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que nos contó don Joaquín Navas $acasa. Su padre, el Lic. Vicente Navas, era entonces un muchacho como de 16 a 17 años, que pasaba una temporada en el campo en una finca de .aquellos alrededores. Sus familiares mandaron por VIcente para reconcen– trarlo a León a causa del estado de guerra. Fue a traerlo Dolores Martínez, un antiguo ayu~ante del Gran Mariscal Casto Fonseca. Regresaba VIcente en compañía de éste y de otros sirvientes, cuando de pronto apareció en el camino un montado con sen– das pistolas en las manos, intimándoles que le indi– caran el camino hacia Managua. Una vez que lo com– placieron, y cuando ya E;l, desconocido to~~ba la di– rección senalada, se VOlVlO a Navas, y le dIJO: -Joven, yo soy Fruto Chamorro; muchas gra– cias' Y Ud. ¿cómo se llama?

'-SOy Vicente Navas., contestó éste. Martínez hizo ademán de capturar a Chamorro, pero se lo im– pidió Navas, como un acto de hidalguía a quien había tenido la confianza de revelarle su nombre en aque– llas circunstancias.

Chamarra y los suyos tomaron un camino que los aproximó al mar, de manera que habiendo ocurrido el encuentro de Amatitán el 15, aquél no pudo llegar a Managua sino el 17 en la mañana. Chamarra no se apresuraba, parecía que estaba haciendo un viaje ordinario. En Managua estuvo hsta el 18 en la tarde esperando a los que faltaban. Ese mismo día llegó a Masaya Y dispuso descansar de tantas fatigas. Di– ce Jerónimo Pérez, quien 10 vio entonces: "al cam– bio y a los rigores de la fortuna, oponía la grandeza de su alma. Se le notaba el maltrato del camino, pero nada de abatimiento en su fisonomía; traía la misma serenidad que llevó al seno de la Asamblea el día en que se hizo cargo de la Presidencia de la República. No creía él que tenía la menor culpa de cuanto acababa de suceder. sino que todo era ordenado por un Poder Superior".

.A Nindirí lo fueron a encontrar unos pocos adic– tos, entre ellos Jerónimo Pérez. Cuenta éste: "Le hallamos en Nindirí desmontado, bajo un naranjo, chupando una fruta, muy empolvado el vestido. pero su cara no demostraba abatimiento. Al saludarlo Do– mingo Alemán, derramando lágrimas. le dijo: -¿Qué es esto, señor? -Así 10 quiere la Providencia- res– pondióle Chamarra.

En Masaya Chamarra fue recibido con campanas al aire, y el vecindario, alegre de que el Presidente estuviera vivo, salió a las calles a vitorearle y per– sonajes de la ciudad fueron a visitarlo. Cuando le ofrecieron su apoyo, él les contestó:

-Yo mismo no sé qué vaya hacer; todo depende de las circunstancias y de la resolución que se adopte en Granada. Usted es el Alcalde -agregó dirién– dose a Jerónimo Pérez-, y debe permanecer aquí para evitar perjuicios a la pob l aci6n cuando las tro– pas no hallen quién les dé víveres y demás cosas que necesitan; no se ha visto aún que las facciones más desmoralizadas atenten contra los Alcaldes. -No temo a los facciosos -contest6 Pérez-, mas sería para mí un conflicto si trataran de celebrar un pronunciamiento.

-Pues haga Ud. lo mejor que le parezca -le autorizó Chamarra, quien sin duda comprendió el miedo del Licenciado.

El Alcalde Pérez estaba muy inquieto; temía oue de un momento a otro se apareciesen en Masava los

f~cciosos. Para él y su pueblo -nos d1 ce_ hubiera

s~do una infamia que en Masaya prendieran al Pre–

sId~nte y 10 entregaran maniatado a los revolucio– narlOS. Armó una ronda para vigilar. A esa de las once de la noche supo Que Pineda se acercaba con su .caballería y que el Ministro Mayorga acababa de arrImar procedente de Managua. Este confirmó el rumor, y Pérez se fue a )a posada del Presidente "que estaba abierta y en tinJeblas". A la luz de un ci–

~rro empezó a palpar a los Que dormían. -Soy San– F es, le dijo uno. -Soy Tiffer. le aclaró otro. -Soy ernando Chamarra... Más allá, en una cama sin

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petate, con el traje de camino, dormía uno profunda. mente: era Fruto Chamorro. Pérez le dijo al oído las nuevas que traía Mayorga, y lo urgía a seguir la marcha.

