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graciadamente los documentos comprobab,a~~que era CIer–

to La invasión a El Salvador, la provocaclOn a sus pue–

bl~s de que Se sublevasen, eran, no sólo ofénsivas, sino que también lastimaban en ~o más vivo los intereses de la Confederación. Sin embargo. el Supremo Delegado aún se prometía que el Gobierno de Guatemala detendría de ;m

golpe la. agresión, ~creditan~~ el respeto que. pr~fesa­

ba al prinCIpio de no mtervenclOn en los negOCIOS mter– noS de los otros. Qu~ no se alarmara Guatemala por lag! medidas que había tenido que dictar el Supremo Delega– do "preparatorias para un caso que todavía no cree con plenitud". Mas los aprestos de guerra no eran para in– vadir el territorio guatemalteco sino para defender la Confederación; porque para el Supremo Deleg.ado Fruto Chamorro, la primera leyera la defensa del GobIerno Con– federal "por su honor, y porque en todas épocas ha sa– bido p~sponer y sacrificar su vida al bien de la genera– lidad". En fin, el Supremo Delegado e~eraba del. Pr~~i­

dente de Guatemala una fraternal y smcera exphcaclOn que lo pusiera a cubierto de la acusación de estar hosti– lizando a El Salvador.

Ese mismo día le dice a El Salvador que se ha di– rigido al Consejo Consultivo, previniéndole que a su pa– recer ha llegado el caso de aplicar el Art. 30 del pacto de Chinandega, según el cual la Confederación puede exi– gir cupos de hombreS! y d~ recu;sos a los E:st~do~ confe– derados, para cuidar de la mtegndad de su terntono, pues la invasión era ya un hecho comprobado, de trascenden– cia para El Salvador y la Confederación. En c(}nsecuen– cia excitaba al Consejo para que acordara lo conducente. , El Consejo resolvi~ en efecto que había llegado el caso del Art. 30 del pacto; pero que el Supremo Delegado tratase de evitar la guerra, haciendo ver a Guatemala que su actitud era ofensiva a los demás Estados y atentatolia a la existencia del sistema adoptado; y caso de fracasar en este empeño, hiciese presente a Guatemala que la Con– federación le opondría cuatro mil soldados bien equipados; recomendaba asimismo al Supremo Delegado que invitara al Director del Estado de Nicaragua a mediar entre el Gobierno de Honduras y los sublevados de Texiguat para avenirlos a un arreglo sin mengua de la dignidad del primero.

Al trasmitir esta comunicación al Presidente de El Salvador, el Supremo Delegado le insinuaba diese a los jefes militares las más .estrechas órdenes para que en z.na– nera alguna se introdUjesen a Guatemala, porque esto JUS'–

tificaria su injusta agresión "madurada con sórdidas ma– niobras" y comenzada a ejecutar de tan mala manera por Guatemala.

6. MALESPIN INVADE GUATEMALA

Pero los planes del Presidente de El Salvador, Ge– neral Francisco Malespín, eran muy otros, como se echa de ver de la carta que dirigió al Supremo Delegado desde Santa Ana el 14 de mayo. "No será posible --dice en ella- pennanecer estacionario". porque el ejército se ha– llaba sin caja militar; y es oportuno consignar que en esa época los ejércitos vivían de lo que tomaban por las bue– nas o las malas de los lugares por donde pasaban. Agre– gaba Malespín que tenía datos que Guatemala hacía grandes aprestos para invadir El Salvador, y concluía no– tificando al Supremo Delegado que estaba "resuelto a obrar con velocidad para desconcertarles todos sus pla– nes". Prometía esperar las órdenes del Supremo Delega– do, pero es lo cierto que sin ellas se lanzó a la aventura. Su vanguardia desbarató a Arce y compañeros en Cojute peque, en territorio guatemalteco, y Malespin los siguió hasta .Jutiapa.

