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« Previous Page Table of Contents Next Page »jOles oficiales y su hijo mayor caYClon a su lado y, atl avesando una mm aUa de carne hurnana qlle se le oponía, con cuatiocientos cincuenta hombres que le quedaban, lOglÓ escapar El cOlonel ZClabia me l)le~
sentó a él Por lo que yo habia oído decir del Gene–
1 al Mm azán y pOl el entusiasmo con que sus oficiales se expIesaban de su pelsona
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se me había fOlmado un sentImiento casi de admiracIón pOI este homble, aU– mentando mi intelés por él a causa de sus dcsglacias En verdad yo no sabía cómo iniciar la convelsación,
y mientras mi mente estaba llena con la idea de su iu– fOl tunada eX"'pcdición, la primera plegunta que me hizo fué si su familia hablía llegado a Costa Rica o si te– nía yo alguna noticia de ella No me atrcví a decÍl– le lo que entonces pensaba que las penas afligían a to~
dos los que estaban ligados a él y que plobablemente a su esposa e hijas no se les dalÍa asilo en aquel Es– tado Pela en vel'dad era muy significativo el que, en tales momentos y ante el cuadro de sus desttoza– dos seguidores, fresca en su memoria todavía la muel– te de sus compañeros. 'en medio de la ruina y del de– sash'e, su corazón se· tornase hacia sus afectos fami_ liares lV[e rranifestó su pesal por las condiciones en que yo enconhaba a su desgraciado país; lamentaba el que mi vi~ita tüviera lugal en tan iníOl tunados mo– mentos, me habló de MI De Witt y de las relaciones de su pah ia con la nuestra
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diciendo que: sentía mu– cho que nueshos tratados no hubiesen sido renovados, mucho más que por entonces él riada podlía hacer en tal sentido; pero yo no estaba pensando en nada de esto. Enteúdicndo que por el momento él tendIía
asuntos pend'entes de mayor importancia, plocuré ha– cer mi visita lo más colta posible y lcglesé a casa Ya habín salido la luna y YO' me enconhaba an– sioso de partir cuanto antes; pero nueshos planes fla_ casalon ot1'a vez, el guía que teníamos hablado pala conduchnos al Río Paz, no apaleció y nos fué imposi~
ble conseguh otro; nadie se atievía a salir del pueblo aqUella noche po! temor de caer en manos de los cle_ Hotados No valían ni promesas ni amenazas Va.. lÍos de los ofidales llegaron a toniar chocolate con nosotros y a la cabeza de la mesa se sentó un sacerdo– te con su espada a un lado Yo me había desayuna– do con hombles que se sentirían felices de COl tarles la cabeza y que ahOla se enconhaban escondidos en la montaña huyendo pata salvar la vida Si Carrela llc_ gata, mis nuevos amigos tendrían que huir pIecipi– tadamente Todos ellos se I etiraron en seguida pal a dOlmir sable las armas en la plaza. y nosotros nos que– damos solos con la viuda y con su hijo Vino en segui– da una angustiosa escena de preguntas y de tlistes pIe_ sentimientos de la viuda por su hijo mellO!, de las cua_ les el mayor pudo salir con gran trabajo V logándolé que le permitiera ir a dormir Cosa singular: a nin_ guno se le había ocurrido preguntarle pOl los muel'tos y heridos de la última escaramuza Helidos no había ninguno, pues todos los que caían el an 1ematados a lanzadas, y los muel tos abandonados en el campo El venía a la reta~ual(lia de las ttopas de MOlazán. El fuego no había sido muy nuttido y sin embalgo, 13m la calle por donde entraron al pueblo, había contado hasta diez y ocho cadáveres
CAPITULO 6
VISITA DEL GENERAL MORAZAN - FIN DE SU CARRERA - BUSCANDO UN GUIA - SALIDA PA– RA GUATEIIIAI.A - TEMOR DE LOS HABITANTES ~ EL RIO PAZ - HACIENDA DE PALMITA– UN ESCAPF, AF'ORTUNADO - HACIENDA DE SAN JOSE - UNA SITUACION EMBARAZOSA - UN BONDADOSO HOSPEDADOR - EL RANCHO DE HOCOTILLA - ORATORIO Y LEON - EL RIO DE LOS ESCLAVOS -' EL PUEBLO - APROXIMACION A GUATEMALA - LLEGADA A GUATEMALA UN BOSQUEJO DE LAS GUERRAS - DERROTA DE MORAZAN _ ESCENA DE MATANZAS
En la mañar.a siguiente, pai'a nuestra sOlplesa, nos enconti amos con varias tiendas, abiertas y gentes POl' la calle, que habían estado escondidas en las vecinda– des y que reglesaban al t~ner noticias de la cnitada de Morazán El alcalde leapareció y también nuestlo guía, pelO manifestando que no nos acompañaría aun~
que lo mataran, diciéndole al alcalde que prefería mo~
lit allí y no en manos de los cachtuecos.
