Page 87 - RC_1969_01_N100

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con una iapade13 como la de una caja, asegUlada pOl

una tosca cadena de hieuo con guuldes candados, conteniendo además de ot1 as cosas, una haluaca, una hazaela un' par de sábanas, una almohada, lo cual, con las' alfOljas de plovisiones, hacía una caIga pOl

cada uno Llevábamos Ullj cabe pala un .caso de en~

fellnedad Teníamos de lepuesto una mula de calga,

la mula palda con la que hapía yo ascendido al vol– cán de Caliago y mi macho, pala MI'. Catherwood y yo y un _caballo dc relevo, e)l total seis animales, y

do~ mozoS o clÍados pma todo trabajo, aún no ploba–

dos lVIientras montábamOs, don SatUlnino Tinaco, mi compañero desde Zonzonate, entró al patio a caba– llo pala acompañ31nos dUlante dos días en nuestlo

vi~je Diiimos adiós a MI' Savage, nü primero, últi·

1110 Y mejor amigo, y ~ los pocos mi~utos,. ~on u~, sen– timiento mezcla de tusteza y de sahsfacclOn, deJe pOl última veZ las hall eHis de Guatemala.

Don Satlllnino fué de lo más bienvenido a nues– tra compañía Su intención era la de visitar a dos cmas, heunanos de su esposa, a quienes él jamás ha– bía visto, que vivían en Santiago Atitán, a una distan– cia de dos o tI es días de camino Su padl e .fué el último gobernadOl de ÑicalagUa bajo la monalquía, dueño de un glan caudal que le fué confiscado en la época de la levolución; él todavía consel vaba una

g1311 hacienda aJlí, había haído un hato de mulas pala vendeIlas en San Salvadol y pensaba invel tir el pro– dueto de melcadelÍas en Guatemala El/a como de cuarenta años de -edad, alto, y tan delgado como pu–

diera sedo un hombre que tuviera actividad y vigor, vestía una chaqueta ledonda y pantalones de paño olivo obscuro, con gl andes pistolas en sus pistoleras,

y una lal ga espada con vaina de cuela, gastada de la punta, dejando con10 una pulgada del a.cero desnudo Se sentaba en su mula tan tieso como si se hubiel a

tr agado su propia espada, sosteniendo las liendas con la mano delecha, con el brazo izquierdo encOlvado desde el codo, destacándose como el mango de una bomba, la mano caída desde la muñeca y sacudién– dose Con el movimiento de la mula Montaba en una silla mexicana con planchas de plata, y llevaba ab ás

un par de alfOljas con pan y queso, y atole, una com– posición de maíz tostado y molido, cacao y azúcar, lo cual mezclado con agua, era casi su subsisten"cia Su inozo era tan gOldo cama flaco ela él, y usaba un somblelo de petate en fOlma de campana, camisa de algodón, y calzoncillos que le llegaban abajo de las rodillas Exceptuando que en vez de Rocinante y el asno el amo cabalgaba en una mula y el clÍado iba a

pie, ellos elan un genuido Don Quijote y Sancho Pan–

za, cuyo plimer nomble, muy a raíz de nueshas lela– ciones, le dimos a don 8attunino

Nosohos íb31nos pala Quezaltenango, pela pen– sábamos desvial nos y visitar las ruinas, y ese día nos apal tamos tres leguas de nuesb a ruta para decir adiós a nuesbo amigo el Padre AlcánJ:ara en Ciudad Vieja

A las cinco de la l.aldQ:l llegamos al convento, don– de tuve el gusto de juntaune de nuevo con el Padre Alcántara, el señor VidaulY y don Pepe, los mismos compañelos con quienes había pasado el día con tan– ta satisfacción anteriOlmente. Mi Catherwood ha– bía pel manecido mientras tanto un mes en el conven– to El Padl e Alcántal a había huido a la aPl oxima· ciól1 del «tirano" MOlazán, al don Pepe le habían dis– palado un balazo cuando se letüaba de la Antigua, y el padle tenía un mosquete de;ado pOl la noche junto al mm o del convento por un soldado que huía La mañana principió can molestias La mula palda estaba enfellua Don Satuinino le sangró de ambos lados el pescuezo, pela el PObl e animal no es– taba en condiciones de montarse. Momentos después MI' Cathel wood tenía a uno de los mozos por el gaz– nate, pela el P;¿che Alcántma hizo la reconciliación Don Satulnino di;o que a la mula pmda le aprovecha-

lía el ejmclClO, y por última vez le dijimos adiós a nuestl o calÍñoso hospedador

