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circunstancia de haber tomado un: alimento que no les sentó bien.

El viernes, en compañía de mi bella comp.atl'iota, visité el convento de La Concepción, con el propósito de abrazar a una monja o, mejor dicho, a la monja que había recibido el velo negro. La pieza contigua al

Il parlatorio" del convento se encontraba atestada de gente, y ella llarada en la puerta con la corona en la cabeza y una muñeca en la mano. Sería la última vez que sus amigos verían su rostro; pero esta pueril exhi– bición de al muñeca amenguaba el sentimiento. Era una oportunidad que se les daba especialmente a las sefioras: algunas admirábanse de que tan joven aban– donara un mundo iluminado de brillant~s y hermosas perspectivasj otras, para quienes las ilusiones de !a

vida iban ya lejos, miraban su retiro como lo aconseJa la sabiduría. Ella las abrazó y se retiraron para dar lugar a otros. Antes que llegara nuestro turno~ h.ubo una irrupción de aquellos objetos de mi aborreclmlen– LO los eternos soldados, quienes, dejando sus mosque– tes en la puerta se abrieron paso enb'e la multitud y se presentaron, aunque con l'espeto, para abrazarla, retirándose enseguida. A su lado se encontraba un~

monja vestida de negro, con un velo tan denso, que nI

una sola línea de su rostro se ¡)Odia ver,'y a quien mi paisana había conocido durante su reclusl~n en el con· vento describiéndola como Ulla joven de Sin par belle– za y atractivo a cuyo alrededor tejió tal encanto .que casi despert3ba un espíritu de romance. ).'0 hubiera hecho cualquier sacrificio por una breve mirada de su rostro. Por fin llegó nuestro turno: mi bella compañe– ra la abrazó Y después de muchas p'alabras de despe– dida recomendórne como su paisano. Yo mm'ca habia tenido mucha práctica en abrazar monjas; en verdad, esa era la primera vez que intentaba tal co~a, pero lo hice con tanta naturalidad como si me hubiera criado en ello. Con mi brazo derecho rodeé su cuello, su brazo derecho el mío; descansé mi cabeza sobre su h.omhro Y ella la suya sobre el mío; pero la abuela de un amigo jamás recibió un abrazo más, respe~uos~:

"Las alegrías robadas son siempre las más. apeteCidas .: aHí había muchos mirando. Cerróse la reJa Y el rostro de' la monja nunca más se volvería a ver.

Aquella tarde Carrera regresó a la ciudad. Yo te– nía grandes deseos de conocerle y pabíamos conv~ntd.o

con el señor Pavón en que vendrla POlO mí al d13 SI–

guiente. En efecto, a las diez de la mañan~ del si_ guiente día el señor Pavón .llegÓ :por mi. Ya estaba yo advertido que a este formidable Jefe le ha~ía mucho efecto la apariencia externa Y. en consecuencIa, me pu_ se la levita de diplomático. que tenia,una gran profu– sión de botones y que había producido tan buen' efec– to en Copán la que, dicho sea de 1>3S0, dado el. estado abominable del país ya nunca tuve la oportumdad de

ponerJ11~ después, q~edando así para mí definitivamen– te perdido su valor.

Carrera vivía en una pequeña casa de una calle re_ tirada. Había centinelas en la puerta y ocho o diez soldados en el sol, parte de su gtiardia personal, que vestían casacas de alepín rojo y gorras de tartán, con tma apariencia mucho mejor de la que teman sus sol· dados que yo ya conocía. A lo largo del c~rredor ha..; hia una fila de mosquetes, brillantes y en buen orden Entramos en un pequeño cuarto contiguo a la sala y vimos a Carrera sentado junto a una mesa contando dinero. ' Desde mi llegada al país este nombre de terror estaba repercutiendo en mis oídos. Mr. Montgomel"Y, a quien ya me he referido. y que llegó a Centr? Amé– rica como un año antes que yo díce' "Se me dIJO que una insurrección había levantádose entre los indios, quienes, bajo la dirección de un hombre llamado Ca– rl'era, asolaban el país y cometían toda clase de ex– cesos. A lo largo de la costa y en algunos departa_ mentos, la tranquilidad no había sido turbada; pero en el intel'lor no había ninguna seguridad para e\ via~

jera y cada entrada de ]a capital estaba bajo el con– trol de partidas de bandidos que no tenían mlsericor-

