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« Previous Page Table of Contents Next Page »nientes El Usumasinta, en su imponente emso, re– cibe muchas y echa fuera atlas que buscan su camino por ohos canales hasta el mar
Dejando la ancha extensión del Usumasin,ta, eon su comparativa claridad, el Río Palisada, angosto, y
con una onscUla linea de selva a cada lado, plesenta– ba un aspecto teniblemente amenazante de zancudos. Desgraciadamente, al no más principiar chocamos, con– tta la milla Y tomamos a bordo los suficientes pala de– mostlarnos el carácter sanguinalio de los nativos Por supuesto aquella noche apenas pudimos dOlmir Al amanecer todavía estábamos bajando el lÍo Esta el a la región de la gran tiell'a del palo de Cam– peche Encontlamos un gran bongo con dos mástiles
l moviéndose do arlÍba empujado hacia adelante a ja_ lones con la ayuda de las lamas de los álboles y cuya embarcación iba por carga A medida que avanzába– mos las riberas del río en algunos lugal es estaban a_ biel tus y cultivadas. y tenían casas encaladas, y peque– ños ingenios de azúcar movidos por bueyes, y había canoas sobre el agua, en un todo la escena era bonita, l)erO con la fertilidad de la tierra sugiliendo la idea de cuán hermosa podría hacelse esta región
A las dos de la tarde Ilegamos a la Palisada, situa– da sobre la margen izquierda del río, sobre una exu– berante planicie elevada unos quince o' veinte pies Varios bongos se hallaban a lo lalgo de la orilla, y al frente había una larga calle con grandes y bien cons– huidas casas. Este, nuestro primel punto de parada, estaba en el Estado de Yucatán, entonces en revolu– ción contla el gobierno de México Nuestro descenso por el lío había sido observado desde la orilla, y antes de desembarcar nos mandaron hacer alto, se nos pidie~
ron nuestros pasaportes, y nos ordenaron presentarnos inmediatamente al alcalde. La plevención era peren~
toría y ploseguimos sin tardanza hasta didho funcio_ nario Don Francisco Hebreu era superior a cualquiel oh o hombte de los que hasta aqui había yo encontl a– do a la cabeza de una municipalidad; en efecto, él ela jefe del partido liberal en aquella sección del Estado, y como todos los empleados públicos en las provincias
~exicanas, nos lecibió con el respeto debido a un pasa– pOlte oficial de una nación amiga Nos hallábamos de nuevo en medio de una revolución, pela no tenía– mos ni la más remota idea de lo que se tiataba Está~
bamos más intiroaroente lelacionados con la política cent! oamericana, pero ésta no noS era dé más utilidad que el conocimiento de la politica tejana le hubielR sido a un extranjero en los Estados Unidos Por va– rios meseS los nombres de Morazán y de Carrera ha_ bían resonado en nuestros oídos como los de nuesh os plopios candidatos para la presidencia e11 una reñida elección; pero habíamos pasado los límites de su ladio de acción, y estábamos obligados a volver a empezar Por ocho anos el paritdp central había mantenido su preponderancia en México, durante cuyo tiempo, como una señal de simpatía entre pueblos vecinos, el pal tido liberal o democrático había tenido su ascen_ diente en Centro América En los últimos seis meses los centralistas habían vencido a los liberales en Cen– tro América, y durante él mismo tiempo los libel ales hablan casi arrojado a los centralistas en México A 10 largo de toda la costa del Pacífico los liberales es– taban en .umas, haciendo una fuel te guerra levolucio_ naría, y amenazando a la capital, a la que más tarde entraron; pero, después de una gran carnicería y efu– sión de sangre, fuelon rechazados. Hacia el lado del Atlántico, los Estados de Tabasco y Yucatán habían declarado su independencia del gobierno general, y en el intelior de ambos Estados los empleados del go– biel no central habían sido expulsados Los puel tos marítimos de Tabasco y de Campeche, guarnecidos por
ti opas centrales, todavía se sostenían, pero en ese tiem– po estaban bloqueados y sitiados en tierra por fuerzas federales Todas las comunicaciones por mar y tiena estaban cortadas; sus provisiones eran escasas, y don
