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que ningún respeto se tenia a los pasapOl tes del pal–

tido contralio El capitán tenía su pasaporte de San Salvador, que aquí era peor que si no lo tuviese. Don Saturnino era poseedor de un smtido de pasaportes de comandantes de dif~rentes partidos, y en esta ocasión hizo uso de uno firmado por un coronel de Ferrera El capitán me presentó bajo el titulo de "El Señor Minis..

tIa de Norte América", y yo procuré hacerme acepta_

ble diciendo que había estado en San Salvador en bus.. ca de un gob:erno y que no me había sido posible en.o contlarlo El hecho era que, aunque yo no podía, por de pronto, entrar en negociaciones regulares, siempre que tenía la oportunidad de ejercer la diplomacia por propia cuenta, lo hacía; y con objeto de definir y de de aclarar de una vez nuestras respectivas posiciones, tomé a mi cargo el hacer los honores de la ciudad, in– vitando al general FigOloa y a todos sus oficiales a un desayuno Era este un golpe atrevido; pero Talley.. rand no podría haber tocado cuerda más sensible Ellos desde el medio día anterior, no habían comido nada' y hasta creo que gustosos habrían abandonado su fácil conquista por un buen desayuno Aceptaron mi invitación inmediatamente, poniendo así punto final a mis escasas provisiones preparadas para el camino El general Figoroa nos c?J}firmó la derrota y h~da d.e Morazán. y su persecuclOn por Carrera, y el "InvencI– ble jefe" qujzá se hubiera sorplendido por el placer que yo me prometía de encontrarme con él

En pocos momentos nos pusimos de acumdo en a– bandonar este pueblo fronterizo tan pronto corno fue– ra posible y seguir adelante Yo casi abandonaba u~­

teriores proyectos para atender sólo a nuestra segUll– dad personal Regresar, pensábamos, sería m/eternos en la hoca del loho El pueblo de San Salvado estaba furioso contra los extranjeros, y las tropas de Hondu–

1 as lo invadían por un

lado mientras las hordas de Carrela por el otro Permanecer donde estábam~s

nos ponía en peligro de ataque por ambos lados; SI– guiendo adelante encontraríamos las tropas de Carre– ra y si lográbamos pasar dejaríamos la guerra por de– trás' no teníamos más que un riesgo y este sería pues~

to r:. prueba en un día Bajo esta creencia le dije al general que habíamos determinado seguir con rumbo a Guatemala Y que sería una ayuda para nuestra; se– guridad el ohtener su pasaporte Era esta su pnme_ ra campaña y hacía pocos días que estaba en servicio, habiendo sido enviado con presteza a tomar posesión de este pueblo para cortar la retirada de Morazán Se sintió halagado con que le solicitáramos nuestro pasa– porte y nos dijo que ciertamente lo creía indispensa– ble Su secretario y ayudante había sido dependiente de una botica en Guatemala y, por consiguiente, sabía el respeto que se le debía a un Ministro, y. él mismo nos dijo que haría el pasaporte Yo estaba ansioso de obtenerlo El capitán manifestó que no teníamos pri_ sa pero yo abandonando toda cortesía, le dije que nos urgía pOlq~e teníamos que partir inmediatamente des_ pués 'del desayuno.. Yo estaba temeroso de tar.danza~,

de dilaciones Y aCCIdentes y, a pesar de los ImpedI_ mentos y trabas, no descansé hasta que vi sentado al secretario en la mesa escribiéndolo, quien, de una plu– mada me ascendió a todo un "Ministro Plenipotencia– rio" El nombre del capitán fué agregado al pasapor~

te 10 firmó el genelal Figoroa y hasta que lo puse en mi bolsillo pude respirar tranquilamente

