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« Previous Page Table of Contents Next Page »de distancia; y el área es usada para mercado. Las iglesias y conventos corresponden a la hermosura de la plaza, y su suntuosidad y magnificencia atraerían la atención de los turistas en Italia o en la vieja Es– paña.
La fundación de la ciudad se verificó en 1776, año memorable en nuestros propios anales, y cuando nues– tros antepasados pensaban muy poco en las dificul– tades de sus vecinos. En aquella; época la antigua ca· pital, a veinticinco millas de distancia, arruinada y
destruida por los terremotos, fue abandonada por sus habitantes, quienes edificaron la presente en el fértil valle de Las Vacas, y en estilo apropiado a la digni– dad de una Capitanía General de España. Rara vez había sido yo más favorablemente impresionado con la primera apariencia de ninguna ciudad, y la única cosa que me mortificaba en las dos horas de vagar por las calles, era la vista de los soldados de Carrera, andrajosos y de insolente mirada; y mi primer pensa– miento fué, que en cualquier ciudad de Europa o de
los Estados Unidos, los ciudadanos, en vez de someter– se a la imposición de tales bárbaros, se habrían levan– tado en masa para arrojarlos fuera de sus puertas. En el CUlSO de la mañana tomé posesión de la ca– sa que había sido ocupada por Mr. De Witt, nuestro ex-Encargado de Negocios. Si yo había quedado con una favorable impresión del exterior de las casas, que_
dé encantado del interior. La entrada se hacía por una gran puerta doble, por un zaguán pavimentado con pequeñas piedras negras y blancas, .que conducía a un hermoso patio pavimentado de la misma manera.
A los lados, anchos corredores embaldozados con la– drillos rojos cuadrados, y ribeteados con an:Jates de flores. Enfrente, hacia la calle; y contigua a la en– trada, una antesala con ventana y gran balcón, e in– mediata a ella una sala con dos ventanas. En la parte más retirada una puerta abierta a un lado para entrar al comedor, con puerta y dos ventanas para el corredor. Al final del corredor otra puerta que con– duce a un dormitorio con puerta y una ventana, y en seguida otra habitación del mismo tamaño, todas con puertas y ventanas abiertas hacia el corredor. El edi– ficio y corredor seguían hasta el otro lado del sola!', en cuyo centro había habitaciones para la servidum_ bre y en las esquinas una cocina, y el establo, entera–
me~te ocultos a la vista, cada uno provisto con una fuente separada. Este es el plano de todas las casas
en Guatemala; hay otras mucho más grandes, por e– jemplo la de la familia Aycinena que ocupa una cua– dra de doscientos pies; pero en la mía se combinaban mejor la belleza y el confort que en ninguna otra resi– dencia que yo hubiera visto jamás.
A las dos de la tarde arribó mi equipaje y quedé más confortablemente instalado en mi nuevo domicí– lio. La sala estaba amueblada con una gran librería conteniendo estantes de libros empastados de amarillo, lo que me trajo dolorosas reminiscencias de un bufete en mi país. Los archivos. de la legación tenían Un as_ pecto muy imponente; y sobre el escritorio de MI'. De Witt pendía otro recuerdo de mi patria: Un facsímil de la Declaración de Independencia.
"Mi primer trabajo fue el hacer los arreglos nece~
sarios para enviar una escolta de confíanza para Mr. Catherwood y en seguida {'ra mi obligación el ver si encontraba al gobierno ante el cual yo estaba acredi–
tado.
