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No faltaban las objeciones de ca~ácter econó– mico. Temían los choques que podían suscitar ~3: mul– t' licación Y diseminación de los poderes mIlItares,

~;to parece haber sido la médula del problema, pues significaba un rudo golpe al po~er milit~r. del Gral. Muñoz cuya base estaba en Leon. Los dlSldentes se ex res~ban así respecto de este l?unt~:

p "La Constitución crea un EJecutivo fuerte; pero u fuerza se contrasta con la de generales arI?ados, s. más vínculo ni unidad que el de un PreSIdente sIn 1 ' t' 1 inestable que naturalmente debe ~er a VIC una o. e 'uguete de los partidos, Tales artIculos son por cIer– to los que nos han a~~rmado, y l?or esto hemos dese!!– d que la ConstitUCIOn se publIque antes de sancIO- °rse para que escuchándose la opinión pública, pue– na, , ., t d " d .uzgarse con conOClmlen o e causa .

a J Sin duda que erraban los constituyentes ?e 184e estas apreciaciones, quizás por falta de eJemplos

e~ácticos, pues años más adelante se crearon la~ Go· bernaciones Militares p~ra cada Depa!tamento, SIn los li roS que les atribUlan aquellos dIputados. pe g Por otra parte, su razonamiento pa.r~c,e descon~­

el fondo del problema que venía aflIgIendo a NI–

~ri~agua desde 1838, que la reforma tr~t~ba ~t; resol-El malestar radicaba en el predOmInIO mIlItar ~o­