El Presidente de Guatemala, Rivera. Paz, aprove– chó ese paso en falso para justificar su actitud contra el Gobierno Confederado, pues en 22 de mayo decretó que Guatemala se consideraba agredida por El Salvador, a

p.~sar de que le había dado las explicaciones sobre la fac– Clon de Arce y las seguridades de que por tal causa no

se a~terarían las buenas r.elaciones; .protestaba que sus In–

. tenclOnes nunca fueron vlOlar el prIncipio de no interven– ción ni la fe depositada en los tratados.

La maniobra de Malespín hacía fracasar por lo pronto los planes pacifistas y colocaba al Gobierno Confe– derado en la desairada posición que el Supremo Dele– gado F~to Chamorro quiso evitarle; pero éste se dio por venCIdo. Los Estados confederados continuaban a– listándose; Nicaragua creó un impuesto del 10% de alca. bala terrestre sobre los efectos extranjeros para que el Supremo Delegado cubriera los gastos de la Confe– deración; y mandaba decir a El Salvador que contara con un decidido apoyo; ellO de junio la Asamblea sal– vadoreña decretó un empréstito forzoso de 1S mil pe– sos, susceptible de aumentarse otro tanto en caso ne– cesario, para los gastos de la guerra, y ese mismo día puso a la orden ~el Supremo Delegado el ejército del Estado.

7. CASTO FONSECA EN NICARAGUA

Cortemos un momeJito el hilo de esta relación y trasladémonos por unos instantes a Nicaragua para describir el carácter y reseñar la conducta de sus go– bernantes, porque este capitulo de la historia nicara– güense es indispensable para entender bien la posi– ción del Supremo Delegado, el fracaso de la Confede– ración y la terrible guerra que luego se desató sobre Nicaragua.

Regía los destinos del Estado como Director Su– premo, Manuel Pérez; mas quien realmente mandaba era el Comandante de las Armas, Casto Fonseca, a quien la Asamblea, obediente a sus caprichos, había titulado Gran Mariscal.

Esta división de poderes del legítimo mandata– rio y del depositario de las annas venía siendo el cal– vario de Nicaragua 'desde a raíz de la inde.pendencia, sin que hombres patriotas y decididos como el 'Pbro. Salís y Fruto Chamorro hubiesen podido moderar y menos desterrar tan dañino abuso.

Los datos que tenemos de Casto Fonseca y SU funesta intervención en la política del Estado son tan espantosos que, a no halarlas contirHlauo.> en el PLO–

ceso que se le siguió en todos los autores que hacen referencia a aquel lamentable período, los tendríamos por inventos del odio.

Casto Fonseca inició su vida política y ascenso con su complicidad en el asesinato del Jefe del Esta– do Coronel José Zepeda y compañeros, el 2S de ener'o de 1837; desde entonces, dice un testigo, "se ha visto Fonseca en una carrera de delitos sin intermisión"; cuando El Pavo, otro cómplice en aquella matanza, des– apareció de la Comandancia de las Armas y del esce– nario político, lo sustituyó Fonseca y desde entonces fué el único amo del Director y del E~tado. Su vQ.o luntad y capricho estaban sobre todo, sín que nadie osara oponerle objeciones. Al Poder Legislativo le arrancaba las leyes que le aprovechaban, y se burla– ba de las que no le convenía que se ejecutasen; a los tribunales de justicia les imponía las sentencias que debían dar, que eran aquellas favorables a aumen,

1 sus haberes y los de su familia. Se rodeó de hombres los más facinerosos y resu~ltos a todo, y con tal fin sacaba de las cárceles y sustraía de la acción de la. justicia a los peores criminales. En cierta ocasión un tal Cirilo Paniagua asesinó a uno, y Fonseca lejos de castigarlo, lo incorporó a su Guardia de Honor; fusi– laba sin forma de juicio con pretexto de disciplina mi– litar; imponía exorbitantes contribuciones a determi– nadas personas, las cobraba v distribuía a su antojo, y algunas de ellas las amortizó con capellanías que pertenecían a la Iglesia o a obras pías; los caballos que exigía como contribución de guerra, iban a p,a~ar

a sus haciendas' una vez dio de palo'> al catedrabco de derecho civil' Lic. Basilio Salinas; carecía de escrú-

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