Page 73 - RC_1969_01_N100

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lo mandaba, que ellos se habían agregado al general

Flg01. oa voluntaliamente, y que eran libres de hacet

lo que les diC'l a la gana Mientl as tanto,algunos de los del pueblo, que no tenían nada que pelder, notando que no había peligro -entre ellos un alguacU-, ha–

bían regl esado o salido de sus escondites; entonces a–

provechamos la oportunidad para escoger un guía que eSluviCla listo pala cuando regresara el Genelal Figo–

1 ola Después volvimos a la casa y allí tuvimos la 801–

plesa de encontralnos con la viuda de Padilla Ella !Jahb estado ese ondida en la vecindad, y por medio de

lina anciana sil vienta había sabido que el general se ha!Jía desayunado con nosob os y que teníamos intimi– dad cúr él Le preguntamos si sus hijas se encontra– ]lan en lugeu segUIO, pero sin ave.liguar en dónde, POl–

'fUl' tl'niamos la (>}~peJ iencia que se contestan mejor las

111 e~:.1lltas cuanÜ\J no se sabe nada

Esperamos hasta las cuatro de la talde y, no te– niendo noticias del General Fígoroa, pensamos que noS sería imposible pal tir antes de enhada la noche. Por consIguiente nos dirigimos al extremo de la calle por donde Figoroa había entrado y en donde se encontra– ban las ruin3s de una antigua iglesia Nos sentamos sobre los muros y a través de la larga calle miramos hacia la plaz~ donde habian algunos pabellones de mos– quetes y varios soldados Alrededor todo era monta– ñas, ent! e las que se destacaba el hermoso volcán de Chingo Mientras tanto dos mujeres pasaron corrien– do y nos dijeron qu_c los soldados regresaban por a– quelia dirección, escondiéndose entre las ruinas Al Cl tizar el camino, fuimos interceptados por ellos 50–

ble una pequeña eminencia, donde nos vimos precisa~

dos a paral mi.entras pasaban por la parte baja.. Pu– dimos notar que parecían irritados por el mal éxito de su fatiga y que habla encontrado aguardiente pues muchos regresaban bOl rachas Un tambor de acaba.,. 110, tan ebrio que apenas podía sostenerse en la silla, se pasó para glorificar al General Carrera. Pronto si– guieron todos con el grito de "¡Vica Carrera!" y uno oe eilos con la coITea de su mochi1a cruzada sobre sus dC'snudos hombros se paró y volviéndose hacia noso– tros, con furiosa expresión nos dijo: "Uds están vien– do cuántos somos, ¿verdad?"

Nosotros desaparecimos regresando a casa por otla calle, esperamos un momento y por último determina– mos salir de la población y dormir en la primera ha– cienda que encontrásemos, dejando la casa para ir otl'a vez adonde Figoroa por los despachos; pero antes de llegar vimos que de nuevo había confusión y desorden en la plaza, todos montando y tomando sus arlnas. Tan pronto como Figoroa nos divisó, espoleó su caballo pa– ra encontl arnos y con gran prisa nos dijo que Mora_ zán se encontraba ya casi a las orillas de la población; que acababa de recibir la noticia y que se preparaba para atacarle Que no tenía tiempo para firmar los despachos; y mientras él nos hablaba, sus lanceros pa– saban galopando; nos dió la mano, nos dijo IChasta lue_ go" recomendándonos que si no le volvíamos a ver que visitáramos a Cauera, y en seguida se puso a la cabe– za de sus lanceros Los soldados de a pie seguían en una sola fila llevando sus al mas cada uno como le pa– recía más conveniente En medio de tanta pI isa y ex_ citación nos olvidamos de nosob os mismos hasta que, oyendo algunas palabras lisonjeras, vimos a dos de ellos que con expresión diabólica nos apuntaban con sus mosquetes; pero empujados por los de atrás grita– ron furiosamente: "¡estos pícalos alta vez!!" Ape– nas acababa de desaparecer el último de ellos, cuando oimos UDa descarga de fusilería y al momento los cin– cuenta o sesenta hombres que habían quedado en la plaza, arrebatando sus armas corrieron hacia abajo Plonto vimos venir, a todo correr, un caballo sin ji– nete, otlos tres le seguían, y en cinco minutos pudi_ mos ver hasta treinta o cuarenta de a caballo a quie~

nes encabezaba nuestro amigo FigOloa, tratando de salvar la vida; pero a los pocos instantes, 1 eanimados volvleron Nos encaminábamos hacia la iglesia pala

subir al campanario, cuando un nutlido fuego de fu_

siletía envolvi6 la calle po¡ aquel lado y, antes de que pudiéramos reg~esar a cas!lJ el combate se había pro– pagado pOl toda la vía. l'lOsotros sabiamos que una bala peIdlda podría alcanzarnos y, en consecuencia, batamos de 3segurar nuesbas puel tas y ventanas¡ pe–

