Page 58 - RC_1968_04_N91

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El Presidente Eugenio Aguílar hubo de resig– nar el mando en el Senador Fermín Palacios, quien decretó el Estado de Sitio en toda la República. Sin embargo, el 17 el PresideJ;1te reasumió el mando y todo volvió a la calma.

Para estos acontecimientos reforzaron los pre– textos de quienes en reali~ad po deseab.an. que trabl;ljara la dieta ni se llegara a mngun entendImIento naCIOna– lista U~o de los comisionados de Honduras, León Al– varado, huyó hacia Esquipulas en busca de seguridad personal.

Los miembros de la dieta quedaron separados Una parte de ella situada en San Salvador, se hizo car– go de las comunicaciones, sin dar cuenta de ella a los cfuatemaltecos y costarricenses que aún permanecían

~n Sonsonate, lugar señalado a la dieta. Esto lo inter– pretaba el delegado por Costa Rica, Rafael G. Escalan– te como señal evidente de hacer fracasar el proyecto

d~ encomendar las relacíones exteriores a los cinco Estados.

El poco interés de El Salvador quedó patente asimismo, según Escalante, en la contestación qeu dio el Poder Ejecutivo cuando se le reclamó contra el de– creto del Estado de Sitio. Según los comisionados. es– ta disposición contradecía lo acordado el 22 de abril, que declaraba a los delegados en el goce de todas las inmunidades que les correspondían como Ministros Públicos. A esta observación el gobierno salvadoreño contestó que al establecer el Estado de Sitio, se les ha-

bía olvidado la dieta. lo cual, comenta Escalante "ma– nifiesta claramente- lo poco que pesaba este ~uceso

en el ánimo del SI'. Presidente que lo dictó".

Los guatemaltecos y costarricenses en vano es– peraron la reanudación de la dieta, y tuvieron que re– tirarse a sus respectivos países, ambos dejando con– signado su pesimismo centroamericanista.

Los de Guatemala dijeron al gobierno de El Salvador que todo aquello "acabó de convencernos de lo inoficiosos que serían todos los esfuerzos que serían todos los esfuel'zos que continuásemos haciendo por lograr la reunión de la Dieta; y sobre todo, nos puso de manifiesto la poca e§peranza que había, aún en el caso de reunirse, de que pudiera ocuparse desde luego de los grandes objetos para que había sido con· vacada".

El costarricense Escalante dejó consignado lo siguiente:

"De todo lo relacíonado se infiere necesaria– mente, que una mayoría de los Estados no quiere unir– se en un pacto del todo nacional; que sus tendencias son permanecer en el actual orden de cosas, es decir, en el pleno goce de su independencia y soberanía".

Los delegados de Nicaragua no llegaron a Son– sonate. Es posible que hayan desistido de su viaje por causa del desorden salvadoreño que aumentaba el pe· ligro personal para ellos, que desde un principio los retuvo lejos de Sonsonate.

Otra vez fracasaba un intento unionista.

NJECJESmAD DJE UN.& REFORMA CONS'l'JITUCli01'1".&IL

1. - ILa capital a Managua. 2. - Asonada den Z de

JEnero de 1847 3. - Otro fracaso unionista. 4. ~ !l"a· 11m'ama constitucional de la época 5. ~ Contenh1!o de la reforma 6. - Oposición y m'iticas. "j. - Fracaso

«le ]a l'efOl'ma

l. LA iOA!l"lIT.&IL .& MANAGUA

Los trastornos que venía padeciendo Nicaragua hacían pensar a todos en una reforma, pero no sólo de los principios constitucionales, sino también de he– chos. Entre éstos estaba la necesidad de trasladar la capital a otra ciudad donde hubiese más seguridad para el personal del gobierno.

En la Metrópoli los gobernantes se sentían ame– nazados por frecuentes asonadas, asaltos de cuartel, conspiraciones y amenazas de mil suertes, que más de una vez culminaron en trágicas matanzas.

No obedeció a la antigua rivalidad este cambio, sino a procurarse un sitio hasta cierto punto ajeno a

las disensiones que habían agitado a Nicaragua desde los días de la independencia. Managua, como ninguna otra población del Estado, se hallaba exenta de haber participado como extremo en la agitada historia de nuestros primeros días, era la que mejores condiciones presentaba para la solución, tanto por hallarse situa– da entre León y Granada, como por su insignificante población, riqueza e influencia.

El cambio era algo delicado y no podía hacerse de sopetón, sino poco a poco, de modo que fuera im– perceptible a la sensibilidad de los leoneses. Ya vi– mos que el primer paso, la reunión del Congreso en

l\~asaya, dio ocasión a la sublevación de San Juan de LImay de un ejército mandado por oficiales occiden– tales, yeso a pesar de que aquella no era una medida definitiva.

. E.l 19 de Junio de 1846 el Poder Legislativo, pOl' unammldad de votos, designó la villa de Managua pa-

ra residencia del Congreso; un decreto del Poder Eje– cutivo del 4 de Julio decidió trasladar al Gobierno el día 23 a la misma villa, junto con: la Contaduría Ma– yor, la Tesorería General y la Tesorería Peculiar de los Supremos Poderes; (1) por decreto Legislativo del

24 de julio del mismo año se dio el nombre de Ciu– da da la Villa de Managua.

Por aquellas fechas era Managua un pueblecito miserable y despoblado, que merecía bien el modesto apelativo de Villa. Sus casas, destartaladas y casi to– das con techos de paja, hallábanse apiñadas unas con otras, sin obedecer al trazo de calles, pero se comuni– caban por los solares, que carecían de cercos diviso– rios; no había en ella edificios públicos ni aún malos, y establecimientos de comercio, sólo existía la Tienda de don Hipólito. Sus habitantes se dedicaban a arrear mulas de carga pOlO todo Centro América, y los que se quedaban en casa, tenían por oficio la pesca mayor en el lago, y de sl\rdinas en sus costas, o cogían huevos de lagarto, y luego salían a los alrededores a vender estos alimentos.

Las mujeres se ocupaban en la hilandería. Del algodón sacaban pábilo para sus velas de sebo, o hilos para ciertas telas ordinarias que fabricaban en sus primitivos telares. Con frecuencia se veía a las niñitas, escuálidas y sucias, tratando de vender pábilo, que lle– vaban en el fondo de un guacal, con cuyo producto se sustentaba la familia.

No sobresalía la Villa de Managua en 1846 por sus sanas costumbres; antes bien eran muy corrompi– dos El Ministro de Relaciones en el gobierno de San– doval, Lic Filadelfo Benavente, pidió al Vicario Capi-

O) El ari. 136 en. prescribía que los poderes Legislativo y Ejecutivo l'eshlieral1l en un mis1110 lugar.

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