ve~. consecuencia de estar dividida en dos pers~mas dIS–

l? tas el mando civil y el de las armas, que SI conver–

~~n al Presidente en juguete de los C<;lmandantes: Edra la. im edil' que Nicaragua contmuase. te;men o

~~~Ci~toríd~deS, de las cuales, la civil, la prm~i~al e~

teoría se hallaba sometida de hecho al poder mI J.

arde 1 ' según las leyes, debía estade sub~r ma o. cua ~ los hombres de la época, esto era mas grave Par la reelección que se permitía al Presidente, porqu.e ;:::eésta no tenía malos recuerdos, pero sí del prledomr . del sable La fusión de ambos poderes en a so a

n~~sona del Presidente, la creación de las cuatro Coman– p " 'd b'litar la única existente hasta entonces, danclas para el... no era parte del remedio del malestar mcar~~uense, y su ruina, como pensaban los diputados dISIdentes.

por otra parte, la doctrina de é.stos d~, que la A– samblea no podía ser "juez de su propIa obra y que de– bía llamarse otra para que sancionara l~ .carta acordada por ella se salía de las normas d~mocrat~cas, que ens~­

ñan a r~:JPetar las decisiones de la mayona. La ConstI– tución de 1848 fué en realidad ~ecretada y los que deser– taron de sus escaños para, no fumarla, falt~ron a su d~­

ber y dejaron sin resolver el problema de Nlcarll:gua. QU~­

zás si hubiesen procedido de otro modo, nos ~ub~eran ev~­

tado la sangrienta guerra de 1854 con su apendlCe de fl-libusteros. . d

El 13 de abril los diputados dlSconf?rmes aban ,0-

naron sus asientos y se restituyeron a su cmd.ad de Leon. En vano se les conminó con multas y apremIOS. No re~

gresal'on. , .

Sin embargo, de hecho se siguió el tramIte propue~­

to de publicar el proyecto y someterlo al fallo de la OPI– nión pública.

El 14 de julio se volvió a reunir la Asamblea, pero en aquellos tres meses se había trabajado mucho contra el proyecto. Se estimuló a las Municipalidades de segun– do orden a levantar actas contra él; pero los ciudadanos de lugares importantes y más cultos C0ffiO Granada, Ri– vas, León y Chinandega, se mostraron a favor.

Uno de los que llevaron la voz cantante contra la sanción de las reformas, fué el Lic. José Benito Rosales, quien, aunque oriental, había sido ministro del .gobierno .de Pérez supeditado al despotismo militar del Mariscal Casto Fo~seca, y aun se le acusaba de haber autorizado abusos y violaciones contra la Constitución. Rosales fué desterrado por esa causa de Nicaragua, mas ya había regresado.

Era un escritor de nota. pero sus críticas al pro– yecto son en general difusas, inanes, y en ellas sobresa– le más la pasión que la sabiduría. Se aprovecha de la prevención que existía entonces contra todo amago de ti-

ranía y dictadura, obra más de la fantasía que de la rea~

lidad, haciendo ver que hacia allá iba la reforma debido a las mayores amplitudes que otorgaba al Pode; Ejecu– tivo para evitar o debelar prontamente las facciones. Esto lo hacía dispararse contra la oligarquía granadina calificando el proyecto de "aristócrata'\ sobada bander~

de la época. que se a~itaría después en 1854, que tanta sangre y rumas costana a Granada, la infortunada cuna del Lic. Rosales.

Pero en esto no era sincero, pues sus enemigos le echaban en cara que cuando dirigía "El Ojo del Pueblo" de 1843 a 1845, hacía mofa de los que acusaban a Gra– nada de tener aristocracia.

Su crítica superficial encuentra malo que la Cons– titución señalara el lugar de reunión al Congreso; que la

cart~ fundament~ fuera muy reglamentaria, que esta– bleCIera la necesldad de poseer bienes de fortuna para ser Preaidente, Senador, Diputado o Elector.

Sobre esto, no desaprovechaba sus intenciones de. magógicas, al exclamar: se quita éll pobre el interés que tendrá en su voto el candidato. ¿Quién querrá prestarles algún favor? 1\;'i esto contrapesará la humillación de ser pobre.

. El o~jeto del proyecto de entregar el poder a los !Judlentes, Ilustrados, etc., tendía a la independencia de

l?s gobernantes; pero a esto observaba Rosales que no SIempre la fortuna era una garantía del orden, porque cuando se apoderaba del dieo la ambición del mando gastaba sus tesoros en revoluciones para atrapar el poder:

~ este .resp~c~? recordaba que el l.>royecto de 1838

con,tema la dlSposlcIOn qu~ el Director debía ser propie– tano por lo menos de 3 mIl pesos; pero no se aceptó por el rumor que ~ntonces circuló de que el cuartel haría' una matanza de dIputados (estaba fresco el asesinato del Jefe Zepeda y compañeros). Rosales averiguó que era falsa la amenaza, mas agregaba que el Comandante de las Armas era un in?ividuo del puebl~ de León, que opinaba con

é~te al um~ono contra aquella medida, porque la exigen– Cla del capItal para ser electo "pospone las luces al di– nero, y coarta la libertad de la elección". Por otra par– te -sigue Rosales-, sería muy corto el número de ciu– dadanos aptos, pues en Granada, por ejemplo, no había 60 personas con más de dos mil pesos de capital. En 1835 sucedió que en los pueblos no había sufic,ientes ciudada– nos con 200 pesos, que la ley exigía para ser miembro municipal, y ésta hubo de modificarse.

La Constitución de 1838 prohibía categóricamente la reelección, pero no así el proyecto que le permitía; y en nuestros tiempos podría considerarse ironía el agregado de que el Presidente "sólo una vez será obligado a con– tinuar", si en aquellas calendas no hubiesen sido los puestos públicos una verdadera carga, que no una ganga. Rosales critica esta disposición, y con justicia, diciendo qne así el Presidente podría eternizarse en el mando, y

convertirse por su voluntad en vitalicio, como otro Dux de Venecia.

Tampoco aprobaba la creación de las cuatro Co– mandancias.

Rosales no encontraba mal que el Poder Judicial pudiera hacer observaciones a los otros Poderes contra leyes inconstitucionales; él creía que lo mejor sería "cons– tituir el tercer poder (el Judicial) por regulador de la acción desconcertada de los otros". Pero sí opinaba que esta acción pudiera dirigirse contra el Poder iL,egislativo, y juzgaba perjudicial que el Ejecutivo ~~udiese ordenar la suspensión de sus providencias, porque eso, según él, produciría di<;;turbios y rivalida.des.

He aquí insinuada la ley de amparo o inconstitu– cionalidad que después se estableció en Nicaragua, sin aquellos peligros que la inexperiencia hacía sospechar al Lic. Rosales.

Este dedicó su mayor vehemencia y cuidado a cri~

ticar la disposición de que el Poder Ejecutivo podría de– c)ólrar la suspen"ión del régimen constitucional. ~l Lic. José María Estrada, defensor del llroyedo, ponía en evi– dencia la necesidad de esta medida cuando el Estado se

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