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tular que enviara a Managua un pastor adornado de virtudes para que predicara con la palabra y el ejem– plo. Los motivos que daba Benavente eran indicado– res del perjuicio que causaban las montoneras Y de la falta del espíritu religioso.

A causa de las revoluciones -dice Benavente– los padres de familia han descuidado la educación d~

sus hijos; debido a eso, "las costumbres de este desdI– chado vecindario se hallan excesivamente relajadas, Y los sentimientos religiosos como que de un todo han huido de la mayor parte de estos moradores". Y más abajo agregaba: "en el país en que no impera la moral divina del crucificado, los vicios se entronizan, el orden no puede cimentarse, ni la paz consolidarse".

2. ASONADA DEL 2 DE ENERO DE 1847 La rivalidad entre el militarismo y el poder civil seguía perturbando a Nicaragua; este mal no sólo se había revelado en la sublevación de San Juan de Li– mal, sino que también, cuando se atrasaron los pagos de la guarnición de 300 hombres que estacionaba en León, y propuso el gobierno :r:ebajar el. contingente, según dimos cuenta en el capítulo anterIOr, el Gene– ral Muñoz lanzó una proclama el 9 de diciembre de 1846, en que incitaba al pueblo a tomar las armas contra la administración. El Poder Legislativo acon– sejó armonía; y así, hubo de hacerse sacrificios para mantener contentos al general y sus soldados.

La pobreza del erario obligó al Poder Legislati– vo a decretar la suspensión de pagos por cuatro años, reconociendo el 6 por ciento de interés a los acreedo– res; pero el Poder Ejecutivo no sancionó esta medida desesperada; y comprendiendo que todo esto era indi– cio de trastorno, resolvió regresar a León con objeto de conjurar cualquier desorden, pues en el fondo todo aquello era manifestaciones de disgusto porque se alejaba la capital de León. Sandoval ingresó a esta ciudad el primero de enero de 1847; pero como si solo se esperara su presencia para que se manifestase el malestar en su plenitud, inmediatamente fue objeto de la presión para obligarlo a que se rodeara de mi– nistros leoneses.

Refiere el escritor Pedro Francisco de la Ro– cha que el 2 de enero guardias armados rodearon el edificio del Poder Ejecutivo, que se puso en movi– miento la fuerza armada y que hasta se alistó la banda de música marcial para dar cima a la empresa.

El objetivo de ésta era obligar al Director San– doval que en lugar del único Ministro que tenía, nom– brara a tres de la ciudad de León. Desempeñaba aquel cargo Sebastián Escobar desde que cavera enfermo, ya para no restaurarse, el Licenciado Filadelfo Bena– vente, quien al fin murió en mayo de 1847.

Desde el mes de diciembre anterior se había fun– dado en León "un Club de organización masónica con su respectivo Pontíf'ce", al cual el mismo de la Rocha llama también "Club Jacobino", porque no tenía más objeto que oponerse al gobierno, criticando sus actos, pero sin dar la cara de modo que era imposible ni responderle ni desautorizarle.

Como la manifestación de esta soicedad, nueva en nuestro ser político, es sumamente interesante y acaso indica un cambio hacia una nueva modalidad en nuestra historia, copiamos la descripción que de ella nos hace el autor citado, en su muy poco conocida obra:

.•... tenia por partidarios a todos los que desean mudanzas en el Estado ,de aquello que, estando exen– tos de la responsabilidad que imponen las acciones, tratan los asuntos mirándolos meramente por algunos

puntos principales; y seguros de hacer mella en el áni– mo del pueblo con un corto número de falsas ideas y una gran dosis de vehemencias, se adelantan con osa– día, y hacen forzar el paso a los hombres que condu– cen el carro del Estado. Contaba también entre sus miembros hombres de esclarecida nota que, reuni~n­

dose a discutir materias políticas, preparar reformas útiles, concluyó bastardeando después de su estableci– miento; acogiendo con favor las declamaciones acer– bas, las acusaciones personales, los sistemas extre– mos, todo lo que halaga las pasiones del día contra aquellas personas no arrolladas por su dominación, y

c~ya probidad y diferencia de opiniones políticas, se

mm~ban como una hostilidad directa que se desearía castIgar como una falta de disciplina militar" (1).

El escritor de la Rocha no nos ha dejado el nom– bre del "héroe de la conjura" como él le llama por ironía, pero sí su actuación y la actitud de Sandoval. Refiere que el "héroe" se presentó a Sandoval a expo– nerle que se hallaba sobre un volcán próximo a hacer explosión; trató de excusar la sublevación de Limay con lo cual sólo consiguió ligar aquel vergonzoso acon~

tecimiento con el que en esos momentos se desarro– Haba bajo la dirección e instigación del "héroe". Por último, intimó ésre al Director: que el único medio de evitar la catástrofe era la renovación del Ministerio nombrando a personas que serían seguro apoyo del Po: del' Ejecutivo.

Estaba, pues, claro que la asonada del 2 de Ene· ro de 1847 no era sino la continuación de la subleva· ción de Limay, y por consiguiente, sus causas y mo– tivos eran los mismos. El que así habló al Director ha· llábase respaldado por los afiliados al "Club Jacobi· no". quienes se expresaron en la misma forma ame– nazadora ante el Supremo Mandatario.

No se amilanó Sandoval con estas amenazas si– no que resistió con entereza, a pesar de que los sub~er­

sivos iban acrecentando sus fuerzas con la opinión aun de personas de reconocida ilustración y honradez. Por la noche del mismo día, "el presidente de la sociedad jacobina" envió otra comisión al Director con este úl· timátum: "Que si a las 1 de aquella misma noche no se renovaba el Ministerio, haríale cargos por la sangre que se derramara".

Contestó Sandoval:

-El pueblo está tranquilo; no sé cuál sangre se derrame; y si es la mía y la del Ministro Escobar, prontas están ambas a correr. ,

Se le envió a decir que la salvación de la Patria requería que se diera aquel paso; a lo que Sandoval replicó:

-No veo en peligro a la Patria; su felicidad es el objeto en mira de mis desvelos, y estoy pronto en consagrarle en holocausto mi existencia cuando cuan– do fuere necesario.

Sin embargo Sandoval comprendió que había que resolver este asunto, y que el natural desenlace era nombrar un gabinete completo, ya que la ley había creado tres ministerios, y sólo ex;stía uno. No cedió al miedo, porque ni siquiera había manifestaciones que lo inspiraran. El pueblo dormía tranquilo, las ma– sas no habían respondido al intento desquiciador.

Pasada la noche del 2 nombró tres min'stros que fueron el Lic. Sebastián Salinas para Relaciones Exte– riores, el Lic. Francisco Castellón para Hacienda, y

el Lic. Pablo Buitrago para Guerra, quienes tomaron posesión a las dos de la madrugada. Todos eran leone– ses distinguidos, avezados a la política, lo cual indica que el interés local andaba de por medio. La capital volvió a arraigarse en León, pero no pasaron cuatro

\1) Recordemos que más tarde, el año de 1868, Máximo Jerez fundó una sociedad secreta política con un pro– grama al parecer elevado y con exclusivos propósitos reformistas, que sin embargo culminó con la revolución de 1869. Véase "Máximo Jerez y sus Contemporáne I)S", Documento NQ 3, pág. 415. En 1853 se enrostró a Perez que él era uno de los principales en estos su cesos del 2 de enero de 1847. También el Director Lau– reano Pineda acusó más tarde al Gral. Muñoz de haber oprimido con descaro inaudito al Poder Ejecutivo en tal ocasión (Manifiesto, Nocaome 16.VIII.1851.)

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