Desde el tiempo de la conquista, Guatemala había permanecido en un estado de profunda tranquilidad como colonia de España. Los indios se sometieron pa~
cíficamente a la autoridad de los blancos, y todos aca
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taban el derecho divino de la iglesia romana. A principios de ]a presente centuria algunos pocos rayos de luz penetraron en el corazón del Continente AmeN ricano Y. en 1823, el Reino de Guatemala, como en~
tonces se llamaba, declaró su independencia de España, y, después de una corta u"1ión con México, se consti~
tuyó por sí mismo en república bajo el nombre de Es-
tados Unidos de Centro América. Según los artículos del pacto de unión, la confederación se componía de cinco Estados, a saber: Guatemala, San Salvador, Hon– duras, Nicaragua y Costa Rica. Chiapas tenía el pri– vilegio de entrar a formar parte de la federación en caso de convenirle, pero nunca lo hizo. Quezalten31L gOl distrito de Guatemala, fue después convertido en un Estado separado y .agregado a la federación. El monstruoso espíritu partidarista fue mecido en
la cuna misma de us independencia, e inmediatamen– te se manifestó la línea divisoria entre los partidos aristocrático y democrático. El nombre local de estos partidos al principio me confundió, pues al primero se le llamaba central o servil, y al segundo federat li– beral o democrático. Substanoia1mente ellos eran los mismo que nuestros propios partidos federal y demo– crá.tico. El lector tal vez encontrará dificultad en en– tender que en algún país, y en sentido político, federal
y democrático signüiquen 10 mismo; o que cuando yo hablo de un federalista me refiero a una demócrata; y
para evitar confusiones, al referirme a elJos de aquí en adelante, llamaré central al partido aristocrático, y
liberal al partido democrático. El primero, como nues
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t1'O partido federal, .abogaba por la consolidación y la centraliZ'ación de los poderes en un gobierno general, y
el segundo peleaba por la soberanía de los Estados.
El partido central lo componían algunas pocas fami_ lias principales que, por raZón de ciertos privilegios
de monopolio para la importación bajo el antiguo go– bierno español, asumíán el aire de nobleza, sostenidas por los curas y frailes Y por los sentimientos religiosos del país. El partido liberal estaba formado por hom– bres de inteligencia y energía que sacudieron el yugo
de la iglesia romana, y que, en el primer entusiasmo de sus emancipadas conciencias, rasgaron de una vez el negro manto de la superstición que, cual paño fu– nerario, estaba tendido sobre el espíritu del pueblo Los centralistas deseaban conservar las costumbres del sistema colonial, y resistían cada innovación y ca– da ataque, directo o indirecto, sobre los privilegios de la iglesia y sobre sus propios prejuicios o intereses. Los liberales, ardientes, y acariciando brillantes .pro~
yectos de reforma, anhelaban un cambio instantáneo en los sentimientos y costumbres populares, y creían que estaban perdiendo preciosos momentos para es– tablecer algunas nuevas teorías y barrer algunos de los viejos abusos. Los centralistas olvidaron que la civilización es una deidad celosa que no admite par– ticiones ni puede permanecer estacionaria. Los libe– rales olvidaron que la civilización requiere una ar–
~onía de inteligencia, de costumbres y de leyes. El eJemplo de los Estados Unidos y de sus liberales ins– tituciones fué puesto en alto por los liberales; y los centralistas argilian que, con su ignorante y hetero– génea población, desperdigada sobre un vasto terri– torio, sin medios fáciles de comunicación, era un sue– ño tomar a nuestro país como modelo. A la tercera sesión del congreso, los partidos se declararon en a– bierta pugna, y los diputados de San Salvador, siem– pre el Estado más liberall de la confederación, Se re– tiraron.
Flores, Vice-Jefe del Estado de Guatemala, libe– ral, Se hiZ'o odioso a los curas y a los frailes por ha– ber impuesto una contribución sobre el convento en Quezaltenango; y con ocasión de una visita.. que hizo a dich8.1 plaza, los frailes del cónvento excitaran al populacho en contra suya, como un enemigo de la re– ligión. Pronto se formó un tumulto frente a su casa gritando "¡muera el hereje!" Flores huyó a la igle– sia; pero en la puerta un grupo de mujeres le agarró arrebatándole de las manos el bastón y, pegándole con él, le quitaron el gorro y le arrastraron por los cabe– llos. Logró escapar de estas furias y corrió hacia el púlpito. La C'ampana de alarma sonaba y toda la ple– be de la ciudad llenó inmeniatatmente la plaza. Al– gunos pocos soldados trataron de cubrir la entrada de la iglesia, pero fueron acometidos con piedras y pa-
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