Page 135 - RC_1969_01_N100

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asiento Desgraciadamente, allí sólo habia lugar para

ti es, que se sentaron todas juntas a mi izquierda A los pocos minutos me pareció como si el almuer~o se hubiera preparado expresamente para mi Mucho tiem– po hacía que yo habia visto una mesa semejante, y la– menté en espiIitu el no haber mandado avisar a Mr Cathel wood que llegase a la aldea accidentalmente a tiempo pala conseguir una invitación. Mas ahora, ya e13 demasiado tarde; no babía tiempo para 1eflexionar; por momentos se acababa el almuerzo En algu~os lu– gares mi posición habría lequerido de mí el dedicalme a quienes se baIlaban a cada uno de mis lados; pelO en

Pal~nque ellos se dedical'on a atenderme Si yo para– ba un instante aflebataban mi plato y traían otto lleno con alguna otra cosa podría parecer impolítico, pe–

laYO observaba el final de ciel tos platos, particular– mente algunos de dulces o confitillas, con la esperan– za de que no fueran enteramente consumidos, pues me proponía asegurar todos los que quedaran para llevar– los conmigo a las ruinas Vino había en la mesa, el cual me lecomendaron como procedente de Nueva YOlk, pero esto no fué suficiente para indicarme a pro– bailo Allí no había agua, y, de paso, nunca se pone agua en la mesa, y jamás se bebe sino hasta después de los dulces, que llegan como postre, y se sirve en un gran vaso, que pasa a la ledonda pala ~ue ca~a uno ~o_

me un sorbo de allí. Es enteramente ImpropiO y senal de mala crianza el pedir agua durante la comida Cada convidado al levantarse de la mesa. hizo una reveren_ cia a don'Santiago y le dijo "muchas gracias", lo que yo consideré de mal gusto, y no de acuerdo con la de_ licadeza de la cortesía española, pues más bien es el anfitrión quien debe dar las gracias a sus convidados po! su compañía, que no ellos agradecerle la comida

Sin embargo, como yo tenía más razones para estar a–

gl adecido que ninguno de los demás, me conformé co.u el ejemplo que se me puso Después del almuerzo miS amigos se pusieron sQñolientos y se retiraron a la siesta. Yo tomé mi camino de regreso a la casa de don San– tiago donde en una conversación con las señoras, ase– gm é '¡os restos de los dulces, y compré su existencia de fideos

Por la mañana, estando ya mi pie suficientemente lestablecido, me dirigí a la casa de .105 padres para a– compañarlos a las ruinas Ellos hbían pasado la no– che amigablemente jugando baraja, y aba ve~ faltaba el padre de Palenque Nos fuimos a su casa, y aguar– damos mientras él aseguraba cuidadosamente sobre el lomo de un caballo de gran alzada a un pequeño mu– chacho, que se pare(}ía tan admirablemente a él, que,

I~espetando su obligación de ~elibato, la g~nte no s~ a– tlevfa por consideración, a preguntar hijo de qUIén era Hecho esto, amarró un par de zapatos ex.tra des– trás de su propia silla, y emprendimos la marcha c~n

el adiós de todo el pueblo Los padres estaban dIS– puestos a pasar la noche. en. las ruinas, y tenían un t1 en de cincuenta o sesenta lndlos cargados con camas, 10–

pa de dOlmir, provisiones, zaca~e p~ra las mulas y muL titud de artIculos, hasta una JofaIna blanca de loza; además de lo cual

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más favorecidos que nosotros, tenían cuaho o cinco mujeres.

Al enil al' en la selva, encontramos las ramas de los árboles, que habían sido l"ecortadas en mi regr.eso a la aldea ob a vez caídas por el peso de las llUVIas; las cOrlie~tes de agua estaban muy crecidas; los pa– dles iban bien montados, pero no siendo de a caballo, se apeaban a menudo, y bajo mi dirección nos perdi– mos pero a las once, muy a satisfacción de todos, nues– tra lal ga, de apaLiencia 1 at:a y despar:ramada compañía llegó a las ruinas El antiguo palaCIO se vió una vez más E;lleglado con moradores.

