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« Previous Page Table of Contents Next Page »general no tenía ni la más mmIma autoridad en el Estado, y hago hincapié en esta circunstancia para po– ner de relieve la completa debilidad de la adminis– tr[(c[ón, y las desastrosas condiciones del pais en ge– neral. Esto me molestaba especialmente porque me hacía ver las dificultades y el peligro de continuar los viajes que había proyectado.
Desde mi a:rribo quedé impresionado con el devo– to carácter de la ciudad de Guatemala. Por la ma– i'íana y por la tarde, todas las iglesias estaban abier– tas y las gentes, particularmente las mujeres, acudían con regularidad a los rezos. Cada casa tenía su imagen de la Virgen, del Redentor o de algún santo tuielar, y sobre las puertas había leye'ndas con ora– ciones: "ILa verdadera sangre de Cristo, nuestro Re– dentor, que solo representada en Egipto libró a los 1s–
currimos a vos". "AVe Maria, gracia plena, y la San– tísima Trinidad nos favorezca". "El dulce nombre de Jesús sea con nosotros. Amén".
'El primer domingo después de mi arribo fué ce– lebrada la fiesta de La Concepción, que siempre ha sido reverenciada entre los ritos de la Iglesia Católi– ca, y en ese día con mayor entusiasmo: por .la circuns– tancia de que una novicia del convento de la Concep– ción se había decidido a tomar el velo negro. Muy de mañana las campanas de la~ iglesias repicaron en toda la clUdau, se U.o.1:i1JdLalon canouazos en la plaza, y
se prepararon cohetes y fueg'os artifIciales €n las es– quinas de las calles. A las nueVe de la mañana mul– titud de gente fué llegando a la iglesia de La Concep– ción. Frente a la puerta y a través de las calles, habían arcos adornados con siempreverde y flores. Las amplias gradas de la iglesia fueron reglldas con hojas de pino, y sobre la plataforma, varios hombres soltaban cohetes. La iglesia era una de las más her– mosas de Guatemala, con profusión de adornos de oro
y plata, cuadros e imágenes de santos, y adornada con arcos y flores. El Padre Aycinena, Vicepresiden– te del Estado, y el miembro principal de la Asamblea Constituyente, era el predicador ese día, y su alta re– putación atrajo un gran concurso de gente. El púlpi– to esfaba situado en un extremo del templo y toda la concurrencia tenía deseo de oír el sermón. Esto hizo que el extremo opuesta quedara casi desocupado, y yo me coloqué sobre una grada del altar más inme– diato y frente a la reja del convento. Al terminar el sermón hubo una d'escarga de cohetes y cohetillos en raelítas de un brazo fuerte y poderoso, librenos de la peste, guerra y muerte repentina. Amén". "Oh Ma–
ría, concebida_ sin pecado, rogad por nosotros, que re– las gradas de la iglesia, cuya humareda invadió el in– terior, sintiéndose el olor de la pólvora más pronun– ciado que el del incienso. El piso había sido regado co:rj hojas de pino, y se encontraba cuajado de muje– res arrodilladas con sus mantos negros cubriéndoles la cabeza por completo, y sujeto por debado de la barba. Yo nunca vi más bello espectáculo que estas
filas de mujeres arrodilladas, de rostro puro y expre– sión sublime, realzada por el entusiasmo de la reli– gión; y entre ellas, bella como la que más y atractiva cual ninguna, estaba una de mi propia tierra: a lo sumo de veintidos años de- edad, casada can un caba– llero perteneciente a una de las primeras familias de Guatimala, que había estado desterrado en los Esta– dos Unidos. En atta tierra y entre otras gentes, ella había abrazado una nueva fe; y, con el entusiasmo de una juvenil conversación, ninguna dama en Guatima– la era más devota, más puntual a la misa, o más es–
frista en toda la disciplina de la iglesia católica que la Hermana Susana.
