Page 86 - RC_1969_01_N100

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tizaba en su hostilidad hacia los blancos El era un fanático, y, hasta cielto punto, estaba bajo el dominio de los sacel dotes; y su plOpia sutileza le indicaba que él era más poderoso con los indios mismos mientras estuviese apoyado por los sacerdotes y la aristoclacia, que a la cabeza de los indios solamente, pero todos sabian que, en los momentos de ha olvidaba entera– mente el poco método y sagacidad que siemple le go~

bernaba: y cuando regresó de Quezaltenango, con las manos tintas en sangre, y precedido por el espantoso rumor de que intentaba sacar a dos o trescientos pri~

sioneros y fusilal1os, 10& habitantes de Guatemala sen~

tíanse parados al borde de un horroroso abismo Un miembro prominente del gobierno, a quien yo deseaba que fuera conmigo a visitarle para pedirle mi pasa· porte, declinó el hacel1o, por temor de que, como él dijo, Carrera pudiera imagjnarse que el gobierno tra· taba de dominallo Otros le hacían formales visitas de ceremonia y conglatulación con motivo de su re· greso, y comparaban sus observaciones uno con obo de la manera en. que habían sido lecibidos Carlela no dió informe alguno, oficial o verba~, de lo que había hecho: y aunque todos lo sabían muy bien, nin– guno de ellos se atrevió a hacerle alguna pregunta o referencia a dichos actos. Quizá ellos digan que soy un calumniador, pero aun a riesgo de herir sus sentimientos, no puedo retener lo que creo sel un re– trato fiel del estado deL país, tal como se enconh aba en aquel tiempo

Incapaz de inducir a alguna de las personas que deseaba me acompañalan para visitar a Carrera; te– meroso, después de ta~ largo intervalo y de las exéi~

tantes escenas en que él había estado comprometido, que no pudiese reconocerme, y palpando la suinh im~

pOI tancía de no fallar en mi petición a él, me acordé que e~ nuestra plímera ent"revista, me haJ¡ía hablado con entusiasmo de un doctor que le había extraído una bala del cuerpo. Yo no conocía a este doctor, pero fuí a visitarle, y le rogué que me acompañara, a lo cual accedió inmediatamente con mucha cor~

tesla.

Fué bajo estas circunstancias que hice mi última visita a Carrela Se había trasladado a una casa mu~

cho más grande y su gual día era más ordenada y fOlmal Cuando entré estaba parado detrás 'de una mesa a un lado de la habitación, con su esposa· y Ri– vera Paz, y uno o dos más, examinando unas largas cadenas de Costa Rica, y en ese momento él tenía una en. sus manos, Ji!. que había formado parte del contenido de aquellos baúles de mi amigo el capitán, y que a menudo adornaban su cuello Yo pienso que al capitán le habría dado un ataque si hubiera sabido que algo que otras veces había te'nido alrededor del cuello estaba enh e los dedos de Carrera Su esposa era una bonita mestiza, de fino aspecto, no mayor de veinte años, y palecía tener la pasión femenina por las cadenas y el oro. Carrel a las miraba con indife– lencia Mi idea en aquel tiempo era, que estas joyas le fueron enviadas por el gobierno como un presente para su esposa, para aplacarlo por medio de ella, pero tal vez yo estaba equivocado La cara de Rivéra Paz parecía inquieta Carrera había pasado !l través de tantas terribles escenas desde que lo vi, que yo temía que me hubiera olvidado; pero me reconoció al ins~

tante, e hizo lugai~ pala mí detrás de la mesa junto a él Su levita militar estaba soble la mesa, y usaba la misma chaqueta redonda, su cara mostraba la mis~

ma juventud vivacidad e inteligencia, su voz y sus modales, la misma suavidad y seriedad, y había sido herido otra vez Sentí el encontrarme COn Rivera Paz allí porque pensé que sería mortificante para él, como cabeza del gobierno, ver que su pasapOl te no fuel a considerado como una protección sin el visto bueno de Carrel a; pela YU no podía pararme en cel e~

monias y aproveché la ocasión en que Carrela dejaba la mesa pal a decirle que estaba a punto de emprender

