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políticas en hacer disparos de fusil cerca de~ cementerio, para tener pretexto de procesar y perseguIr a los des– afectos del régimen personal de los que mandaban. :En Granada la conmoción se inició con desórdenes los días 12 y 13 de agosto de aquel año. Un documento suscrito por el Alcalde Segundo José Lejarza y por Leandro Zelaya (Revista de Geografía e Historia de Ni– caragua, tomo yn, cuadernillo IIl, pág. 87), nos ha transmitido el Origen de aquellos trastornos.

. . :El referido Alcalde mandó prender a Miguel Cisne– roS alias Chingoringo, porque incitaba a los jaltevanos a destruir las cercas de las veoinas haciendas de Malacos. Confesó Cisneros que estaba ¡,J.poyado por el Comandan– te José María Ballesteros.

Habiendo sabido el Alcalde Lejarza que en Jalteva había una reunión con fines ilegales, pidió al Coman– dante cuatro números de su contingente para "pasar a reconocer la reunión". Ballesteros negó el auxilio, ma– nifestando que sólo tenía lo necesario para resguardo del cuartel. Con esta negativa, Lejarza y Zelaya fueron a exponer su queja al Prefecto, pero este funcionario, le– jos de apoyarlos, hizo. re~ponsable a Lej::rz'a de l.~ que sucediera, porque habla rocautado una roformaclOn y puesto preso a Cisneros, cuando él, el Prefecto, estaba tratando de arreglar las cosas por otros medios. Poco después se acercaron al cuartel como 16 hom– bres gritando: "¡Viva el Gobierno!", sin que el centi– nela' los requiriese. El Prefecto echó en cara al Alcal– de: -"Mire cómo está alterando el orden con sus pro– videncias". Contestóle el Alcalde: -"Ese es un puña– do de hombres que puede disolverlo con la autoridad; si Ud. cree que la prisión de Cisneros lo motiva, pónga– lo en llbertad". El Prefecto soltó a Cisneros; pero ha– biéndole objetado este paso Naroiso Espinosa como abu– so de autoridad, volvió a encerrar a Cisneros, y al mis– mo tiempo prendió a Espinosa, al Alcalde Lejarza y a su compañero Zelaya.

Continúa la hoja suelta así: "El vecindario de esta ciudad (Granada) ha estado tranquilo, a pesar de que hace algunos meses que se trabaja incesantemente para alterar el orden, provocar a la revolución y dividir el vecindario. Por el acontecimiento de la noche anterior (12 de agosto) los desórdenes que han tenido lugar la del 11 del próximo pasado, se viene en conocimientos que las autoridades del Prefecto y Comandante son las que lo alteran, fomentando la discordia CQn el apoyo de las armas. Antes de ahora se ha dicho que se aumenta– ría la guarnición de esta ciudad, con el objeto de opri– mir en las próximas elecciones, y este acontecimiento (la prisión del Alcalde y compañeros), parece que fue forjada para lograr este fin; y nosotros protestamos des– de ahora de la nulidad que envuelven cualesquiera acto que, debiendo ser libres, intervengan la coacción y la violenoia".

De estos aconteciJ,nientos que conmovieron a Nica– ragua, que dieron origen a la lucha entre timbucos y calandracas, nada dice la "Gaceta de Nicaragua", Orga– no Oficial, ni el historiador Gámez en su "Historia de Nicaragua" trae nada concreto sobre estos sucesos tan trascendentales.

Entre los documentos copiados de los archivos de León por don Lorenzo Prado, encontramos el decreto del 17 de agosto de 1848, por el cual Se nombra al Lic. Pedro Zeledón para que a la mayor brevedad pasase a

G:~anada a pacificar esta ciudad y a conciliar la oposi– ClOn que existía entre la Municipalidad y el Comandan– te de la guarnición de la plaza.

Las instrucciones que se dieron al Lic. Zeledón no aparecen en el decreto; pero el artículo 2 ordena que tanto la Municipalidad como el Comandante debían obrar de acuerdo en el ejercicio de sus funciones para qUe "conserven y hagan conservar el orden público". Tres días después en nuevo decreto faculta a Zeledón b

usar del poder que la Constitución y leyes le acorda-an para el restablecimiento y conservac,ión del orden en Granada.

