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« Previous Page Table of Contents Next Page »sis a gozal banquilamente del terrífico espectáculo y de una fría gallina. Los carbones y cenizas caían al.
rededor, y el elr:mento destructor se abalanzó con.fu– ria perdonando al pueblo frente a nosotros, qUIzás
pa;a convertir en ruinas algún otro
Nos vimos obligados a esperar dos horas. Desde el pie de Ja colina sobre la cual estaba situado el pue– blo el te! reno !.e encontraba caliente y cubierto con uDllleve C3pa de cenizas; el matorral y monte bajo Se
habían quemado, en algunos lugares yacían los árbo–
l~s reducidos a montones de brasas, y otros estaban en
pie con sus troncos y ramas todos ardiendo En cier...
to lugar pasamos por un cuadro de cenizas blancas, restos de alguna miserable choza indigena Nuestras
caras y mano estaban chamuscadas, y todo nuestro cuerpo caliente cuando salimos del ardiente bosque Por algunos momentos el aire libre era una delicia; mas apenas acabábamos de salir de una pena cuando entramos a otra Enjambres de enormeS moscas, qui– zá arrojadas por el fuego qUe reVoloteaba", por las oriltas de la región incend1ada, cayeron sobre las mu–
las. Cada piquete sangraba, y, las atormentadoras se adherían a los sufrieos animales hasta que se les sa_ cudía con un varejón -, Durante unll hora trabajamos duro, pellJ no les i'qdimos' níantener libre la cabeza ni el pescueozD Las pobres bestias estaban casi fre,;. néticas, y a neB8.!' de todo 10 que pudimos hacer, que_ daron con la· nuca, el interior de las patas" el hocico, las orejas, las narices y todas las partes blandas de la piel, goteando sangre Apresurándonos, al cabo de
tres horas divisamos la iglesia de San Antonio de Güista, y a los pocos minutos entramos a la población, bellamente situada sobre una meseta que se proyecta– ba del declive de la montaña, mirando sobre una in– mensa abertur~, y d(lmina~do por todos lados un es_ pléndido panorama. Por. este tiempo nos ballábamos fuera del alcance de la guerra y libres de todo temor. Con la adición de las pistolas y la escopeta cuache de Pawling, con un fiel arriero,. con Santiago, y con Juan ya parado otra vez, podrf~os haber aS!lltado un pue. blo mdigena y encerrado a un alcalde refractario en su propio cabildo. Tomamos posóSión de San Altto– n'io .de GÚista•.dividiéndonos. nosotros mismos entre el cabLdoy el conventg, mandarnOS llamar al alcalde (aún en' ~os confines de l,;entro Ainérica el nombre de Ca–
~era era oIDnil?otente)', y le dijimos que se estuviera
allí para servirnc·s, o que enviara un alguacil. El con_ vento quedaba cDntiguo a la iglesia, sobre una abierta meseta, d<,miuando el panorama de un· espléndido va– lle rodeado de inmensas montañas, y hacia la izquier–
da una vi'3ta entre dos cadenas de montañas, agrestes, ásperas y ele" adas, cuyas cimas se perdian en las nu_
bes Delante de la puerta del convento habia una gran eru... sobre un alto pedestal de piedra, con el repello destruido y cubierta de flores silvestres. El convento estalla cerrado por una valla de ramas secas, sin nin– guna entrada ha~ta que nosotros se la hicimos El pa– dre no escabe. en casa, lo que fué mucha fortuna para él, puesalli no habria babido espacio suficiente para todos. En efecto, todo parecía exactamente prepara– do para 'fiuestr& compañia; babía tres camas, justa.., mellte tantas como las que podfamos ocupar de modo conveniente; y el estilo de ellas era nfievo: estaban fabricadas d. largos palos como de una pulgada de grueso, amarrados con cuerdas de córteza por arriba y por abajo y descansando sobre borquillas como de dos pies de alto sembradas en el terroso piso. El alcalde y su mayor hablan levantado al pueblo
A los poce·,; minutos, en vez de la mortificante respues_ ta "no hay". las provisiones preparadas para nosotros eran casi ignales a las qüe ofrece' el paraísQ turco, Veinte o treinta mUjeres llegaron al convento al mismo tiempo, con canastos de, maíz, tortillas, dulces, pláta;. nos, hocoles (jocotes\, zapotes, y una variedad de otras frutas, cada uno de cuyos surtidos; al tratarlo, valla tres üentavos, 'y entre ellos habia una especie de tor_ tillas, delgados y bien cocidas al horno, como de doce pul&adas de diámetro, a ciento veinte por seis centa– vos. de laó cuajes, como no eran dispendiosas, hicimos una gran provisión
En eSle lugar nuestro; arriero iba, a separarse de nosotros. No teníamos sino una mula de carga apta para el servicio, y acudimos al alcalde por dos carga– dores para que fueran con nosotros a través de la fron'l" tera hasta Comitán.,El salió, según dijo, a consultar con los mozos, y nos informó que ellos pedían seis dó;; lare::; por cada uno. Nosotros le hablamos de nuestro
ami~o CalTera, y en una segunda consulta la deman– da se redujo a la tercera parte. Tuvimos necesidad de hacer provisiones para tres días, y aun de llevar maíz para las mulas; y Juan y Santiago pasaron ,una noche atareada cociendo las gallinas y los huevos.