Después de los fuegos artificiales, hubo una gran ceremonia en el altar, y en seguida un movimiento general de la concurrencia hacia el otro extremo de la iglesia. ,El convento quedaba contiguo, y en la pa– red divisoria, como a seis pies del piso, había una gran reja de hierro, y como cuatro pies más allá otra,
en la que las monjas asistían a las ceremonias de la iglesia. Arriba de la reja de hierro había otra de ma– dera, y de ésta, a los pocos minutos salió una suave melodía de extraña música india, y se presentó U'na figura blanca, con largo velo también blanco, llevando en la mano derecha una candela, y con ambos brazos ertendidos, anda'ndo- despacio hasta Ilegal' a unos po– cos pasos de la reja, retirándose en seguida de la mis– ma manera. De ahí a poco se oyó la misma suave melodía procedente de la reja de abajo y vimos avan– zal1 una procesión de monjas vestidas de blanco, con largos velos del mismo color y llevando cada una e'n la mano una gran vela encendida. Terminó la músi– ca dando principio un canto, tan suave que era nece– sario el oído muy atento para percibirlo. Adelantá– ronse las hermanas de dos en dos al compás de este
suave canto hasta unos pocos pies de la reja, vol– viéndose en seguida por diferente camino. Al final de la procesión aparecían dos monjas vestidas de ne– gTo y en medio de ellas la novicia, con vestido y velo blancos y una guirnalda de rosas en la cabeza. Las monjas blancas se colocaron a los lados, cesó su canto, y se oyó solamente la voz de la novicia, pero tan dé--– bil que más parecía el aliento de un espíritu del aire. Las monjas blancas derramaron flores ante ella, avan– zando ésta en medio de las dos negras. Paróse por tres veces arrodillándose, siguiendo su mismo suave canto, y por último las monjas blancas se agruparolJ a su alrededor, derramando flores sobre su cabeza y por su senda. Lentamente la condujeron a la parte de atrás de la capilla, y se arrodillaron todas frente al altar.
En. estos momentos unos acordes musicales se de~
jaron oír al otro extremo de la iglesia; se abrió un camino entre la multitud avanzando una procesión, compuesta de los principales sacerdotes, ataviados con
sus más ricas vestiduras, y encabezados por el vene– rable Provisor, un octogenario de cabellos blancos, que ya vacilaba al borde de la tumba, tan digno de consideración por su píadosa vída como por su vene– rable apariencia. Un lego nevaba sobre un precioso cuadro una corona de oro y un cetro tachonado de pedrería. La procesión avanzó hasta una pequeña puerta a la derecha de la reja, y las dos monjas ne– gras con la novicia aparecieron en la entrada. Cru– záro'nse algunas palabras entre ella y el Provisor, que entendí ser un examen sobre si su propósito de aban– donar el mundo era o no voluntario. Terminado esto, el Provisor le quitó la guirnalda de rosas y el velo
blanco;. colocándole en la cabeza la corona y el cetro en la mano. La música lanzó estrepitosas notas de triunfo, y a los pocos mínutos ella reapareció en la rej a con la corona y el cetro, y con un vestido chis– pea'nte de pedrería. Las hermanas la abrazaron, y otra vez derramaron rosas sobre ella. Parecía horri– ble amontonar sobe esta joven la pompa y los pla– cees del mundo, en los momentos en que se despedía de ellos para siempre. Se arrodilló otra vez ante el altar; y al levantarse, las joyas y piedras preciosas, y los ricos adornos con que fué engalanada, se le qui– taron y en seguida se volvió hacia el Obíspo, quien, quitándole la corona y el cetro, púsole en la cabeza el velo negro. De nuevo apareció ella frente a la reja; el último
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el paso fatal aún no estaba dado j aún no se le había extendido el velo negro. otra vez las mo'njas la rodearon, y entonces por poco la devoran a besos.
Yo no sabia nada de su historia. No había oído decir que la ceremonia tendría lugar sino h&sta la misma tarde del día anterior, y me imaginaba a la joven vieja y fea; pero no, si estaba marchita ni con– sumida por los pesares, ni era la imagen de un c6ra– zón desilucionado; por otra parte era una joven y hermosa entusiasta; tendría no más de veintitrés años de edad, y era poseedora de uno de esos rostros salu– dables que, aunque no vuelvan loco' a ·un hombre por
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