Regresamos a la casa y a los pocos minutos el ge– neral su secretario y dos oficiales mulatos, lleg310n a desayunarse siendo una fortuna que no llegaran otros, porque ellos se preocupaban más de la cantidad que de la calidad y {'·n este particular era en lo que estába_ mos más eseasos. Teníamos bastante chocolate, algo de pan y algunos huevos que habíamos encontrado en la casa Pusimos en ]a mesa todas nuestras plovisio– nes y le dimos al general el puesto de honor a la ca– becel a Uno de los oficiales prefirió sentarse aparte comiendo loo;¡ -huevos con los dedos Es, en veldad, muy poco grato para el invitante, el verse obligado a medll la cantidad de comida a sus huéspedes; pela en

mi caso, debo decir que resulté agradablemente chas_ queado Si YO hubiera sido el invitado los habría sor_ prendido tanto como sus voraces antecesores asombra_ ron a los indios El desayuno resultó satisfactorio' na-da sobró y creo que tampoco faltó. ' Una circunstancia desagradable vino en seguida: el. General Figo~'oa nos suplicó esperar una hora más, mIentras preparaba noticias para Carrera, informán– dole de haber ocupado Aguachapa Yo estaba extre_ madamente ansioso de que saliéramos mientras que todo permanecía tranquilo; de Figoroa y de su secre– tario teníamos buen concepto; pela habíamos observa_ do que él no tenía completo control sobre sus solda– dos y, mientras permaneciéramos en el pueblo, esta– ríamos sujetos a sus visitas, preguntas e impertinen_ cias, lo cual podría dar lugar a alguna dificultad Por otra parte, el ser nosotros conductores de despachos para Carrera nos daba gran seguridad en el camino Afortunadamente don Saturnino dispuso adelantarse con la carga, y yo, deseoso de verme libre de todo em_ barazo, le recomendé que se adelantara cuanto fuela posible, que nosotros pronto le alcanzaríamos A la hora convenida nos dirigimos a la plaza para

1 ecoger los despachG.$ sólo para encontrarnos con una nueva confusión: Figoroa ya montado, sus lanceros haciendo lo mismo y todos tomando sus armas Un espía había traído la noticia que el coronel Angoula, con sus soldados estaba por las faldas de la montaña, y nuestros amigos se aprestaban a atacarlo Al mo– mento los lanceros partieron a galope, y los andrajosos soldados los siguieron con sus armas, al mismo paso de los caballos La carta para Carrera estaba a me– dias y un ayudante de campo nos dijo que nos espe–

1 áramos un poco, que pronto estaría todo terminado Quedaba, él al mando de setenta u ochenta hombres y nosobos nos sentamos en su compañía en el corre– dor del cuartel Era algunos años más joven que Fi~

goroa, más inteligente y parecía muy amable, menos al tratarse de política, porque entonces se mostraba furibundo contra Morazán y contra sus partidarios. Era caballeroso en sus maneras; pero con la levita y el pantalón rotos Nós dijo que tenía una levita nue_ va que le había costado diez y seis dólares; pero que como no le venía preferiría venderla Más tarde, ha– blando yo de este joven con uno de los oficiales de Mo_ razán, quien en todo me merecía entero crédito, menos en lo que se 1 efiriera a sus enemigos políticos, me con_ tó que este mismo secl etario le había robado un par de pantalones y que indudablemente la levita serIa también robada a alguna otra persona

No había orden ni disciplina entre los soldados; cada uno hacía lo que quería. Por fortuna, los habi_ tantes del pueblo, en su huida se habían llevado todo 10 que pudieron, dos o tres veces algunos de ellos, que andaban en busca de forraje, regresaron con un caba– llo o una mula, y en una de tantas, llegaron con la no– ticia de que Angoula volvía al pueblo pero por otro rumbo. Inmediatamente todos tomaron las armas, y muchos de ellos, por lo menos la mitad, sin precaucio_ nes de ninguna clase salieron corriendo. De nuevo tuvimos la oportunidad de tener la población en nUes~

tras manos, peLO la alarma. resultó infundada. Pen– samos en el peligro que cOlríamos por la facilidad con que nuestros amigos nos abandonaban y, sobre todo, POI lo peligroso que sería el ser identificados con ellos Había allí tres hermanos, los únicos lanceros que no se habían ido con Figoroa, blancos, jóvenes y atléticos, los mejor trajeados y mejor almados de la compaIÍÍa, que se la daban de valientes y que parecían deseosos de trabar relaciones con nosotros Nos dijeron que tenían el propósito de Í1 a Guatemala; pero como me inspIraban desconfianza, procuré evitar su conversa– ción, pues prf'tendían saber qué día sería nuestro viaje Después oí decir que estos eran nativos de la población y que se les obligaba a salir de allí por ser muy conocL dos como aSf;>sinos Uno de ellos, por puro espíritu de contienda provocó una disputa con el ayudante, pa– voneándose frente al cuartel y diciendo que a él nadie

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