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Al final de la calle la procesión hizo alto en la encrucijada, y la; imagen de al Virgen .fué retirada de la~ andas y. co10cada sobre el altar. Los sacerdotes arrodIllándose rezaron ante ella, y toda la concurren..., cia también se arrodilló. Yo estaba en la esquina cer_ ca del altar, que dominaba una vista de las cuatro calles, y levantándome un }Joco sobre una rodilla, pu~

de ver en todas las calles una densa masa de figuras arrodilladas¡ ricos y pobres, mujeres hermosas e in~

dios de- estúpida apariencia' banderolas y cortinas agi– tándose en los balcones de' laS! ventanas, y las figuras de los ángeles con su ligero ropaje de gasa que pare..... cía flotar en el aire; mientras el estre,pitoso canto de la multitud robustecido por el proftUldo coro de la voz de los soldados, producía una escena, mezcla de belleza y de fealdad a la vez atrayente y repulsiva. Terminado esto, todos se levantaron, la Virgen fué co– locada de nuevo en su' trono, y la procesión siguió su movimiento. En el altar próximo di la vuelta por un lado y me fuí a la plazuela frente a, la iglesia de San Francisco, lugar señalado para el gran final de los honores a la Virgen: I,la e ¿hibición de los fuegos ar– tificiales!

Ya anochecía cuando la procesión entró al prin– cipio de la calle que conduce a la plaza. Fué aproxi– mándose con un ruidoso canto, 'no viéndose a lo lejos más que una gran procesión' de velas encendidas, que alumbraban la calle como si fuera d'e día. Los dia~

blos iban todavía a la cabeza y' su llegada a la pla– za fué anunciada por una descarga de cohetes. En pocos minutos la primera pieza de los fuegos artifi– ciales fué exhibida desde la balaustrada de la iglesia; las imágenes sobre el techo se iluminaron CDn el res– plandor y, aunque no ~dificada expresamente para tal propósito, la iglesia corréspondió dignamente a la ex_ hibición.

El siguiente 'número se verificó en el piso de la plaza: era U'na diversión característica del pueblo y tan favorita en la exhibición de fuegos de artificio como

105 diablos en las procesiones religiosas, llamada LOS TOROS, Y se componía de una arma-zón forrada de cartón fuerte "en forma de toro y cubierta por encima con fuegos artificiales; dentro de esta figura un hom~

bre metía la cabeza y los hombros, y con sólo las pier_

nas visibles, se ahala'nzaba sobre lo más denso de la multitud atrojando á todas partes torrentes de fuego. Yo estaba parado con un grupO de damas y varios miembros de la 4samblea Constituyente, y estps ha– blaban de una invasión de tropas de Quezaltenango

'y de la salida de Carrera a repelerlas. Cuando los toros vinieron hacia nosotros, retrocedimos hasta más no poder; las damas gritaron, y nosotros valientemen– te volvimos las espaldas agachando las cabezas para defenderlas de la lluvia de fuego. 'rodas decían que

esto era peligroso, per"o así era la costumbre. Hubo más alegra y jovialidad de la que yo nunca había visto 'en Guatemala y me quedé triste cua-ndo terminó el espectáculo.

Todo el día había yo sentido particularmente la influencia del hermoso clima; la sola aspiración del ahe era una delicia¡ y la noche era digna de tal día~

[,os rayos de la !tIlla iluminaban la fachada de la ve– nerable iglesia, mostrando con tristeza una grieta de arriba abajo causada por' Un terremoto. Al e'ncami~

narnos hacia nuestras casas, las calles se encontraban iluminadas con Una brillantez casi sob~'enatural; y las damas, orgUllosas de sus noches de luna, casi Ine per..... suadieron de que esa era la tierra del amor.

Siguiendo nuestra ruta pasamos por una garita donde varios soldados se hallaban tendidos a lo largo, como para obligar a todos los transeuntes a bajar del andén dando la vuelta alrededor de ellos. Quizá tres o cuatro mil almas, la mayor parte mujeres, fueron obligadas a bajar. Todos se daban cuenta de la inso– lencia de esos hombres, y no dudo que algunos l senti~

rían impulsos de arrojarlos de la vía a puntapiés pero, aunque pasaban suficientes jóvenes para echar fuera de la ciudad a toda la tropa, nadie protestaba, pare~

ciendo que ni se fijaban en ellos. En uno de los co~

rredores de la plaza otro soldado estaba de espaldas, tendido de través con su mosquete a un lado murmu~

randa a los que, pasaban: "¡Pisotéeme si se atreve y

ya verá!,' y todos tuvimos buen cuidado de no pasar sobre él. Regresé a mi casa a pasar la noche solo, refleccionando con tristeza en la desdichada condición en que se encontraba Guatemala, a pesar de tener tan– tos elementos para ser feliz.

CAPITULO 11

EL PROVISOR. ~ COMO SE PUBLICABAN EN GUATEMALA LAS NOTICIAS - VISITA AL CONVENTO DE LA CONCEPCION - EL COLERA, INSURREC.CIONES. - CARRERA ENCABEZA LA INSURREC– CION APARECE EN" GUATEMALA - TOMA DE LA CIUDAD _ CARRERA TRIUNFANTE - LLEGADA DE MORAZAN. - HOSTILIDADES. - PERSECUCION DE CARRERA. - SU DERROTA. - PREDOMI

NA OTRA VEZ _ MI ENTREVISTA CON EL. - SUCARACTER.

Ocupé los tres o cuatro días siguientes ~l1; hacer y reciii' visitas y en darme cuenta de las condiCIOnes del país. Una de las visitas más interesant~s fué la del venerable Provisor, quien, desde el. dest~erro del Ar– zobispo actuaba como cabeza de la 19lesJa y que, por una reciente bula pontificia, había sido ascendido a la categoría de Obispo; pero debido a las in9.uietudes qe la época no había sido ordenado. Un ~mlgo en Baltl_ more me consiguió una carta del ArzobISpO de aquella ciudad a quien aquí rindo mis agradecimientos, reco– mendándome a todos sus. hermanos eclesiásticos de Centro América. El venerable Provisor recibió esta carta como de un hermano en la Iglesia, y en virtud de ella, más tarde, cuando salí para Palenque, 'me dió una carta recomendándome a todos los curas de su jurisdicción. Durante el dia pasaba el tiempo muy contento; pero las noches, cuando me veía obligado a encerrarme en casa, se me hacían largas y solitarias. Mi residencia quedaba tan cerca de la plaza que yo podía oir el ¡quién vive! del centinela y, de vez en

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cuando, el estallido de un mosquete. Estos tiros en el silencio de la noche siempre infundian terror. Por al_ glÍn tiempo no entendí la causa; pero a la postre supe que eran motivados por algunas vacas y mulas que va· gaban por la ciudad y que al oir que se movian a dis_ tancia sin contestar el ¡quién vive! se les disparaba sin más ceremonia.

No había más que un periódico en Guatemala y éste era semanario y se ocupaba únicamente de los de– cretos y movimientos políticos. Las noticias de la ciu_ dad circulaban de viva voz. Todas las mañanas cada uno preguntaba a su vecino qué novedades había. Un día se trataba de una vieja sorda que no pudo oír el quién vive y la habían matado; otro, que al viejo As–

turias, rico ciudadano, le habían dado de- puñaladas,

y otra mañana circulaba la noticia que treinta y tres monjas del convento de Santa Teresa habían sido en– venenadas. Esto fué motivo de agitación durante va– rios días, hasta que las monjas restablecieron, y en_ tOlices se averiguó que había sufrido por la prosaica

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