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Se me habia advertido que seria grato para él gobierno de Guatemala que yo le presentase primero mis credenciales al Jefe de aquel Estado, y que con cada uno de' ellos, separadamente, tratara los asuntos que Se me habian encomendado para el gobierno ge– neral. El objeto de esto era, impedir que yo recono– ciese al poder que era, o que pretendía ser, el gobier– no federal La sugerencia era por supuesto descabella_ da, pero mostraba el dominio del espíritu pa~·ti~a~>lsta.

El Sr. Rivera Paz expresó su pesar, de que nn VIsIta al país fuese en tan infortunada época, asegurándome la amistosa disposición de aquel Estado, y que haría to– do 10 que estuviera de su parte por servirme. Duran– te mi vislta al país en tan infortunada época; asegu– rándome la amistosa disposición de aquel Estado, y que haría todo lo que estuviera de su parte p0.r ser– virme. Durante mi visita fui presentado a vanos de los principales miembros de la administración" y me despedí con una favorable opinión de Rivera Paz, la que nunca fué debilitada en 10 que respecta a él per– sonalmente.

Por la tarde, en compañía de ]\11'. Hall, asistí a la última reunión de la Asamblea Constituyente. Tuvo lugar ésta eu la antigua Sala del Congreso; la pieza era grande adornada con retratos de antiguos españo~

les distinguidos en la historia del país, y escasamente alumbrada. Los diputados estaban sentados en una plataforma al extremo del salón, elevada más o menos a seis pies, y el Presidente. en .un puesto más eleva~o

en un sillón; dos secretarIOS Junto a Ulla J'!le~a mas abajo. y sobre la pared el escudo de ]a Repubhca, en cuyo fondo habían tres volcanes, simpolizando, supon– go. el combustible estado de la nación. Se fmcontra_ han presentes como treinta diputados, sentados a am– bos lados, siendo más o menos la mitad de I~JJc!S sacer_ dotes con vestido talar negro y bonete del mIsmo co– lor' Y por lo opaco de la luz la escena me transportó a l~ edad media, y me pareció estar presenciando una l'eunión de inquisidores.

El asunto que se discutía era una moción relativa a restablecer la antigua ley del diezmo, que había si_ do abolida por el partido liberal. La ley fué aprobada por unanimidad' enseguida se discutió una moción so– bre separar un~ pequeña parte del producto y desti– narla al sostenimiento de hospitales para los pobres. Los sacerdotvs tomaron parte en la discusión con sen– timientos liberales; un miembr() no eclesiástico, de grandes y negras patillas, se 0P1.!so diciendo que la .igle_ sia era como una luz en las tmIeblas; y el marques de Aycinena sacerdote y miembro dirigente del ,partido dijo "qu~ lo que se recaudaba para Dios debía darse solamente a Diosl>. Hubo otra discusión sobre si la leyse deberül,aplicar al ganado que'y~ existía,o al que naciera de ahI en adelante; y, por ultimo, que medIOS se pondrían en práctica para hacer efectiva dicha ley. Un caballero argumentó que las medidas coercitivas no deberían u1:;arse, Y con un bello alTanque de elo– cuencia, dijo que la confianza debía ciment<l;rse. en l,?s sentimientos religiosos del pueblo, y que losmdlOS mas pobres vendrían enseguida a contribuir con su pequeflO óbolo' pero la Asamblea decidió que la ley se ejecuta_ ra de' acuerdo con Las leyes antiguas de los Españoles cuya severidad había sido una de las principales causas de la revolución en todos los países hispanos. Había algo muy horrible en esta retrógrada legislación. Se me hace muy difícil comprender cómo en pleno siglo diecinueve, hombres de entendimiento Y en un país donde por todas partes los principios de libertad luchaban por prevalecer, se pretendiera sujetar al pue– blo bajo un yugo que, aun en los siglos de la obscuri– dad, fuera demasiado duro para ser soportado. El to– no de los debates era respetuoso y reposado por la completa ausencia del part do de la oposición. La A~

sambJea significando ser un organismo popular, re– presentaba la voz del pueblo. Era una época de gran

excitación y la última noche de sesiones; Y' n'1r. Hall y yo, cuatro hombres y tres muchachos constituíamos el auditorio.

