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« Previous Page Table of Contents Next Page »la quedar entendidos que selía menos difícil llegar a Pa1allque desde Nueva York que desde donde nos encontrábamos Teníamos muchos preparativos que hacer, y, dada la imposibilidad de conseguir criados en quienes pudiésemos confiar, estábamos obligados a atender a todos los detalles nosotros mismos El capitán estaba indeciso de lo que él mismo debería hacer, y hablaba de irse con nosotros La tarde si– guiente, caando legresábamos a la casa, observamos una fila de soldados en la esquina de la calle Como de costumbre, les dimos la acera, y al atravesar ad– vert! al capitán que nos observaban sevelamente Y
se hablaban uno a oh o La fila se extendía pasan– do por mi puerta y hacia aniba hasta la esquina de la calle inmediata Suponiendo que estarían bus– cando al general Guzmán o a algunos oficiales de Morazán, quienes se pensaba que estuvíe1an ocultos en la ciudad, y que no perdon31ían mi casa, determi– né no ponerles dificultad y dejarlos que registlaran Entramos nosotros~ y el p01 tero, con glan agitación, nos dijo que los soldados iban en busca del capitán Apenas había terminado cuando entró un oficial a citar al capitán para que se presentara ante el co– 11egidor El capitán se puso tan pálido como un muerto No lo digo como una cenSUl'a a su valor; cualquier otro homb1e habría hecho lo mismo Yo me encontl aba tan alarmado con él, y le dije que si quería que yo aseguraría las puertas; pero me con– testó que selÍa inútil, que las derribarían; y que era preferible para él irse con los oficiales Le acom– pañé hasta la pue1 ta diciéndole que no hiciera nin– gunas confesiones, que no se comprometiera a sí mismo, y que yo estaría con él a los pocos minutos. Al instante noté que el asunto se eqcontraba fuera de las manos del Jefe del Estado y que había pasado a un tribunaJ. inferior Mr Catherwood y Mr Savage entraron a tiempo para ver al capitán caminando calle abajo con su escolta. Mr. S, quien se había encargado de mi casa durante mi ausencia, y había enatbolado la bande1a americana cuando el ataque a la ciudad, había vivido tan largo tiempo en aquel país, y contemplado tantas escenas de horror, que no fácilmente se atormentaba., Y sabía exactamente 10 que debería hacerse. Me acompañó al cabildo, donde encontramos al capitán sentado. derecho como un huso, en el interior de la batandilla, y al corre– gidor y su amanuense, con pluma, tinta y papel, Y
con ominosa fOl malidad, examinándole. Su cara res– plandeció a la vista del único hombre en Guatemala que tuvie1a el más mínimo: inte1és en su suelte AfO!– tunadamente el COl regidor era un conocido, quien ha– bía quedado satisfecho por el interés que tomé en la espada de Alvarado, una inte1esante 1eliquia que estaba bajo su custodia, y era uno de los muchos que hallé en ese país orgullosos de mostlar atenciones a un agente extlanjero. Reclamé al capitán como mi compañe1o de viaje, diciendo que juntos había– moS velificado una difícil jornada, y que no me agl adaría el perderlo de' vista El me dio la bien– venida por mi 1egreso a Guatemala, y dijo que COD_
side1 aba el peligro en que yo debía haberme encon– trado al juntarme en el cc:mino con el tirano Mo_ razán IEl capitán aprovechó la Op01 tunidad pata apm tarse, sin remo1 dimientos, de tan peligrosa com– pañía y nosotros conversamos hasta que ya estaba
dema~iado obscuro para escribir, y entonces le hice ver que, como era arriesgadp esta1 fueIa por la no– che yo deseaba llevarme al capitán a la casa, Y
que' sería responsable de Su presentación. El con– descendió con suma cortesía, y dijo al capitán que volviera al día siguiente a las nueve de la mañana El capitán estaba inmensamente aliviado; pero ya habia fOlmado el p10pósito de que, como había ne~
gado a Guatemala en una expedición rne1 cantil, de~
belÍa sacar el' mejor provecho de sus cadenas de
