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ciedad arrancando en su principio los "gérmenes de la int;anquilidad en Nicaragua".

Castellón amenaza al gobierno "revolucionario del Sr. Pérez", y le profetiza la gran calamidad, que al fin vino a detener el progreso y anegar el palS en sangre fraterna derramada por propios y extraños para satisfacer "un capricho político", según la con– fesión de Máximo Jerez. Ese gobierno "es y será _anuncia Castellón- el único responsable de las fa– tales cons.ecuencias q.ue de tales ant~cedentes. se .si– guen a NIcaragua, mIentras que a mI no me mqUIe– tará otro remordimiento, que el de no haber pensado seriamente en los medios de salvar aquel pueblo de la ominosa administración del señor Pérez desde que en su alocución inaugural anunció desaforadamente el programa de arbitrariedad que hoy realiza a des-pecho del patriotismo". _ . Esto, a la par de su amenaza de Masaya, caSI es una confesión de los intentos que ahora negaba con tanto empeño Castellón; y lo que vino después, la tremenda revolución, no fue más que la continuación

del complot, nada más que retardado por la enérgica represión del Supremo Director de Nicaragua. A pesar de todo, en Nicaragua seguían en pie las libertades públicas y sobre todo la reina de ellas, la de imprenta. Al amparo de ellas el LIc. Hermenegildo Zepeda, Diputado electo para la Asamblea Nacional Constituyente, divulgó un folleto que, según el his. toriador Pérez, fue el que dio "el golpe más mortal a la administración" de Chamorro. Criticaba la ex– pulsión de los conspiradores como un atentado a las garantías individuales, y procurando "con términos calculados exaltar las pasiones populares", logró su objeto y preparó así el terreno para la revolución que se anunciaba.

La administración estaba satisfecha, aunque no confiada, creyendo que había conjurado el peligro, pero lo que menos esperaba era que el Presidente Cabañas auxiliara a los expulusados, pagando con neo gra ingratitud el favor que Chamorro le había hecho al detener a Carrera a impedir que lo derrocara.

CAPITULO 14

LA REVOLUCION OCCIDENTAL DE 1854

l.-Fruto Chamarra se prepara. 2.-EI Presidente Ca· bañas da apoyo. 3.-La revolución y sus motivos. 4.– La acción de "EI Pozo". 5.-Fruto Chamarra se retira a Granada.

5.-FRUTO CHAMORRO SE RETIRA A GRANADA

F'ruto Chamorro estaba al tanto de lo que pasa~a

en El Salvador y Honduras respecto de lo que ~e 1;lr~Ia

contra Nicaragua. De León ha.bía llegado a prm~Iplos

de margo Gregorio Cuacll:~ a mf~rm~J;'le qu~, el Jo~en

José María Herrera (1), hIJO de DlOmslO, reCIen vemdo de Honduras le había revelado entre copas que el Pre– sidente Cab~ñas estaba dispuesto a dar apoyo a los expulsados para que revolucionaran en Nicaragua; él lo sabía de buena tinta, porque había traído cartas de los emigrados a varios personajes de León en que se anunciaba que la invasión sería en los últimos días de abril o primeros de mayo. Cuadra verificú la certeza de las cartas, pues su profesor, el Lic. (}regorio Juárez, estimulándolo a que se examinara cuanto antes, le descubrió que estaba por estallar una revolución que podría durar sus tres años.

Agrega Cuadra que además de esos avisos que él trasmitió al Presidente, dieron otros semejantes algu– nos amigos de León y un señor Rivas, oriundo de Managua, pero con actual domicilio en Choluteca. Por otro lado, personas fehacientes que habían asistido a la feria de San Miguel, informaron también lo que se tramaba.

Chamorro estaba, pues, al tanto de lo qUe se pre– paraba en Honduras; y sabía bien lo que podía venir de allí a causa de la medida extrema que había tomado. Pero le parecía peor que el desorden estuviese

ge~tándose en el seno del país, y que pensaba era lnas remoto que llegase de afuera.

Los hechos hubieran confirmado sus cálculos, a d

uo haber mediado circunstancias que estaban fuera el al~ance de toda previsión humana.

Sm embargo, tenía que guardar reserva y mos-

trarse confiado, pues de otro modo, si él hubiese sido el primero en manifestar recelo o miedo, le hubiera sido imposible infundir luego valor a sus amigos y demás gobernados. Ante los anuncios que llegaban de un próximo conflicto, Fruto Chamorro aparecía animoso y aun arrogante, enrostrando su miedo a los pesimistas, y haciendo alarde de su seguridad con haber enviado a sus adversarios a Honduras para pro– barles que ni así serían capaoes de levantarse en ar– mas.

De aquí que, como observa Arancibia, muchos se engañasen respecto de su carácter, calificando de "va– nidad" sus bromas, de "meopía" su fingida incredu· lidad, y de "terquedad" su prudente reserva.

Secretamente Fruto Chamorro tomaba sus medi– das. Lo primero fue aprobar en marzo de 1854 la dis– posición del Prefecto de León de exigir pasaporte a todo el que saliera de la República. La nota en que se daba cuenta de esta aprobadón manifestada ade– más, que sería muy del caso que dicho Prefecto dictase una providencia en virtud de la cual todo forastero que ingresara a León o a Chinandega, se presentase al Gobernador de Policía de esta última ciudad y a la Prefactura de León con el objeto de conocer quié– nes eran los que se introducían, y averiguar de ellos las noticias relativas a la invasión que Se anunoiaba, preguntándoles con prudencia sobre lo que supiesen de ella y de la actitud de los Estados vecinos, siempre que dichas personas fuesen capaces de estar al tanto de esos asuntos.

El 17 de marzo el Presidente Chamarra recibió informes de León de que muchos "amantes del des– orden" se habían marchado para Honduras a unirse con los expulsados. El Presidente ordenó al Gober– nador que organizara del modo más conveniente la

(1) Este joven Herrera volvió después de Honduras en una de las siete expediciones que mandó contra Granada el Presidente Cabañas. El artillero Radicate le en señó el al'te, y cuando Walker entró al escenario, Herrera se ~gregó a sus filas como experto en artillería. Al separarse Jerez del filibustero. advil'tió a Herrera que debla hacer lo mismo, pero él no escuchó el consejo. Tomado prisionero en una de. tantas batallas contra W t

alker, Herrera fue sometido a Consejo de Guerra condenado y fusilado como traidor, por las espaldas. (Cás-ulo Córdova, Recuerdos Dolorosos, publicados en "El Comercio", julio de 1909).

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