Francisco pensaba que planto se velían obligados a
1 endirse por hambre,
La revolución p81ecía de una tendencia más ele_ vada, por una causa más grande, y conducida con más 11l0del ación que en Centro América Los fundamen– tos de la revuelta aquí elan el despotismo del gobierno central, que, muy alejado por la posición e ignorante de la condición y recursos del país, usaba sus distantes plovincias como lugar de alojamiento para empleados rapaces, y como fuente de ingresos para que el dinero fuel a malgastado en la capital Una pequeña circuns– tancia demostraba lo impolítico e ineficaz de las leyes A causa de los derechos elevados, el contrabando ha– bía llegado a tal extremo en la costa, que muchos ar– ticulos se vendían legularmente en la Palisada por mu– che menos precio que el valOl de los derechos La 1 evolución, 10 mismo que todas las otras en aquel país, empezó con pronunciamientos, es decir, declm aciones de la municipalidad, o lo que noso_ has llamaríamos la cOlporación de un pueblo, en favOl de algún partido especial La Palisada había hecho su
pIOllunciamiento no más que dos semanas antes, los empleados públicos centrales habían sido expulsados, y el alcalde actual apenas había permanecido en su puesto el tiempo suficiente para calentar la silla El cambio, sin embargo, se había efectuado con un espí_ ritu de moderación y sin venganzas ni derramameinto de sangre Don Francisco, con una rara liberalidad, hablaba de su inmediato predecesor como de un hom~
bre lecto por descarriado, quien no fué perseguido, sino que vivía en el lugar sin que lo molestaran Los libel ales, en todo caso, no esperaban el mismo trata– miento de manos de los centralistas Se temía una in– vasión procedente de Tabasco Don Francisco tenía empacada su plata y objetos de valor, y mantenía su bongo frente a la puerta para salvar sus efectos y fa_ milia, y el lugar estaba lleno de patriotas que limpia– ban sus armas y se preparaban para la guerra Don Francisco era un hombre., rico; poseía una ha– cienda de treinta mil cabezas de ganado, plantaciones de palo y de tinte y bongos, y se le calculaba un capi– tal de doscientos mil dólares La casa en que vivía es_ taba en la ribera del río, l ecién construida, con ciento cincuenta pies de frente y le había costado veinte mil dólares Entre tanto que estábamos con él la comida estuvo a punto de servirse, en un estilo liberal de ma– nejo doméstico inusitado en aquella tierra, y, con la libertad de un hombre que se siente segm o de que no se le tomaría desprevenido, nos rogó que lo acompa– ñáramos a la mesa. En todas sus relaciones domésti– cas era él semejante a un respetable cabeza de fami_ lia en nuestra patria Tenía dos hijos, que pensaba enviar a los Estados Unidos para su educacióJl; y las cosas menores también nos hacían evocar los senti– mientos de nuestra tierra Por la plimera vez dman– te largo tiempo tuvimos pan, elaborado con harina de Nueva York, y la tapa del barril tenía una marca de Rochester. Don Francisco nunca habia viajado má§ allá de Tabasco y Campeche; pero conocía bien geo~
gráfica y polfticamente Europa y los Estados Unidos; en vel dad, él fué uno de los más agradables compañe_ lOS y más bien inshuidos hombres que encontramos cn aquel país Permanecimos en su compañía toda la tar~
de y, hacia el anochecer movimos nuestras sillas hacia fUCl a enfl ente de la casa, donde po! la noche era el punto de leunión de la familia La milla del lío era un paseo pal a cambiar saludos con don Francisco y
con su esposa, una silla vacante estaba siempre a la mano, y de tiempo en tiempo alguno se sentaba con noson os Cuando la campana llamó a visperas cesó la conversación, se levantaron todos de sus asientos, rezalon una corta Olación, y al terminarla cada uno se volvió al otto con un buenas noches, sentálonse de nuevo y l enovaron la conversación Había siempre algo de imponente en el tañido de la campana que lla– maba a vísperas, presentando la idea de una inmensa
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