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lésforo Pérez y Tomás Martíné~; todos ellos fueron sacrificados de la manera más inhumana, sin que va– liera la invocación de antiguas amistades y de favo– res prestados.

Los soldados de Jerez entraron al barrio de Jal· teva. Nadie había; las casas vacías, las calles desier· taso Siguieron penetrando por la Calle Real, en dos filas, a los costados de los muros de Jalteva. En me– dio iban las carretas con el tren de guerra y los ca– ñones. De pronto comenzaron a sonar tiros, silbaron balas' pero nadie veía quien disparaba los fusiles y

caño~es que hacían certero blanco en los invasores. La artillería hacía fuego desde las trincheras; y la in– fantería, por las aspilleras abiertas en las paredes de las casas. La sorpresa, la mortandad eran grandes. Los jerecistas se refugiaron en el pequ~ño templo de Jalteva situado en alto, frente a la cIUdad. Las ca– rretas quedaron solas en la calle, pero los granadinos se cuidaron de salir a tomarlas para no exponerse a ser aniquilados.

Los leoneses determinaron levantar trincheras en el atrio del templo. Jerez, sacando el pie, seña. laba el lugar donde debían construirse. Una bala certera le hirió en la rótula, conque lo obligó a re. cluirse en la Sacristía. Casi al mismo tiempo resul– tó herido de un balazo en el pecho el GraL Mateo Pineda segundo jefe de las fuerzas revolucionarias. En la ~oche los democráticos recogieron las carretas, el parque Y las armas.

La mortandad y bajas en las filas de los asaltan– tes fue muy grande. El oficial democrático Cástula Córdova, dice en sus "Recuerdos Dolorosos": "Yo lo confieso. Estaba, no con miedo, sino horririzado de ver caer muertos y heridos a nuestros compañeros. La cosa era seria".

No lo esperaban. Se hacían cuenta de que entra– ría marchando a Granada.

Al día siguiente los leoneses mudaron de táctica. Escalaron algunas casas vecinas, y, abrieron boquetes entre las paredes, avanzaron, imitando así el sistema de los granadinos, que se comunicaban por clarabo– yas entre las casas como hicieron los españoles de Zaragoza. Los democráticos llegaron hasta la manza– na llamada "El Palenque". Fue Córdova el escogido para realizar esta peligrosa operación, a pesar de que entonces no era más que un sargento, pero ya con fama de muy valiente.

Refiere Córdova que a su paso por los boquetes encontraban muchas familias refugiadas, y que en una de las piezas "se veía un altar, velas encendidas, tres sacerdotes arrodillados, uno de ellos era ancia– no; les acompañaban unos pocos particulares. Las fa– milias en el patio y mediaguas lloraban y se arrodi· lIaban ante nosotros; los pequeños también lloraban y temblaban, con sus manecitas tendidos suplicaban; cantaban unas al Santo Dios, otras al Alabado; aquello bien presente lo tengo, era una confusión". Córdova hacía por donde calmarlas, ofreciéndoles garantías. Este oficial democrático refiere con candidez que en su avance sus soldados saquearon una pulpería que encontraron en las casas que tomaban; que se ne– gó a entregar unos prisioneros que cayeron en sus manos a cierto capitán que intentaba llevarlos a Jal– teva para que los fusilaran; mas no fue por humani– dad, sino para burlar "así sus deseos, pues quería aparecer ante los jefes y compañeros como un va– liente".

Los revolucionarios prendieron fuego a las man– zanas de "El Palenque" y las laterales a ambos lados. El fuego enardeció más a los granadinos que resol– vieron morir antes que caer en manos de hombres tan crueles y sañudos. El primer incendio que sin duda

co~respondió a Córdova, lo relata éste como una ha– zana para la que pide la protección de Dios. Con su

lan~a embreada hizo una antorcha. y, corriendo gran pelIgro, incendió el alero de una de las casas en que se defendían los de la plaza. Estos se vieron obliga– dos ~ abandonar el reducto. Con la misma candidez, nos mforma Córdova que pasaron por un almacén

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bien provisto, pero que al regresar por la misma vía, no encontró nada: los estantes estaban'vacíos. Los leoneses lograron esta vez avanzar hasta la "Piedra Bocana", por ese lado, y que ellos llamaron "Punta de Córdova'·. La línea pasaba detrás del costa– do Norte del templo Convento de San Francisco, y

ya no pudo adelantar un palmo más en todo lo que duró la guerra.