dia alguna para sus víctimas, especialmente si eran ex– tranjeros" Y refiriéndose a la situación del país en el momento de su partida él dice: 'Es probable. sin embargo, que mientras escribo estas líneas, las activas medidas que el General Morazán ha puesto en juego para sofQcar ]a insurrección, hayan, tenido éxito y que la 'carrera de esle "rebelde héroe" haya terminado". Empero. la carrera de este rebelde héroe" no terminó y el "hombre llamado Can'era" era ahora dueño ab– soluto de Guatemala; y si no me equivoco, está llama· do a ser más ~onspicuo que ningún otro caudillo que se haya levantado hasta la fecha en las convulsiones de Hispano América.

El es nativo de uno de los harrias de Guatemala. Sus amigos, por cumplimiento le llaman mulato, y yo por lo mismo le llamo indio, considerando que esta es la mejor de las dos sangres En 1891 era tambor del regimiento del Coronel Aycinena Cuando el partido liberal o democrático prevaleció y el General Mora' zán entró en la capital, CtuTera dejó su tambor y se retiró al pueblo de Matasquintla. Allí se dedicó a la VEnta de puercos, y por v'arios años continuó en es ta respetable ocupación, probablemente tan ajeno co–

1'\.'\0 cualquicl'a de sus puercos a los sueños de su futu– ra gl·andeza. Los excesos de los partidos políticos. las severas exanciones para el sostenimiento del gobíer– no, la usurpación de las propiedades de la iglesia y las innovacíones, particularmente la introducción del código de Livingston, estableciendo la prueba por me– dio de jurados y convirtiendo el matrimonio en un con– trato civil, crearon el descontento en el pais. Esto úl– timo fué una grande ofensa. para los curas que ejer– cían ilhnitada influencia sobre los indígenas. El año de 1837, el cólera, en su marcha destructora sobre to– do el mundo habitado, y que hasta entonces había per– donado a esta porción del Continente Americano, hizo su terl'ible aparición, cubriendo 'su suelo de cadáveres y dando motivo a convulsiones políticas. Los curas convencieroIl a los indi.os que los extranjeros habían envenenado las aguas. Gálvez, que en aquel tiempo era el Jefe delEstado, envió medicinas a los pueblos, )as que·· siendo mal aplicadas por la ignorancia, en al– gunos casos, produjeron fatales resultados; y los sa· cerdotes. siempre opuestos al partido liberal, persua~

dieron él los indios que el gobierno estaba empeñado en envenenar y destruir a la 'raza. Todos los iridios del país estaban 1UUy excitados; y en Mataquescu1ntla se levantal'on en masa, con Carrera a la cabeza. gritan~

do "¡Viva- la religión y muelte a los extranjeros"! El priilier golpe se dió asesinando a los jueces que ha– bían sido nombradós conforme al código de Livingston. Gálvez entonces envió una comisión, con un destaca– mento de c-abal1eria y bandera blanca, para oír sus quejas, pero mientras conferenciaban con los insur~

gentes, f,ueron rodeados por estos' y casi 1;odos desp~~

dazadós.· El número de desafectos al gobierno crecIa y llegó a ser de más de mil; Gálvez envió contra ellos seiscientos hombres que los derrotaron. incendiaron sus pueblos, y cntre dtros éxcesos, el último fué en contra de la esnosa de Carrera. Encendido en cólera por esta ofensa· personal, se unió a varios jefes de los pueblos, jurando no dar de!3canso a sus armas mientras un oficial de Morazán pernianeclera en el Estado. Con lUlos pocos enfurecidos seguidores füé de pueblo en pueblo, matando a los jueces y a los oficiales del go~

hierno. y cuando Je perseguían. escapaba a las mon~

tañas, pidiendo tortillas en las haciendas para sus hom~

bres y perdonando y protegiendo a cuantos le ayuda– ban. En este tiempo él uo sabía leer n\ escribir; pero ayudado por algunos curas y particularmente por el padre Lobo, un notorio libertino, lanzó una proclama. suscrita por él mismo, en contra de los extranjeros y del gobierno por haber intentado envenenar a Jos irt~

dios, pidiendo la destrucción de todos los extranjeros excepto los españoles, la abolición del código de Li~

vingston, harer volver al arzobispo y a los frailes, la

expulsión de los herejes y In restauración de los pri_ vilegios de la iglesia y de los antiguos usos Y costum-

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