Page 151 - RC_1969_01_N100

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tl aje adecuado aquella mañana, selÍa bastante orgullo_ so pala plesentarse de otro modo Las indias elan real_ mente hermosas; todas estaban vestidas de blanco, con un libete rojo alrededOl del cuello, en las mangas y en la Olilla de sus vestidos, y SUs rostros plesentaban una explesión de dulzula, satisfacción y amabilidad; las da– mas de la clase alta estaban sentadas bajo las emama– das frente a las puertas de las casas y a 10 lalgO de los con edores, elegantemente ataviadas, sin sombrero, y con velos o flores en el cabello, combinando una ele_ gancia en la apariencia con la sencillez de manel as que presentaba casi una escena de poética belleza; y ellas ostentaban un espíritu de aleglÍa libre de pr eocupacio_ nes, tan distinto de los inquietos rostros de Guatemala, que parecían como lo que Dios había dispuesto que fue– ran; felices En verdad, en este lugar no hablía sido pe– noso el cumplir con la condición pala la compla de Pa_ lenque; aunque tal vez algo del efecto de esta viva im– plesión haya sido sólo eltesultado del a compalación Después de la procesión don Joaquín (PI opuso que visitálamos al obispo o a una señ0l3 que tenía una hija hermosa El obispo era el hombre más importante en Mélida y vivía en el más faustoso estilo; pero, decididos a sacal el mejOl plovecho de nuestro día en Mérida, es– cogimos la otra lama de la alternativa Por la tarde, sin embargo, fuimos a visitarlo Su palacio estaba con~

tiguo a la catedral, y flente a la puel ta había una gran

ClUZ; la entrada :re hacía por un patio con dos filas de corredores Subimos a una segunda escalera

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y entramos a una antecámara, donde fuimos recibidos por un em– pleado bien vestido, quien notificó al obispo de nues_ tIa llegada, y poco después nos condujo a través de tres soberbios salones con elevados cielos y alumbrados con lámparas, en uno de los cuales había un sitial cubierto con damasco rojo que subía sobre el mUlO de atrás has– ta formar dosel. • Desde el último salón se ablía una puel ta que daba a una amplia habitación elegantemen– te amueblada como dormitorio, en uno de cuyos rinco~

nes estaba una glan jofaina de plata con pichel del mis– mo metal; y en el centro, no movible o no m'!ly f~cil de mover sentado el obispo, un hombre de vanos pIes de circunferencia muy bien vestido, y en una silla hecha a propósito, l~llena y fOlrada de tafilete laja, q~e ni lo oprimía ni lo d~j~ba rodar, c~n una lalga y bIen ase_ gUIada pieza salidIz'a como oreJera a cada lado para de_ tenerle la cabeza durante la siesfa. Estaba prpvista de blZOS del ancho suficiente para sostener libIOS Y pape– les, y parecia la Obl a de un ~ombre de in&"en~o Las lí_

neas del rostro del obispo, sIn embalgo, IndICaban un hombre de elevados sentimientos y carácter, y su con– versación confirmaba la impresión. El era cenh ali~~a y gran político; y hablaba de cartas generales, de SItIOs, de bloqueos Y de batallas, en un tono que recOl daba el vivo retrato de algún sacerdote guerrero o Gran Maes– tre de los Templarios En resumen, él nos dijo que su in– fluencia su casa y su mesa estaban a nuestro servicio, nos suplicó que señaláramos un día pala comer con él, y dijo que invitaría a al~nos am~gos pala que .es~u_

viesen con nosotros Hablamos tellldo muchas aflIccIO_ lles durante nuestro viaje y no fue la menOl el decli nar esta invitación; pero abrigábamos alguna espelanza de que podríamos compartir su hospitalidad a nuestl o legleso de Uxmal.

