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« Previous Page Table of Contents Next Page »mirados de cómo llegarían hasta allí. Con rifles po– dlÍamos haber matado por lo menos cien
A las tres se desató la tempestad rcglamentalia de la tarde, principiando con una tlemenda láfaga de viento hacia aniba del río, que hizo al bongo ghar a la redonda, impelió su costado hacia alriba de la co– rliente, V antes que llegáramos a la milla tuvimos un copioso aguacero Al fin nos afianzamos, asegUl amos los CUal teles sobre el lugar preparado para nosob os, y nos metimos debajo Estos eran tan bajos que no podíamos sentarnos, y acostados había como un pie de espacio arriba de nosotros Cuando llegamos a Ja Palisada nos consideramos afol tunados al encontl m un bongo listo, no obstante que ya tenía a bOl do una plena cmga de palo de tinte desde la ploa hasta la popa Don Francisco dijo que selÍa demasiado incó_ modo, V quelÍa que l!gual dásemos un bongo de su pro– piedad, pero la demora el'a pal a nosotros un mal peOl, y yo hice un convenio para que quitaran una pOlción del cargamento detrás del palo mayor, pma así dispo_ ner de un CUal tel sobre cubierta, y dalnos lugar deba– jo Pela no le dimos ninguna superintendencia perso– nal; y cuando llegamos a bordo, aunque el palo de tinte parecía de especie algo dura para dormir enci– ma, no descubrimos la extl ema incomodidad del lugar sino hasta que nos vimos forzados a meternos debajo por la lluvia Aun el pequeño luga¡ comprometido, y
pagado según convenio, no era de nosotros Los mu_ chachos del Petén se arrastralon debajo con nosobos, y siguieron el patrón y los señores. No podíamos ano_ jarlos al inclemente qguacero, y todos estábamos como una masa de carne humana, animados por el mismo espÍlitu de sufrimiento, de irritación y desamparo Du–
lante este tiempo la lluvia caía como un diluvio; el
tl ueno letumbaba espantosamente sobre nueshas ca– bezas, los rayos relampagueaban por entre las grietas de nuestla obsucura madriguera, deslumbrando j' ce_ gando nuestros ojos; y oíamos cerca de nosohos el te– rrífico estallido de un árbol al caer, deshozado por el viento, o, como entonces suponíamos, despedazado por un rayo
Tal el a nuestra situación Algunas veces los nu– dos del palo de tinte se adaptaban bien a las CUl vas y concavidades del cuerpo, pero en general quedaban justamente donde no deberían estar Pensamos que
no Dofuíamos hallarnos peor, pero muy pronto nota– mos nuestra equivocación, y nos consideramos como ingl'atos murmuradores sin motivo Los zancudos nos
1 eclamaban como bienes mostrencos, y en sanguina– lios enjambres se abrieron paso por debajo de los cual_ teles zumbando y cantando
"Fee, faw, fUID,
1 smel1 the blood oí an Eng1ih~mun,
Dead 01' alive 1 wiII have sorne". e
Ahora yo puedo volver la vista hacia nuestlas pe– nalidades en aquel lugar con perfecta ecuanimidad; pero por el momento, con el calor y el enciell'o, está– bamos de todo menos de buen humor, y a las diez de la noche reventé furioso, echando en cata al patrón y a sus haraganes señores el no haber llegado a la desem– bocadUla del río antes del anochecer, como se hacía usualmente, y como le había encargado el alcalde que lo hiciera, e insistí en que nos sacara hasta entrar en la corriente
La lluvia había cesado, pero el viento estaba to_ davía fUlioso, y nos llevaría ell¡ línea lecta. Con la nublada luz vimos un gran bongo con una vela desple_ gada, que palecía que volaba río arriba como un fan_ tasma Hicimos que el patrón se separara de la orilla, pero no pudimos mantenernos en el río, y, después de unos cuantos movimientos en zigzag, fuimos lanzados de t1avés hasta la opuesta orilla, donde atrajimos sobre nosobos nuevos y más hambrientos enjambres. Aquí permanecimos una hora más, hasta que el viento cal– mó, y salimos a la corriente. Este fué un gran alivio