un peligloso VIaJe, y que estimaba indispensable fOl– talecerme con todas las seguridades que pudiera ob– tener Cuando Carrera regresó le dije mi intención; que yo había esperado únicalnente su regleso; le mos~

tré el pasapOlte del gQJ2ielno, y le rogué que pusiela su firma en él. Canera no tuvo esclúpulos en la matelia; y alebatándome el pasaporte de la mano lo arrojó sobre la mesa diciendo que me daría uno! nue– Vo y fiunado por él mismo Esto era más de lo que Yo espela.ba; y enseguida, con toda tranquilidad y di– ciéndome. "siéntese", envió a Su esposa a otra pieza POl el secretado, y le dijo que hiciera un pasaporte para el "Cónsul del Norte" El tenía uná vaga idea de que yo ela un giran personaje en mi plopia} tierra, y una noción no muy clara del lugar en que estaba mi país Yo no era exigente can respecto a mi título, de modo que fuela muy letumbante, pero El Norte era más bien una vasta extensión, y pala evitar equivoca– ciones le di al secletario el otro pasaporte· Se

lo llevó a otro cuarto y Carrera se sentó a mi lado junto a! la mesa El había tenido noticia de mi encuentro con Morazán en su retirada, e inquirió acerca de él, aun– que menos ansiosamente que ohos, pero habló más de la cuestión; dijo que estaba haciendo sus plepara– tivos, y que dentro de una semana pensaba marchar sobre San Salvador con tres mil hombres, añadiendo que si hubiera tenido un cañón habrfa arrojaqp a Mo– razán muy pronto de la plaza. Le pregunté si era ciel to que él y Morazán se habían encontrado perso– nalmente en las altulas del Calvario, y contestó que sí; que eso. fué al final de la batalla, cuando aquél se rethaba Que uno de los soldados de caballería de Morazán, desmontado, le anancó sus pistoleras, que Morazán le disPaló a él con su pistola, y que él aco– metió a lVIorazán con SU espada y la cortó la silla, MOIazán, dijo él, tenía muy hermosas pistolas; y lo que más me impresionó fué que él pensaba que si hu– biel a matado a Morazán habría logrado las pistolas Yo no podía menos que reflexionar en la extraña po~

sición a la que yo había sido impelido: estrechando las Inanos y sentándome al lado de hombres que estaban sedientos de sus respectivas sangles, bien recibido por todos, sabiendo lo que cada uno decía del contrario, y en muchos casos sus planes y propósitos, tan sín re· sel va como si yo fuera un miembro viajelo de ambos gabinetes A los pocos minutos el secretar:io lo llamó,

y fué y reglesó él mismo con el pasaporte, firmado de su propia mano, y con la tinta todavía fresca. Le había lleva.do más tiempo del que hubiera necesitado pala cortar una cabeza, y parecía más orgulloso de ello, En -verdad, esta fué la única vez que yo noté en él la más ligera elevación de sentímí~nto Hice un comentalio sobre la excelencia de la letra, y con sus buenos deseos por mi feliz llegada a El Narte y pronto regreso a Guatemala, me despedí de él Ac· tualmente yo Cleo que no me dadª, una muy cordit~.l

bienvenida si supiela lo que digo de él; pero 10 conSl– delo homado, y que si.§upiera cómo Y pudiera re~e':"

nar sus pasiones, haría más bien a Centro AmérIca que ningiún otro hombre de allí.

AhOI a ya me encontraba fortalecido con la mejor seguridad que podía obtener para nuestro viaje. Pa– Samos la tarde -escribiendo cartas y empacando <:osa~

para remitirlas al hogar (entre las cuales iba mi levl– ta de diplomático), y el día siete de Abril nos levan– tamos para emprender la marcha El primer movi– miento fué plegar nuestlas gamas Cada individuo en ese país tiene una pequeña cama llamada catre, preparada para doblaIse con un gozne, que puede ser plegado y envuelto, con almohadas y lopa de cama, en un cuero de buey, para llevarlo en viaje Nuestro principal objeto ela el viajar con desahogo Cada mu– la y criado adicional ocasionaba una molestia más, pela nosotros no podíamos con menos de u.na mula de carga por persona Cada uno teníamos dos petacas, baúles de cuero de res fOIl aclos con delgados petates,

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