-Amigo -le replicó Chamorro- estoy muy ren– dido y con mucho sueño ...

-Mas no es pruduente estar en un lugar inde– fenso, sabiendo noticias tan alarmantes -'-le advirtió Pérez-; siento que no descanse más tiempo, pero urge elegir lo más seguro, y por lo tanto debe ponerse en marcha.

-Vaya -contestó el Presidente- me saca Ud. como por medida de policía; dice bien, ya me iré. En Granada el desconcierto era grande. Sólo privaban ideas derrotistas. El Gral. Corral todo era palabras pesimistas, y con algunos diputados que se habían refugiado en la ciudad, preparaba su viaje para "escapar de )a tempestad" que se cernía sobre Granada. Se reunió una junta de notables; el clero estaba por la paz; la mayoría opinaba por no oponer resistencia, pero José León Sandoval y Fulgencio Ve– ga, hombres de temple resuelto, sostuvieron que era preciso luchar; y así se resolvió, a pesar de que no había jefes ni soldados, y sí sólo armas y pertrechos en abundancia para sostener un prolongado sitio. Así estaba Granada cuando, ¡oh grata sorpresa para todos!; el 19 en la mañana corrió la voz. -Chamarra está vivo, ya viene a caballo, ya entra en Granada, ya recorre las calles acompañado de sus fieles compañeros!

y así fue en efecto, pues como algunos aun du– dasen, resolvió el Presidente pasear por la ciudad para levantar los decaídos ánimos. Las calles. desier– tas poco antes, se llenaban de gente que salía a las puertas y ventanas y se agregaba a la procesión triun– fal. Una vez en la plaza, emp1nando su pequeña es– tatura en los estribos de su silla, el Presidente arengó al pueblo con ardor en esta forma:

-Los enemigos del orden se muestran orgullosos por un ligero triunfo, que sólo deben al azar y no al valor ni a la pericia. Mis tropas me creyeron muerto cuando me vieron caer a tiempo que avanzaba el cañón del enemigo, y ese infausto error compro– metió )a acción. Los facciosos que se abrigaban bajo un formidable reducto de piedra, abandonaron su puesto cuando me vieron pecho a pecho, dándoles mi nombre a la par que mis tiros. Los cobardes no se atrevieron a salir de sus trincheras. El valiente San– dres y otros me siguieron hasta ese lugar en que por desgracia cayó mi caballo. ¿Creéis que me per– siguieron? No tuvieron valor para hacerlo ... mis sol– dados entraron formados a León; uno de los princi– pales caudillos de los facciosos, José Guerrero, ha dicho que esa noche nacieron, expresión que clara– mente revela el terror que les infundió nuestra car– ga y la seguridad de nuestro triunfo. Yo he tenido que retirarme por la defección de los jefes y oficiales que. después de haber jurado defender al Gobierno, no han temido violar la santidad del juramento y, desoyendo la voz del honor. se pasaron a las filas contrarias, llevándose compañías enteras de mis sol– dados. Ved aquí en cambio al denodado Coronel Hernández; lejos de imitar a los traidores. dejó en León a su familia y su fortuna, a merced de los v:lndalos para cumplir con su deber de defender al Gobierno. Por su valor. fidelidad y honradez, hoy

)0 nombro General de Brigada del Ejército de la República.

Arrendando el caballo, lo acercó a las tropas, y esforzando más la voz, continuó:

. -y vosotros. soldados ciudadanos del Departa– mento Oriental ¿defenderéis la causa santa del Go– b'erno, o huiréis cobardes a la vista de los rebeldes? Si esto habéis de hacer, matadme a mí primero, aauí me tenéis, poraue prefiero morir antes que ver envilecida a mi Patria.

Al mismo tiemno se abría el saco y el chaleco

y presentaba el pecho descubierto a los soldados. La reacción comenzó a operarse inmediatamente;

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