Los scñOles aunque más habituados al castigo de los zancudos que nosobos, sufrieron casi lo mismo Las nubes se disip31on, apmeció la luna, y, si no hubiela sido por los abominables insectos, nuesbo flote hacia abajo del silvestle y desolado río hablía sido un eVen– to que vivhía en la memOlia; así como Na, ninguno de nosotros intentó dormh; y yo sincelamente creo que ningún homble poqlía pasar una noche entela en las
01 iHas y vivir
Al amanecer nos baIlábamos todavía en el río lHuy pronto llegamos a una pequeña laguna, y, haciendo unas cuantas viradas, entramos a un angosto paso lla– mado Boca Chica El agua estaba casi a nivel con las libe1 as, y a cada lado había los más gigantescos árbo– les de las selvas tropicales, con las raíces desnudas has_ ta hes o cuatro pies arriba del suelo, nudosas, 1etmci– das y entretejidas una a otra, grises y como mueltas; levantadas, como para brindar una extensa vista deba– jo de las primeras ramas: una selva de vívido verdor
A las diez de la mañana pasamos la Boca Chica y en_ tramos a la Laguna de Términos. Una vez más en agua salada y lanzados a la mar a vela llena, hacia la del echa vimos sólo una extensión de agua, a la izquier_ da había un borde de árboles con las raíces desnudas, que pmecían emerger del agua; y al flente, aunque un poco hacia la izquierda, y apenas visibles, una larga líne ade árboles, marcando la isla ded Carmen, sobl e la cual estaba situado el pueblo de Laguna, nuestro puerto de destino El paso pOl la laguna ela bajo y estrecho, con a1recifes y bancos de arena, y nueshos barqueros no perdieron era oportunidad pal a enca– llalla Sus esfuerzos para desencallallo llegaron al clímax de la estupidez y de la pereza; uno o dos de ellos empujaban con palos al mismo tiempo, como si estuvie– ran empujando un bote de remos, y después se paraban a descansar y se los dejaban a atlas De lo que se po– día hacer con las fuerzas unidas parecían no tenel idea; y, después de algunos ineficaces esfuelzos, el pa_
trón dijo que debelÍamos quedarnos hasta que subie_ ra la malea. No queríamos pensar en otra noche a bordo del bongo, y tomamos el entero comando da le embalCación. Teníamos el derecho de hacer esto en vista de las fueuas físicas que pusimos en acción Has_ ta Ml Cathelwood ayudó; y, a más de él, nosotlos éla– mas tres hombres fornidos y desespe1ados Los es– fuelzos de Juan fuelon gigantescos Dada la gran su_ pelficie expuesta, los zancudos lo habían atOlmentado telliblemente, y él estaba aún más disgustado con el bongo que nosotro~. Pusimos a dos hombl es entre el agua para alzarlo desde el fondo con sus hombros, y nosotros empuñango los palos todos juntos, lo empu_ jamos dentro del agua plofunda. Con una suave bli_ sa navegamos fácilmente a lo largo hasta que pudimos distingUir los mástiles de las em,barcaciones de Lagu– na elevándose arriba de la isla, en tanto que el viento se aquietó enteramente, dejándonos bajo un tórrido sol y en calma chicha.
A las dos de la tarde vimos las nubes que se con– densaban, e inmediatamente el cielo se encapotó, ple_ sagio de una de aquellas espantosas talmentas que aun en tierra firme eran teuibles. Se bajaron los cualte– les y se extendió un encerado encima pala que nos 1e_ fugiáramos debajo. La racha llegó tan lepentinamen– te que los hombles se vieron cogidos de imploviso, y la confusión a bordo fué alalmante. El patrón, con ambas manos extendidas y del modo más suplicante, logaba a los señores recoger las velas; y los señOleS', todos gritando al mismo tiempo, corlÍan y rodaban so– bre el palo de tinte, tirando de todas las cuerdas me_ nos de la verdadera. La vela mayor se pegó a medio camino, y no podía bajar; y mientras que el patrón y todos los tripulantes gritaban y miraban hacia lo alto, el malinero que había volcado en la canoa, con lágri– mas de terror realmente brotándole de los ojos y en un auanque de desesperación, subió mástil alliba por las argollas, y, saltando violentamente sobre la punta, sostenido por una cuerda, echó abajo la vela con un ra_
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