10 como a cada momento la lucha se hacía más encar_ nizada y las balas pasaban muy cerc de nosobos al_ canzando hasta lvs casas del fl ente, nas reth amos basta

un pequeÍlo cuarto situado en el patio, junto con la an– ciana sirvienta, (no sabíamos qué fin había tenido la viudad), CUYrl pieza tenía buenos mIDas y puerta de tres pulgadas de grueso, a prueba de balas; la cenamos y en la obscUl idad estuvimos escuchando con más va– lor Ya allí nos cOllsideIábamos libres de todo peli– glO, pela siempre teníamos serios temores por los 1 e_

sultados de la batalla El espíritu de ambos bandos ela matar, de dar cuartel, ni pol pienso; Los palti_ darios de Morazán sin duda eran pocos pero dispues_ tos a luchar desesperadamente, y por lo nutrido de las descalgas y la duradón del combate, suponíamos que habrían habido muchos muel tos Nuestl os antiguos amigos, enfwecidos por la matanza, helidos, habiendo perdido a muchos de sus compañeros y sin control de

ninguna clase, no taldarian en conectar a "esos píca– ros" con el auibo de Morazán Yo no diré que ilues– tro deseo fuera que a todos ellos los hubieran matado, pero sí que 'es quitaran toda la mala sangte que te~

nían, lo que daba casi lo mismo La veldad es que no deseábamos volver a verlos nunca Yo preferiría en_ contrarme con una banda de ladrones en despoblado que con ellos; y jamás me senU más consolado cuando escuché el sonido de la corneta; era el anuncio de la victoria de Morazán y aunque resonaban fieramente las bien conocidas notas de "¡degol1ar¡", H¡degollarl" eso era música a nuestros oidos Pronto recibimos el tropel de la caballería y salimos de nuestro escondite, volvimos a la sala y oímos el grito de ce j Viva la Fede_

ración!'~ Es~e era un sonido grato Ya estaba obscu–

la; abrimos la puerta una o dos pulgadas y un lance– ro que pasaba metió su lanza para abrirla más y nos pidió un poco de agua; le dimos una calabaza grande que atto tomó de sus manos; abrimos más la puerta y poniendo otras dos calabazas grandes en el umbral, cada soldado que pasaba tomaba un poco apresurada_ mente Haciéndoles algunas preguntas, nos enteramos que con ellos venia el mismo General Morazán, con los sobrevivientes de su expedición contra Guatemala Nuestra casa era muy conocida; muchos de los oficia– les preguntaban por la familia y un ayudante di6 la. noticia a la drvienta que Morazán pensaba hospedar_ se al11 Los soldados marcharon hacia la plaza, apila– ron sus armas y gritaron ((¡Viva Morazán!" Por la mañana el grito era "¡Viva Canera!" Nadie gritaba "¡Viva la Patria!".

Pela nuestras molestias no tenían fin: por la ma– ilana nos habíamos rendido a un partido y por la tarde nos veiamos atrebatados de sus manos por el otro Pro_ bablemente antes de amanecer Catrera volvería a caer sobre nosottos S6lo un consuelo nos quedaba y era que los hombres que habían impedido nuestro descan~

so la noche anterior y ahuyentado a los habitantes de sus hogares, andarían ahora por las montañas en bus_ ca de alojamiento para si mismos Yo sentía pesar pOl FigOloa y su ayudante y en general por todos los muer–

tOSj con lespecto a los demás poco me importaba su suel te

A los pocos momentos un grupo de oficiales llegó a nuestra casa Durante seis días habían estado én constante huida a tl avés de un pafs lleno de enemigos, cambiando cada poco de dirección pal a despistar a sus perseguidores y palando solamente para dar descanso a sus cabalgaduras Llegando al final de una victorio– sa escaramuza, me pareció el mejor grupo de hombles que había visto en el pais Figaroa había caído soble ellos tan 1 epentinamente, que al General Morazán, al frente de sus tropas, le habían pasado dos balas muy

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