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« Previous Page Table of Contents Next Page »dos en agua caliente; estos se parecían mucho a una cesta de astillas frescas. Pasado esto hicimos TIues.
iro último arranque para Guatemala. El camino nos condujo sobre una meseta de terreno fél til Y cubierto de verdura como UR prado europeo, adornado con ár– boles y con todas las características peculi81men1e in– glesas; los arrieros que hacían salido de al ciudad a
media noche, y que ya habían terminado su tarea dia– ria, estaban descansando bajo la sombra de los árbo– les, con sus aparejos y cargas apilados como muros, y
sus mulas pastando en las innle:diaciones. A lo largo de la llanura había una hilera de chozas, y si estu– viera adOlnada en veZ! de deformada por la mano del hombre, esta sería una regi6n de poética belleza. 111–
dios, hombres y mujeres con cargas sobre las espal– das, cada grupo con un manojo de cohetes, legresaban de "la capital" como ellos orgullosamente la llamaban, con rumbo a sus pueblos entre las mont~ñas. Todos ellos nos dijeron que dos días an'Íes Carrera había e1L trado de nuevo con sus soldados a la ciudad
Cuando nos encontrábamos sólo a dos leguas de distancia, el caballo de Agustín se dio por vencido. Yo estaba ansioso de, ver la ciudad antes. de que obscu– reciera y me adelanté. Ya eIa avanzada la tarde cuandd <JI subir por una pequeña eminencia, dos in– mensos' volcanes se levantm'on ante mi, aparentando desdeñar la lieua y elevarse hasta los cielos, Eran los grandes volcanes de Agua y de Fuego, a .cuare.t;-ta millas de distancia, y de quince mil pies de elavaclOn, más o menos, maravillosamente esplén~idos y heTmo– sos. A los pocos momentos tuve a la VIsta el gran va_ lle de Guatemala
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rodeado de montañas, y en el cen– tro de éste, la ciudad como un pequeño punto. en la vasta extensión, con sus iglesias, conventos y nume– rosas torrecillas cúpulas y (ampanarios, tranquila co– mo si el espíritu de paz descansara sobre ella. Sin históricas asociaciones, sino por su singular belleza, dejaba una impresión en la mente del viajero que nun– ca se podrá borrar. Desmonté de mi mula y la ama– rré. Todavía los últimos rayos de sol alumbraban los techos y cúpulas de la ciudad dándole un reflejo tan deslumbrante que apenas podía verla .úuriivamente. Por gl'a.dos el disco del sol fue descendiendo hasta la cima del volcán de Agua y poco a poco todo el globo hundióse tras de él, iluminando el fondo con una at,;. mósfera intensamente roja Una dorada nube envol– vió su falda, descansó en la cúspide y, mientras yo la contemplaba, los dorados matices desaparecieron y la gloriosa escena terminó.
Agustín venía caminando con su pobre caballo cojeando atrás de él~ y con una pistola en la mano
Le contaron por el camino que los soldados de Carrera . eran muy desenfrenados, y que abundaban los ladlo– nes por los arrabales de la ciudad, y ve.nia decidido a disparar sobre cualquierd. que le hiciese alguna pre– gunta. Hice que guardata sus pistobs, y montamos nuestras bestias Todavía un inmenso barranco nos separaba de la ciudad. Ya estaba muy obscuro cuan– do llegamos al fondo, faltando poco para ser airope– lIados por un patacho de mulas con carga que venian por el camino. Cuando llegamos a la cumbre del lado opuesto, entramos 1301' la puerta exterior, todavía a una distancia de milla y media de Guatemala. Aden_ tro había chozas miserables, con grandes fogatas al frente, rodeadas por grupos de indios borrachos j' sol– dados vagabundos que disparaban al aire sus mosque– tes. Agustín me dijo que espoleáramos; pero su pobre caballo ya no podía más, y nos vimos en la necesidacl de andar al paso. Todavía no sabíamos a dónde iría– mos a parar; no había hottl en Guatemala ¿Para qué sirve un hotel en Guatemala? ¿Quién irá nunca a Guatemala? tal era la respuesta de un caballero de aquel lugar a mis preguntas al respecto Tenía yo varias cartas de recomendación, una de ellas para MI'.
Hall, vice-cónsul inglés; y por fortuna resolví acoger– me a su hospitalidad.