Don Pepe nos aCQmpañó, y ab avesando el llano de El Viejo en la misma dilección en que Alvalado enh ó en él, subimos una elevada colina, y rodeando la cumble, a t1avés de una angosta ab~ltula, rnilamos

hacia abajo sable una heunosa planicie, cultivada co– mo un jaldín, que se dilataba hacia a la izquierda a medida que avanzábamos y Se pr ecipitaba con direc– ción a la laguna de Duenos, en medio de los dos glan– des volcanes de Agua y de Fuego Descendiendo has– ta el llano entlamos al pueblo "de San Antonio, ocu– pado entel amente por indios iLa casa del cura estaba situada en una plaza abiel ta, COll una bonita pila al

fI ente, y las chozas de los indios estaban constl uídas COll tallos de caña de azúcal A la,íz de l~ ocupación de Guatemala, las tieuas alrededor de la capItal fue–

lon lcpartidas enhe cieltos canónigos y cedidas a los

ind~os para que las cultivalan Cada pueblo era co– nOCIdo pOl el nomble del pI opio canónigo Se edifi– caba una iglesia y una buena casa pala él, y pala la l;nudente administlación (os indios elan colonos y los al tesanos destinados a la capital En medio de la

t~ anquilidad ? quietud de este pueblo, palCcía como SI las montanas y volcanes alrededor lo hubiesen es– cudado de la devastación y alalmas de guella Des– pués de ahavesarlo, hacia el atto lado del llano co–

menzamos a subh lUla montaña Como a media cues–

t~, .milando hacia at~ás sobre el pueblo y la planicie, diVisamos una sola lmea blanca sable la montaña que habíamos cruzado pal a Ciudad Vieja y el alcance de la vista abarcaba el llano y la lagtuna a nuestros pies la glan llanUla de EscuinUa y los dos volcanes de A~

gua y de Fuego, extendiéndose hasta el Océano Pací– fico El camino ela muy escalpado y nuestras mulas

trabajaban Sable el abo lado de la montaña el ca– :mino se extendía por alguna distancia entre arbustos

JI' árboles enanos, y emelgiendo de entre eiJos divisa– mos una inmensa planicie intell'umpida por el rastro del camino dil eeto de Guatemala, y muy distante las torl edIlas de la villa de Chimaltenango Al pie de

la montaña llegamos al pueblo de Páramos. Había– mos empleado bes hOlas y media pala caminar seis millas Don Pepe mandó llamar al alcalde, le mostró el pasaporte de Carrela, y le pidió un guía para el pueblo inmediato El alcalde llamó a sus alguaciles yen muy pocos minutos el guía estaba pleparado Don

Pepe nos dijo que nos dejaba en Emopa, y con mu– chos agl ad-ecimientos nOS despedimos de él

Estábamos ahOla entrando en uria legión del país que, en la época de la conquista, era la más populosa, la más civilizada y la mejol' cultivada en Guatemala Los habitantes que la ocupaban elan los descendien– tes de aquellos encontrados al11 por Alvarado, y qui~

zás cuaba quintos elan indios ere sangre inmaculada Dmante hes centurias se habían sometido pacífica– mente al dominio de los blancos, pero' el levantamien– to de Calrela les había despeltado el lecuerdo de sus antepz.sados, y Se 1umoraba que sus ojos Se mo– vían de lnodo extraño sobre los hombl es blancos co– ma los enemigos de su laZa. Por la prín'lela vez vi–

mos campos de, bigo y duraznelos La región era poéticamente denominada Emopa, y aunque el volcán de Agua todavía alzaba a plena vista su eSÍlopenda cima, se asemejaba a la más bella parte de Inglate– 11a sable una espléndida balanza.

Pela ello no ela como viajar en Inglatelra. El

m070 can cuyo gaznate se había mostrado tan con– fianzudo MI' Cathel wood, hal aganeaba pOl detl ás con la mula enfeuna y una escopeta Había salido de Ciu– dad Vieja con un cuchillo desenvainado en la mano, cuya hoja ela como de pie y medio de lalgo, y nO$O– has ya habíamos pensado en deshacelnos de él, pelO temíamos que se nos hubiela a.nticipado l31gándose con la lnula y la escopeta Lo esperamos hasta que llegó, lo aliviamos del auna y lo hicimos pasar por

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