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las con el apoyo de la fuerza que al efecto remitirá a costa de los culpados" (1).

Contra la exclusión de las clérigos de la diputa– ción, que ya empezaba a privar, Guardiola da .u~a ra– zón muy acertada. El Estado carece de suÍlclentes hombres ilustrados -dice- y por lo tanto no es con– veniente prescindir de los eclesiásticos que son los mejor preparados para dar luces".

A pesar de todas las observaciones, Honduras se ve en la necesidad de adoptar 't'emporalmente" el Pacto, porque "se halla amenaz~da la i~tegridad

del país, al ocuparse por el extranJero el lItoral del norte, desde la desembocadura del río San Juan hasta Truj illo".

Pero después de esto, no se volvió a dar un paso más en este intento unionista.

4 PANORAMA CONSTITUCIONAL

DE LA EPOCA El año de 1838 se reformó la Constitución de 1826, la primera que hubo en Nicaragua. Se conti– nuaba atribuyendo a la letra escrita todo el malestar y la desgracia de Centro América, y de allí la idea en los estadistas de la época de hacer y deshacer constitu– ciones con frecuencia.

La del año 38 ha sido calificada como una de las constituciones más liberales que se han escrito en Nicaragua, en el recto sentido de aquella palabra. Ella también incurrió en el defecto de la federal de 1824, porque daba poco poder al Ejecutivo y mucho al Congreso; dejaba demasiada oportunidades a las fac– ciones, mal endémico centroamericano, dividía el po– der de la nación en dos funcionarios; el Director del Estado que era el supremo gobernante civil, y el Co– mandante de las Armas, que era el verdadero man– datario por fuerzas de las bayonetas.

Sin embargo, aunqlle la constitución no era la causa de todos los males, la serie de cargos contra ella era indicio de lo que faltaba.

Un escritor de la época decía: "Nicaragua en dos décadas se ha dado ya dos constituciones, y am– bas no han producido sino amargos frutos; ambas han sido un manantial inagotable de rivalidades, de en– cone(, de acusaciones, de violencias y de reaccio– nes, y ambas han reducido al país a la miseria más deplorable".

El defecto más grande de los tiempos y el más a la vista, era el militarismo. Causa de la pobreza. de la inseguridad, de las turbulencias que padecía Nica– ragua. El periódico oficial reflejaba el sentir general de la época a este respecto. La fuerza armada -de– cía- no debe nunca infundir inquietud al pueblo ni a las naciones vecinas. No se debía favorecer el espí– ritu militar, pues un gobierno "puramente" militar equivale a "arbitrario o anárquico". Porque, o bien el ciudadano obedece como soldado, y entonces se con– vierte en instrumento Ciego de Un caudillo o se da cuenta de su fuerza, y en tal NISO norrocará toda autoridad y dispondrá de ésta a su antojo.

Hasta los más altos personajes habían llegado a creer que la Con¡;titución era la base de nuestras desgradas, y de allí la necesidad de su reforma. Cuan– do el 12 de marzo de 1847 se inauguró la Legislatura, el Director Sandoval dijo: "Nicaragua lejos de dar un paso hacia el engrandecimiento a que es llamado por su naturaleza, retrocede de continuo y se enca– mina rápidamente a su destrucción; decir lo contrario es engañar torpemente y estimnlar

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res a seguir maquinando la ruina de la Patria. De– güello de propietarios y de hombres pacíficos; asaltos

repetidos de cuartelazos; anonadamiento del Gobier– no Supremo; el crimen impune y acaso exaltado ¡y la virtud calumniada! No son he.chos que hablan mas alto que los más elocuentes discursos?"

Luego, como si hubiese encontrado el remedio infalible:

"Legisladores! Este cuadro melancólico de nues– tro modo de ser político es el que ha determinado al pueblo nicaragüense a reformar la carta de 1938, atri– buyéndole su desventura". El Director concluía pi– diendo al Ser Supremo, "que el despedazado pueblo de Nicaragua, dejando de ser el juguete de facciones, levante el edificio sólido de su bienestar, dándose una Constitución análoga a sus circunstancias, capaz de mantener el sosiego público, y que contenga el ger– men fecundo en resultados de unión con las demás secciones de Centro América . "

Se atribuía la facilidad de los trastornos a la len· ta acción defensiva del Poder Ejecutivo, casi destitui– do de poder. El jefe del Estado no era, como en otros paises, el generalísimo de los ejércitos. El Coman-– dante de las Armas, cuyo nombramiento debía confir– mar el Senado, era quien disponía de la fuerza ar– mada.

Urgía quitar al Congreso algo de su fuerza, por lo menos aquello que pertenecía al Poder Eje– cutivo. A este respecto se citaba la doctrina de Mon– tesquieu, autor tan en boga entonces: "un cuerpo re– presentante no debe tomar ninguna resolución activa; debe hacer leyes, y ver si se ejecutan las que hace". Si en países como Inglaterra, la autoridad del Poder Ejecutivo era soberana, aunque circunvalada por tres noderes de oposición: el gabinete, la Cámara Alta y la Cámara Baja, en un Estado como Nicaragua debía ser más fuerte, porque todo conspiraba contra él. Este desequilibrio en realidad se notaba en toda la armazón de los poderes. El editorialista del 'Regis– tro Oficial" dice claramente que al Poder Ejecutivo le ofrecían resistencia el Poder Legislativo, el Judicia– rio y el pueblo. Por eso, encontramos muy acertada la opinión de cierto clérigo nicaragüense muy sabio, so– bre el sistema liberal adoptado. Cuando le pregunta– ron qué le parecía, contestó: "No hallo en él ni poder ni respetos". .

Precisaba, pues, fortificar "todo el sistema del gobierno". Consistía este plan en revestir al Poder Ejecutivo de la autoridad suficiente para luchar "con los inconvenientes anexos a nuestra situación, al esta– do de guerra a que todos los días nos conducen nues– tras pasiones, y la especie de enemigos domésticos, contra quienes tendremos largo tiempo de combatir"; que el Poder Legislativo se desprendiera de las atri– buciones que correspondían al Ejecutivo, y que los Tribunales de Justicia fueron reforzados por la esta– bilidad y la independencia de los jueces.

El mecanismo electoral era malo. La elección in– directa, según los contemporáneos, se prestaba a que cuatro aspirantes malvados, y no el pueblo, eligieran a sus legisladores. Se creía que darían mejor resultado las elecciones directas.

A veces el editorialista del periódico oficial sa– be poner el dedo en la laga de nuestros males, como cuando repite, acaso inconscientemente, el pensamien– to del roman,o Horacio, "que las buenas constumbres,

y no la fuerza, son las columnas de las leyes: que el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la liber– tad". Y fiel a este pensamiento, añade en otra parte que "a veces son los hombres, no los principios, los que forman los gobiernos". Por lo tanto, los legislado– res debían procurar un "modo efectivo de regenerar

(1) Decimos que el 17 de noviembre de 1831 el Congreso ,Fedel'al dió una disposición semejante porque asi 10 informa el Vicelll'esidente Mari¡mo Prado en aquella fecha, en su proclama impresa del 19 de Marzo de 1832; y de ella da cuenta en sus comunicaciones el Ministro de México en Guatemala don Manuel Diez de Bonilla, fechados el 18 de octubre y el 18 de noviembl'e de 1831. Pueden leerse en "Bosquejo Histórico de la Agregación a México de Chiapas y Soconusco", por Andrés Clemente Vázquez, páginas 43 y 591. Véase

Historia de la Fed. de C.A. por el autor.

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