Estaba YQ tomando chocolate CUándo el General l\'1Olazán llegó a visitalme Nuestra conversación fué lalga y versó sobre diferentes asuntos No quise pre_ guntarle de SUS planes y proyectos futt1l0S, no obstan~
te que ni él ni sus ofi.ciales mosh aban desconfianza Al hacer lefelencia a la ocupación de Santa Ana por el Genelal Cáscara, con un espíritu que me recOldó el de Clavelhouse en "Old Mortality" me dijo: "Muy plonto visital emos a ese caballero" Habló sin mali– cia ni odio de los lídeles del partido central, y de Ca_
u el a como un indio ignorante y sin ley de quien, el partido que ahora le usaba, más tal de tendría que scn_ titse feliz de que lo defendielan Con una somisa me refitió el cargo que le hacían los cachmecos de habe:!.' pretendido asesinar a Canela, del cual se había hecho mucha ostentación, pretendiendo cital detalles y luga_ les y apateciendo genelahnente creído. Suponía que todo ela una ficción; pela que, casualmente al retirm– se de Guatemala, estuvo en la casa en que se decía que se había plelnuado el atentado y qu~ quien la habita– ba le dijo: que como Can era había ultrajado a un miemblo de su 1amilia, él mismo le había dado de pu_ ñaladas, según se suponía, mOl tales; y que pala ex_ plicar sus heridas y evitar comentalÍos del suceso, se echaba la culpa a lVfolazán, cOlliendo así la noticia POl
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iodo el país Dilo de los oficiales acompañó la histolia con los detalles del ulüaje y estoy muy seguro que si alguna vez Callera llegara a caer en sus manos, lo ma~
tm ía en el acto
No obstnnte que él estaba segulo de entretenet POl algunos días a Canera y a sus soldados, creía un poco peligr oso para nosotros que emprendiésemos nues– ti'o viaje a Guatemala; pero yo cstaba muy ansioso de salir, y pasado el momento de excitación, como los baúles del capitán ya iban adelante, éste manifestaba igual de;seo Carl era podía Ilegal' en cualquier mo– mento y nosotros volveríamos a cambim de amos, o de todos modos nos veríamos obligados a ser testigos de Una sangrienta batalla, pues Morazán defendería has– ta la muer te las fl anteras de su propio Estado Le hice vel a MOlazán nUestlo propósito y la difi_ cultad de c0\1seguir un guía Nos dijo que una escol_ ta de soldados nos expondlÍa a un peliglO segUIo, aun– que fueIa un simple soldado sin mosquete ni Cal tuche– ra (única señal con que se distillgulan los soldados) podlÍa ser r~collocido; pela que ordenaría al alcalde que nos l)lOporcionata algún hombte de confianza Me despedí de él con un interés mayO! del que yo había sentido por ~lingún hombre en el país lVIuy poco nos dábamos cuenta de las calamidades qUe aún le espe_ laban: que tarde de la noche muchos de sus soldados deseltatían, pues habían pelmanecido unidos sólo POi el temor del peliglo que conÍan en un país cnemigo Con el resto marchó a Zonzonate, se apodel ó de un buque en el ::!,uerto y hipulándolo con sus propios hom~
bles. lo envió a La Libertad, el puel io de San Salva_ dor Marchó en seguida para la capital, dopde el pue– blo que por años le había hecho su ídolo cuando esta~
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