidamente, al anochecer llegué ~

una hacienda hacia un lado del camino, en la que fm cordialmente recibido por el dueño, que era un mulato,

y, para mi gran sorpresa, supe,que ya h~bía yo avan.. zada una larga jornada de un dla de camIno para Gua– temala. - ~l me puso ansioso, sin embargo, con respec– to a la seguridad de mi equipaje; peto por aquella no– che yo no podía" hacer nada. Me te.ndí a lo largo fr 7 u– te a un gran escapara,te con. u~~ lmagen de la V~r­

gen, el "santo tutelar de la famIlia, Como a las dl~Z

de la noche luí despertado p()r la' llegada de Agush~

y del a;rriero. Fuera de sus temores con respecto a mI, ellos habían tenido sus propias dificultades; dos de las mulas se cansaron, y tuvieron necesidad de parar para que descansaran, Y para apacentadas, . A la mañana siguiente, muy temprano, dejando el equipaje al arriero (lo. que, dicho sea ~e paso, era una imprudencia en ese tlempo), y Camblandome el ves~

tido, seguimos el viaje con Agustín. Muy pr<:nto co– ,menzamos a ascender por una abrupta montana, muy escarpada, dominando a ca~a pa~o .una vista agre~te y

magnífica¡ y al llegar a la CIma dIVIsamoS a ~!an dIstan cia abajo de nosotros en el fondo de un anfIteatro de montañas el pueblo de El Puente, cuyos campos ahe– dedór era~ blancosy muy iransítados por patachos de mulas. (Descendimos al pueblo y atravesamos el puen– te construido sobre arcos de piedra, en un barranco p¿r donde pasa una espurnante catarata. En este lu~

gar nos encontramos completamente rodeados de mOIL

tañas agrestes hasta lo sublime, recordándome algu– noS de los más bellos paisajes de Suiza. Al otro lado del puente principiamos el ascenso de ?t~a montaña. El camino era ondulado; y, al estar a suÍlclente altura, la vista del pueblo y del puente allá a lo lejos era ex– cesivamente bella, Descendiendo a. corta distancia, pasamos por una pequeña aldea de chozas, situada en el filo de la montaña, dominando, por ambos lados la

vista de un extenso valle a cuatro o cinco mil pies ha– cia abajo. Siguiendo esta hermosa serranía descen– dimos a una meseta de tierra fértil, y divisamos la puerta de un campo que se me figuró el paisaje de un parque en Inglaterra ondulante, y adornado con árbo~

les. En medio está ,situada la hacienda de San José, edificio de piedra, largo y no muy alto, con corredor al frente; era uno de aquellos lugares que, cuando me_ nos se espera) ,tocan una fibra sensible, evocando gra– tos recuerdos y llaciendo que el viajero se sienta como si pudiera permanecer allí para siempre, y paTa nos– otros particularmente grato puesto que aún no nos ha~

bíamos desayunado.

Esta era un hacienda de ganado, en la que había: centenares de cabezas; pero todo lo qUe pudieron dar~

nos de comer fueron huevos, tortillas y frijoles coci-

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