Se había verificado en él un marcado cambio des~

de que lo abandoné; los muros estaban húmedos, los

corredoles mojados; las continuas lluvias habían ua– bajado por entre las hendeduras y las grietas, y abiel to lendijas en el techo; sillas de montal, blidas, botas, zapatos, etc, estaban verdes y mohosos, y las escope– tas y pistolas cubiel tas con una capa de orín La apa– liencia de Mr Catherwood me asustó Estaba pálido y flaco; cojo, como yo, por los piquetes de los insectos; su cara estaba hinchada. y SU brazo izquierdo colgando con leumatismo, como paralizado

Mandamos a los indios que atravesaron el patio hasta el correrlol opuesto, donde la vista de nuesb as trampas colgantes no los pudielan tentar a deshacerlas, V escogiendo un lugar para el efecto, se almaron los catres inmediatamente, y, con todas las comodida_ des del hogar, se tumbaron los padIes pala IDla hora de leposo Yo no tenía mala voluntad bacia estos dig– nos hombres; por el contrario, los más amigables sen– timientos, y, para hacer los honores del palacio, los in– vité a abnorzar con nosotros Catherwood y Pawling se opusieron. y habrían estado mejor si los hubiése– mos dejado solos; pero ellos aprecia10n el espíritu de la invitación y me lespondieron muchas gracias. Des_ pués de su siesta los acompañé por todo el palacio, y los dejé en su habitación Cosa bastante rara

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aquella noche no llovió; asi que, con un sombrero frente a una candela, atIavesamos el patio y les hicimos Wta visita;, hallamos a los tres reverendos señores sentados sobre un petate en el suelo, concluyendo el día COll un agla_ dable juego de baraja, y los indios durmiendo a su al– lededor

La mañana siguiente, con la ayuda de Pawling y de los indios para levantarlos y jalarIos, los acompañé a los otros edificios, 01 algunas curiosas especulacio– nes, y a las dos de la tarde, con muchas expresiones de benevolencia, y repetidas invitaciones para sus di– ferentes conventos, regresaron a la aldea

Ya avanzada la tarde la tempestad se desencade– nó con terríficos truenos, los que por la noche retum– baban con espantosos estallidos contra los mUlOS, en tanto que los vívidos rayos relampagueaban a lo largo de los corredores.

Los padres se habian ~eído de no~otr.os por su su– peliOl' capacidad para eleglr un dormItorIO, y esta no– che se inwldó su habitación Desde ahora mi libro de notas s610 contiene memoria de la llegada de los indios, con la hora en que la tempestad se desató, su violencia y duración, lo coptoso de la lluvia y los lugares a que nos vimos obligados a mover nuestras camas Cada día nuestra residencia se ponía más húmeda y desagra– dable

El jueves treinta de Mayo, la tempestad se ma– nifestó con un torbellino Por la noche el crujido de los ál boles al caer repercutía por la selva, la lluvia caía a torrentes, el rugido del b. aeno era espantoso, y mi~n_

tras lo estábamos contemplando, el aspecto del deuUldo palacio, iluminado por el resplandor de los 1 elá?1pagos, tales como jamás los ví en este país, era e.xceslVamen_ te grandioso, en realidad, había a11í mucho de lo s.u_ blime V 10 ten ib1e La tormenta amenazaba la eXis_ tencia del edificio; y conociendo el vacilante estado de los mUlOS, por algunos momentos tuvimos el temor _de que todo fuera a caerse y nos aplastara Por la mana_ na el patio y el terreno abajo del palacio estaban inWl"-:–

dados y en este tiempo todo el frente se hallaba tan mojado que noS vimos preeisados a dejarlo y a mover– nos hacia el otro lado del COl redor Aun aquí no estu– vimos mucho mejor resguardados, pero pelmanecimos basta que Mr. Catherwood hubo concluido su último dL bujo; y el sábado primelo de Junio, como latas que a– bandonan un navío que Se hunde, levantamos el cam– po y salimos de las ruinas Antes de la pal tida, en to– do caso, haré una de~cripG~ón de los edificios restantes

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