Del palacio del obispo nos. fuimos al teatro, '!In amplio edificio construido expl esamente para el obJe~

to con dos hileras de palcos y un lunetario La fila su–

pc~'ior de palcos era privada, La prima donna era una dama que se sentaba junto a mí en el hotel a la hOla de la comida'; pero yo tuve mejor ocupación que atender al espectáculo, en; conversar con damas que habrían agraciado cualquier círculo social Una de baile en una casa de campo inmediata a 'la Ciudad den– tro de pocos días, y el renunciar a éste fué una prue_ ba más dura que la pérdida de la cómida del obispo En todo caso, la noche en el teatro completó la satis_ facción del único día que pasamos en MéIida, de mo-

do que él queda impreso en mi memoria como un vivo alivio a meses de melancolía;

A la mañana siguiente, a las seis y media salimos, a caballo para Uxmal, acompañados por un criado del señor Peón, con indios POI: delante, uno de los cuales llevaba una carga no prOVIsta por nosotros, en la que se veía una caja de clarete. Al salir de la ciudad en_ tramos en un camino llano y pedlegoso, que semejaba un lecho de piedra caJiza, cortado a través de un bos– que de árboles achaparrados A la distancia de una legua vimos por ent! e un claro de los ál boles una gran hacienda perteneciente a la familia Peón, cuya entrada se hacía por una glan puerta que daba a un corral de ganado La casa estaba construida de piedra y tenia un frente de más o menos ciento cincuenta pies, con una arcada que corría por todo el largo Se hallaba elevada ah ededor de 20 pies, y al pie había un abre_ vadero que se extendía por todo el largo, como de diez pies de ancho y de igual plofundidad, lleno de agua pal a el ganado A la izquierda quedaba una escale– la con gradas de piedra, que conducía a una platafor_ ma también de piedra, sobre la cual se hallaba situada la hacienda. Al extremo de esta estructura había un depósito artifiCial o tanque, también construido de piedra y cementado, como de ciento cincuenta pies en cuadro, y quizá de veinte pies de hondo Al pie de la muralla del tanque había una plantación de hennikeli (henequén), una especie de áloe, de cuyas fibras se hace el cáñamo. El estilo de la casa, la firme y subs– tancial calidad del depósito, y su aparente valor, le daban un imponente carácter a la hacienda.

En este lugar nos dejaron nuestros indios carga_ dores y tomamos otros de la hacienda, con quienes continuamos tres leguas más adelante hasta otra ha_ cienda de la familia, de muy parecido carácter, donde paramos para desayunarnos Pasado est9, nos pusi– mos nuevamente en marcha, y por entonces ya el ca– lor era desesperante

El camino era muy áspero, sobre un lecho de pie– dra escasamente cubierto, con terreno apenas suficien_ te para el crecimiento de mezquinos árboles; nuestras sillas eran de un nuevo estilo, y de lo más doloroso y

difícil de soportar para aquellos no acostumbrados a ellas' el calor era muy opresivo; y las leguas muy lar_ gas hasta que llégamos a otra hacienda, un vasto, irre– lar' montón de edüicios de piedra gris obscuro, que podlía haber sido el castillo de un barón gel mano en la época feudal.. Cada. una .. de ,estas hacie:qdas tenía un nombre indígena; "ésta se llamaba la hacienda de Vayalquex, y fué la única de la cual doña. Joaquina, al hablar de nuestra ruta, había hecho alguna mención especial La entrada se hacía, por una gran puerta de piedra con un remate piramidal, que daba a una lar– ga calle, á la derecha de la c1,lal estaba un cobertizo, construido por don Simóri después de su regreso de los Estados Unídos, como una cordelería para la manu– factura del cáñamo ploducido en su hacienda; y había cierto arreglo que contribuia much,o al efecto,. y el cual no observé en ninguna otra parte: el corral y los tanques se hallaban hacia un lado y fuera de la vista Nos apeamos bajo la .sombra de majestuosos árboles al fl ente de la casa, y subimos por up-.a escalera de anchas gradas de piedra hasta lin coi redor de treinta pies de ancho, con amplios esterados, que po~!an en_ rol1alse o bajalse como un toldo. p:;lra protecclOn con– tra el sol y la ¡Juvia, Por un lado ,el coneaor seguía rodeando al edificio, y por el otro lado conducía a la puel ta de una iglesia que tenía encima una glan cruz, y el interior ornamentado cori imágenes como las igle– sias en 10s pueblos, par~ los habitante::; de la hacienda Tenía mil qllinientos indios residentes, ligados al pa~

hón por una especie de feudal tenencia Como ami– gos del amo y, acompañados por un sirviente de la fa_ milia, todo estaba a nuestl a disposición

Inesperadamente habíamos caído en tino estado de cosas nuevo y singular. La periínsula de Yucatán, si_

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