Aunque el Ministro Lic. Sebastián Salinas nos dice

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q.ue .?:e~edón acertó e~ sus principios, no parece haber SIdo aSI. El 5 de septlembre tuvo que nombrar interi– nam.ente al Lic. Buenaventura Sel,:,a Sub-Delegado de Ha;clenda del iDepartament?; y al fro se vio obligado a retll'arse, porque las conOCIdas prudencias y sagacidad del Licenciado Zeledón resultaron "después insuficien– tes", según el propio Salinas

En reposición de Zeledón se nombró al General Má– ximo Jerez, Comandante principal de la plaza de Gra– nada. Este decreto, que lleva fecha 2 de diciembre de 1848, urge al general para que salga a la mayor brevedad a ejercer sus funciones, "atendida la intranquilidad en que se halla aquella ciudad, la cual cunde progresiva– mente en otros pueblos de! Departamento Oriental". Por las necesidades del momento, el General Jerez de– bía ejercer conjuntamente las funciones de Comandan– te y Prefecto. La Prefectura la ejercía ya José de J e– sús RabIeta, lo que indica que aún el Lic. Selva había escollado en su misión pacifista. La conducta de Jerez fue, como hemos visto, favorable a los demagogos. Los partidos se exaltaban cada' vez más en Grana– da debido a la proximidad de las elecciones, y el gobier– no dictó medidas más enérgicas para conjurar el males– tar. El 13 de diciembre decretó que todos los que pose– yesen armas en Granada los depositaran en la Prefec– tura, y quienes no lo hiciesen dentro de 24 horas, serían considerados sediciosos y castigados como delincuentes. Pero lo mismo que en otros casos, en que anda de por medio el interés eleotoral, este decreto se cumplía estrictamente con respecto de los granadinos o timbu– cos, pero no contra los jaltevanos o calandracas, quie– nes, nos refiere Rivas, "habían sido armados con armas nacionales". Los primeros tuvieron que proveerse de vitriolo al verse inermes frente a sus terribles adver– sarios.

La situación se hacía cada ve~ más intolerable. Un colaborador de "El Centro Americano" escribía des– pués, recordando aquellos tiempos "en que se exponía a ser apedreado el que salia a las calles vestido efe levita, chaleco y corbata, porque se le creía reo del delito de lesa democracia".

Los asaltos de los calandracas eran frecuentes y te– rribles. Turbas desenfranadas, ululantes y compactas, armadas de machetes, se e{:haban desde J alteva y la Otrabanda sobre la ciudad. Los granadinos desarma– dos, al grito pavoroso de "¡Vienen los jaltevanos!", se en– cerraban en sus casas y formaban barricadas tras las puertas; las turbas asaltaban, intentando derribarlas a machetazos o abrirse una brecha; a veces les prendían fuego. ¿Y qué hacía la autoridad? Se mantenía en una indiferenoia culpable. Los agredidos rechazaban el ataque como podían, pero los &lzados, sabiendo que con– taban con la aprobación y estímulo del gobierno, vol– vían a la carga una y otra vez. ¡Ay de quien cayera en sus manos en esos momentos! El infeliz era inmola– do a su furia. En una de estas ocasiones, el timbuco Dionisia Atarraya, fue recogido en la calle poco menos de encontrar la muerte a machetazos.

Entre las agitaciones que conmovían a Granada, una era el incentivo que los calandráoas ofrecían a los indí– genas de Jalteva, haciéndoles creer que estaban para renacer sus antiguos derechos precolombinos al poder y aún al cetro. .

Varios calandracas, entre ellos Dámaso Suoza, Juan Lugo, Ventura y Raimundo Selva, Teodoro Mora y so– bre todo el muñidor Casimiro Borgen, a quien llamado "el Borgen", acordaron resucitar las pretensiones ya ex– tinguidas de la raza indígena y valerse del mencionado Miguel Cisneros, alias Changoringo para la farsa. Fá– cilmente lo persuadieron de que era el heredero legíti– mo de los viejos caciques y que a él correspondían el go– bierno y el trono. Y para que no dudara, le prepararon una c.eremonia ridícula, pero efectiva para interesar la ambición de los indios. Impusieron a Changoringo una corona de rosas y en medio de una lagarada le procla– maron rey. Se oyeron gritos de: ¡Viva el Rey Chango– ringol

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