CAPITULO 14
COAlODOS ALOJ4MIENTO$-:'COII¡TINpACJON DEL VIAJE - CAMINO PEDREGOSO ~
·HERMOSO roo - {jN PUENTE. COLGANTE - EL DOLORES - roo 1,AGARTERO --MENGUADO EL ENTU. SIASMO - OTRO PUENTE. ..,.. ENTRADA'A MEXlCO - UN BAlIlO _ UNA IGLESIA SOLITARIA. _ UN LUGAR F.S:fI;:RIL - ZAl'~UTA - COMlTAN - OTRO PAISANO - MAS PERPLEnDADES - COR· ' TESIA OFICIAL - EL CO~PIO DE COMlTAN - EL CONTRAlJANDO - ESCASEZ DI;: JABON. ~
A la n'lañana sig\t.iente nos encontramos con que el convento era tatt confortable, estábamos tan abundan– temente servidos, el alcalde o su' mayor, con vara' en mano, se hallaban a ,nuestro servicio en todo tiempo y
el paraje era tan hermoso,' que no tenfamos mucha pri– sa para irnos; pero el alcalde nos informó que ya to.. do ~staba Jí.st..o Nosotros no vimos a nuestros conduc_ tores, y averigm<mos que él y su mayor eran los mo· zos a quiene~ él habia consultado Ellos nos dejaron escapar 10R dos dólares por cada uno, y dejando por un lado sus varas y su dignidad, se desnudaron las espal_ das, se pusieron el mecapal sobre la frente, levanta– ron las cargas V salieron trotando.
Nos pusimo:oo en marcha cinco minutos antes de las ocho El ti~mpo era hermoso pero nublado. Des_
de el pueblo descendimos una colina hasta un extenso llano ped.egoso, y como a una legua de distancia lle_ gamos al borde de un precipicio, desde el cual miramos
hacia abajo un fértil valle oblongo, a dos o tres mil pies de pl'ofund?dad" circundando en to'do el derredor por una muralla de montañas. y semejancjo una inmen. sa excavación. Hacia el otro extr~lllo del valle babia un pueblo co.n una iglesi~ ~n ruinas, y el camiho subía pDr una prec~pitc da cuesta hasta un llano al mismo ni_
vel de aquel en que nos ballábamos, onllulado e ilimi– tado c9mo el mar. Debajo de nosotr.os parecía como si pUdi.ésemos d~jar caer una piedra hasta el fondo Des_ cendimos por una de las más escarpadas y pedregosas sendas que hasta entonces habíamos encontrado en el
pais, cruzando y recruzando en zig.zags a lo largo de la falda de la eminer cia, haciendo tal vez el descenso de milla y mece' de largo. Muy pronto llegamos a la orilla de un hermoso río que corría a lo largo del va.
lle, bordeado en ambos lados por: inmensos árboles,
que extendían sus r9mas por encima del :uno al otro lado, y con sus raíces bañadas por la corriente; y en
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