Como no había seguridad al estar por las calles pasadas las ocho de la noche, la Asamblea levantó su sesión y después de una pequeña junta a la mañana si– guiente fué servido un banquete de ceremonia. El

punto de reunión fué la antigua biblioteca, venerable sala que contiene una valiosa colección de raros ma– nuscritos y antiguos libros españoles, entre los cuales han sido descubiertos últimamente los dos volúmenes de Fuentes que estaban perdidos, lo queme produjo muchísima satisfacción. Los únicos invitados eran Mr. Hall, el cónsul general de Francia, el coronel Mont~

Rosa (un ayudante de Carrera) y yo. Carrera fué in~

"itado pero no asistió. La mesa estaba profusamen_ te adornada con flores y frutas. Muy' poco vino se consumió y no hubo brindis ní alegría. Ningún hom· bre cano habia a la mesa; todos eran jóvenes y tan es_ trechamente relacionados que más bien parecía una reunión de fam~lia; más de la initad de ellos habían estado desterrados y sí Morazán volviera al poder to– dos serfan dispersados otra vez.

Apenas tres día.s tenía yo de estar en Guatemala y ya me parecía triste el lugar. Los nubarrones que pendían spbre el horizonte político pesaban sobre ~l

espíritu de sus habitantes, y por la tarde me veía oblI_ gado a retirarme a mi casa solo. En medio de la in– certidumbre que me hacía vacilar en mis movimien_ tos, y para evitarme las molestias del manejo de los asuntos domésticos para unas pocas' semanas quizá, yo comía y cenaba, en casa de la señora, una joven viuda muy interesante, dueña de la casa donde yo ha~

bitaba (su marido había sido muerto en una revolución secreta preparada por él mismo) y que vivía casi al la~

do opuesto. La primera tarde permanecí aHí hasta las nUeve de la noche; pero al cruzar la calle de regre– so a mi casa un furibundo" ¿QUién vive?" llegó re_ tumbando hasta mí. En la obscuridad no podía ver al centinela ni sabía la contraseña. Por fortuna, y esto era muy raro, repitió la pregunta dos o· tres veces, pe– ro tan fieramente que el eco de su voz repercutió en mis oídos como el disparo de un mosquete, y sin duda en un instante más una bala me habría alcanzado, si no hubiera sido por una anciana que salió precipitada– mente de la casa de donde yo venía, 'y, con una linter– na en la mano gritó "Patria ,Libre!"

Aunque callado, yo no pernianecía inactivo; y cuando ya estuve en lugar seguro di las gracias a la se_ ñora a través de la calle, ocultándome cuanto pude en el interior del zaguáan. Desde la entrada de Carrera, él había colocado centinelas para preservar la paz en la ciudad, la que era muy tranquila antes de su llegada y sus pacificadores la mantenían en constante alar– ma. Estos centinelas eran adictos a disparar sus mos_ quetes. La orden que tenían era preguntar '¿Quién vive

Ir

"¿Qué gentE'

n ¿Qué regimiento?" y en se– guida disparar Uno de ellos ya había obedecido la orden literalmente, y después de hacer las tres pre– guntas con precipitación, sin esperar las respuestas, disparó matando a una 'mujer, Las respuestas eran: Patria libre", "Paisano' y "Paz"

Esto fue un motivo de molestia durante todo el tiempo que permanecí en Guatemala Las calles no es~

taban alumbradas; y oyendo el '¿Quién vive?" algunas veces a uua cuadra de distancia con acento feroz y sin poder ver al centinela, siempre me lo imaginaba con el mosquete al hombro atisbando en medio· de la obs_ curidad para disparar. Yo me sentía menos seguro por motivo de mi pronunciación extranjera; pero nunca encontré algl:no, ya fuera del país o extranjero, que

110 se pusiera nervioso al oír al centinela o que no tra– tase de evitarlo pasando a dos cuadras de distancia de su camino

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