Escogimos a un indio andrajoso, quien tomó a su
c,argo el conducirnos a la casa de MI'. Hall, y guiados por él entramos en la ciudad por una recta y larga calle. Mi campesina mula parecía atónita a la vista de tantísimas casas, y no queríu'atravesar los desagües que eran anchos y en mitad de las calles. Al obligarla a pasar, dio un salto que, después de tan fatigoso viaje, hizo que me sintiera orgulloso de ella; pero rompió las riendas, y me vi obligado a apearme y conducirla. La pobre bestia de Agustín ya no pudo más con él, de manera que él venía a pie, dando latigozos a mi mula,
y nuestro guia ayudándonos adelante y atrás. De este modo atravesamos las calles de Guatemala Quizás ningún diplomático entró iamás tan modestamente a una capital. Nuestro estúpido indio no sabía dónde vivía MI'. Hall; era difícil encontrar por la calle a quién preguntarle, y yo ya tenía una hora de estar jalando mi mula sobre los desagües de las calles y regañando al guía antes de dar con la casa. Al llegar toqué por algún tiempo sin recibir contestación; al fin un joven abüó la. cerradura de una ventana con balcón dicién_ dome que MI'. Hall no estaba en casa. Esto no me ha– ria retroceder. Le dije mi nombre, se retiró y a los pocos momentos se abrió la puerta principal, y el mis– mo MI'. Hall me recibió, indicándome que no había abierto más pronto porque los soldados se habían amo– tinado ese dia por falta de pago, y amenazaban con sa– quear la ciudad. Carrera ha.bía hecho esfuelZos para pacificados, y había pedido prestados cincuenia dó– lares a un comerciante francés, vecino de MI'. Hall, pe_ ro los habitantes se encontraban muy alarmados, y
cuando llamé a su puerta él esiaba temeroso de que los soldados hubieran dado principio a la ejecución de su amenaza. MI'. Hall h3bía quitado el asta de su bandera, porque la última vez que entraron los sol– dados, al verla enarbolada, hicieron fuego sobre ella, llamándola bandera de guerra. Ellos eran en su ma– yor parte indios de los pueblos, ignorantes e insolentes, y hacía pocos días que un centinela le había volado el sombrero porque no se lo quitó al pasar, por. cuyo motivo había pendiente una queja ante el gobIerno. Toda la ciudad se encontraba amedrentada Nadie se
aventuraba a salir por la noche, y MI'. Hall se mara– villaba de cómo había podido yo vagar por las calles sin ser molestado. Todo esto no era muy agradable, pero no podía quitarme la satisfacción de haber 11e.– gado a Guatemala. Por la pümera vez desde 11;1 m'1'1–
bo al país, tuve una buen~ cama y un par de sa1;>anas limpias. Ese día se cumphan dos meses desde mI em_ barque en Nueva York, y solamente uno que me en~
contraba en el país; pero me parecía por lo menos un año. . El lujo de mi descanso aquella noche todaVla per– manece en mis recuerdos, y la brisa matutina fue la más pura y vigorizante que jam~~ hubía respira <;lo;
Situada en las "Tierras iempladas en un valle a Clll–
Ca mil pies sobre el nivel del mar, el clima de Guate– mala es el de una perpetua primavera, y el aspecto general me recordaba el de las mejores ciudades .ita– lianas. Está edificada en bloques de tres a cuatroc\en. tos pies en cuadro, con calles paralelas que SE; cruz'an una a otra en ángulo recto. Las casas, constrUldas pa–
1 a resistiT la acción de los terremotos, son de- un solo piso, pero m~lY espaciosas, con graI?-des puertas y ven– tanas protegIdas por balcones de hIerro. En el centro de la ciudad se ostenta la Plaza,' un cuadro de cien~o
cincuenta yardas por lado, pavimentada con piedré\, y con columnatas en tres de sus costados; en uno de éstos se levanta el antiguo palacio de los virreyes y sala de la audiencia; en oh o se encuentra el cabildo y vaYios edificios de la ciudad; y en el te1cero la adua– na y el palacio de ci-devani marquesado de Aycinena; por último en el cuarto extremo está la catedral, her– moso edificio, del mejor estilo de arquitectura moder_ na, con el palacio arzobispal a un lado, y el colegio de infantes por el otro. En el centro hay una gran fuen– te de piedra, de imponente estructura, abastecida con agua procedente de las montañas como a dos leguas
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