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Al siguiente día continuó el examen El capi~
tán no se hizo, por cierto, de ningún delito en sus decla1aciones; lealmente, el cambio en sus sentimien– tos era €XhaOldinario. El aire de Guatemala e1a fatal pala los p31 tida.rios de MOlazán El examen, glacias al corregidor, fue satisfacto1io, pero se le advirtió al capitán que abandona1 a la ciudad En ca– so de alguna agitación él correría pelig10 Carrera reglesaría a Quezaltenango dentro de pocos días, y si él se interesaba en el asunto, lo que no era impro--– bable, le podlÍa resultar un mal negocio El capi– tán no 'necesitaba que lo empuja1an Enbamos en consejo para determinar qué camino debería tomar, y quedamos en que el que conducía al puerto el a el único libre Tenía él un caballo y una mula de carga, y necesitaba otra para aquellos baúles Yo tenía siete en mi patio y le dije que tomara una En una b1 iHante mañana se quitó la levita, se puso su baje d~ camino, montó y emprendió la marcha para Belice Lo observé cuando cabalgaba calle abajo hasta que se perdió de vista Pobre capitán, ¿dónde esta1á ahOla? La próxima vez que lo vi fue en mi propia casa en Nueva York Cayó enfermo en Belice y, habiendo 10glado pasaje en un bergantín con des– tino a Boston, estaba ya allí cuando llegué y pasó a verme; y lo último que supe de él fue que, teme– lOSO de regresar y de atravesar el país para conseguir las cuentas de venta de su ba1co, estaba a punto de embarcarse pala el istmo de Panamá para cruzarlo y subir por el Pacífico Yo también había llevado mis golpes en ese país, pero pienso que el capitán no olvidará planto su campaña con MOlazán En esta ocasión recibí la visita de un paisano al que lamento no haber visto antes El a el DI' Weems, de Marilandia, 9,uien había residido varios años en la Antigua y últImamente leg1esaba de una visita a los Estados Unidos, Con un nombramiento de cónsul Llegaba a consultarme con °lespeeto al
1 esultado de mis averiguaciones para hallar un go– bierno, pues él estaba sobre la huella con sus pro– pias credenciales El doctor me aconsejó no em~
orender el viaje a Palenque En mi canera desde Nicaragua yo me había alentado a mí mismo con la -idea de que, al llegar a Guatemala, toda dificultad terminaría, y que nuestro viaje a Palenque estaría acompañado únicamente con las molestias de viajar en un país destituido de comodidades; pero, deSg1a– ciadamente, el hOl izonte en esa dirección estaba som– hl io Toda la masa de población indígena c.~ Los Altos se encontraba en un estado de efervescencia, y se susuuaba de un levantamiento general y de una matanza de blancos IEl General Prem, a quien antes me he referido, y su -esposa, cuando viajaban 1umbo a México, habían sido atacados por una ban– da de asesinos' él mismo fue dejado en el campo como muerto, Y su esposa asesinada, cortándole los dedos para allancarle los anillos El teniente Ni– chols, ~yudante del cm onel M'Donald, arribó de Be– lice con un informe que el capitán Craddy y MI' Walker, quienes habían salido rumbo a Palenque por el Río Belice, habían sido alanceados por los indios,
y circulaba el rumor de alguna espantosa atrocidad cometida. por Call'era en Quezaltenango, y que, en~
furecido, regresaba p1 ecipitadamente de aquel lu– gar, con la intención de sacar a todos los prisioneros a la plaza y fusilmlos Todos los amigos en Guate~
mala, y lVf1 Chatfield particulal mente, insistían en que no emprendiéramos el viaje Nosotros sentía~
mas que el a el momento menos propicio, y casi de– sistimos No vacilo en decir que este fue un asun– to de la más selia consideración, el decidir si lo abandonalíamos por completo pala dirigirnos a nues– ha hogar: pela habíamos salido con el propósito de ir a Palanque, y no podíamos reg1esar sin haberlo visto
Entre las pequeñas dificultades de acomodo para
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