Los granadinos atribuyeron este avance a la co– bardía del Capitán Saturnino Usaga, quien se retiró muy pronto de las casas encomendadas a su defensa. Aunque algunos pedían que se le fusilara, Fruto Cha– morro se conformó con darle de baja.

El 6 de junio los leoneses atacaron por el costado Sur, en el barrio llamado Pueblo Chiquito. Los pro– pósitos del enemigo eran bien claros. Trataban de cerrar el cerco por ese lado. Fruto Chamarra decidió salirles al encuentro él personalmente al frente de sus cívicos. Comprendía que el espíritu de su gente no había recobrado aún el pesimismo que le causó la derrota de "El Pozo". Era perentorio hacer algo para restablecer la confianza, y determinó efectuar aquella salida. El paso era conveniente, pero se a– rriesgaba mucho, exponiendo la vida del General en Jefe, alma de la resistencia. Trataron de disuadirlo Fernando Guzmán y Gonzalo Espinosa de tal empre– sa que ellos calificaban de temeraria. Chamarra, se– ñalando a sus soldados, les replicó:

-Miren esas caras; si no hago algo que reani– me a esta gente, mañana amaneceremos todos ama– rrados.

Chamarra permaneció ineflexible. como siempre que tomaba una determinación bien estudiada. Era in– dispensable apremiante dar un golpe, aun a riesgo de jugarse el todo por el todo. Fue tal el empuje, que el enemigo retrocedió a refugiarse tras las for– tificaciones de Jalteva.

Resultó lo esperado; renació la confianza, se a– cabaron las deserciones, volvió la esperanza y se mi– ró con menosprecio a los cobardes y pesimistas. En una de tantas, Córdova fue herido gravemen– te por el riflero de la torre de La Merced. En su le– cho de Jalteva lo visitaban sus compañeros. Le in– formaron que en su puesto no quedaban más que 15 rasos, "porque muchos se habían desertado, lleván– dose las mercancías y dinero del almacén que pasa– mos persiguiendo al enemigo, y que no estaban más que los estantes y el mostrador. Que en el cuarto donde tomamos los cuatro prisioneros, se andaba so– bre un colchón de tabaco picado. Que en el corredor se veían cajones quebrados, papeles y zunchos". Sobre esto, observa el propio Córdova mucho des– pués cuando escribía sus recuerdos en la fría tran– quilidad del reposo: "De todos estos intereses se a– dueñaron muchos que sólo habían tomado el arma para ir a hacerse de fortuna, y de éstos conozco a muchas y otras que las he visto acabar. El transpor– te de tales intereses dio el resultado de que dicho ejército democrático quedara reducido a unos pocos centenares, y motivó la sensibilidad para el que sólo aspiraba al solo triunfo de unos principios que debían trasformar a nuestra querida Patria".

3.-LA LINEA DE FUEGO

La línea de fuego corría entre las calles de la ciudad, de manera que ambos contendientes estaban tras las paredes de las casas, separados únicamente por el ancho de la calle. Si sólo se veían tras las cla– raboyas, con peligro de ser "blanqueados" como le aconteció a Córdova. en cambio se oían perfectamen– te bien y a veces entablaban conversaciones, aunque las más se cambiaban insultos, desafíos y amenazas. De vez en cuando se enviaban mensajes, avisos, etc., escritos en papel, que envolvía una piedra y se lan– zaba al otro lado.

La letra A del plano indica el lugar de un ca– ñón con su cuadro o trinchera, sobre una explanada. Este cañón de calibre 26, había desempeñado gran

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