Page 72 - RC_1968_04_N91

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una jícara de tiste, era su úni~a ración; y ~on tal com~­

da debían caminar 40 o 50 m1l1as, a tr~ves de un pe.IS donde un americano o europeo, no harIa un promedIO de diez. El cuerpo de "veteranos" .marc~aba con preci-ión y buen orden. Seguían a contmuaclOn lo~ reclutas,

~ue constituían un lotE; poco agrada;ble a la vIsta. Iban vestidos con gran varIedad de traJes, y para nada se cuidaban de mantener la línea y marcar el pas? Al-unos sólo llevaban "pantalones y sombrero, y este no :iempre del más clásico modelo; cuales tenían p~ernas

más largas que sus calzones, cuales, por el contrarIo, las tenían más cortas, y algunos carecían totalmente de a– quella prenda del vestido. Más todo.s p<:trecían de b~e.n

ánimo Y listos para afrontar cualqUIer mesperada dIfI– cultad: Con frecuencia saludaban, hacían señas y aún hablaban con sus conocidos que veían entre los espec– tadores descarríos que nunca cometían los "veteranos". Por úlÍimo los de la retaguardia, que eran indios puros, parecían tan impasibles como si fueran de bronce.. En– tre los oficiales del Estado Mayor ví a un negro de pu– 1'a raza, pero de facciones tall finas como las de cual– quier europeo. Después fue ascendido este negro por su valor y fidelidad".

Fruto Chamarra y sus amigos de Granada no eran de aquellos partidarios intransigentes a quienes se re– fería el Director Ramírez', sino, por el contrario, de los que estaban siempre dispuestos a sostener, con el go– bierno, la causa del orden. El y sus correligionarios aceptaron la mano amiga que les tendía Muñoz, su ene– migo de ayer, en demanda de cooperación. Fruto Cha– marra y sus seguidores escucharon la voz de la autori– dad bien intencionada que requería su apoyo para de– belar la facción y oponer un frente compacto a los usur– padores extranjeros.

Muñoz celebl'ó un concierto con los granadinos en– cabezados por Fruto Chamarra.

-General Muñoz -preguntóle éste en nombre de los concurrentes-o deseamos saber ante todo las pre– tensionps del Gobierno.

-El Gobierno -contestó Muñoz-, necesita un em– préstito de diez mil pesos. .

-Concedido -dijo Chamorro-. Aquella suma era considerable para los tiempo;; y suficiente para llevar a término la campaña contra Somoza.

-Propone asimismo el Gobierno - continuó Mu– ñoz-, que Granada levante una columna de 300 hom– bres y la mande el Coronel Fruto Chamorro, y que mar– che conmigo a debelar la facción de Somoza. -Concedido también- eontestó Chamarra.

~ -y ahora, ¿qué pretenden ustedes? -indagó Mu– noz.

Los granadinos pidieron cambio de autoridades en e.l Departamento. Muñoz accedió a ello, y en un pliego fIrmado en blanco por el Director Ramírez, extendió el nombramiento de Fernando Guzmán como Prefecto y de Dionisia García, alias "Tusa" como Gobernador Mi–

litar, y Dionisia Atarraya como Gobernador de Policía. Se hizo una incursión en Diriomo donde todavía quedaban algunos calandracas; Muñ02! dictó medidas de

s~g.uridad, y se alistó para pasar al Departamento Me– ndIOnal a debelar la facción encabezada por Bernabé Somoza. En una conversación que tuvo con el Minis– tro .Americano. MI'. Sauier. trató de estimular las sim– pahas de los Estados Unido::! hacia Nicaragua revelán–

dol~ que la facción de Somoza estaba apoyada 'por agen– tes mgleses y quizás por el p! opio gobierno de la Gran Bretaña.

6. - VICTORIA Y CASTIGO

. La relación del Ministro Americano Squier, no de– Ja !t!gar a dudas sobre que por aquellas fechas Ber–

nab~ Somoza era un fugitivo. y que el lugar de sus co– rrerlas eran por el Gran Lago y sus riberas. No tiene f!1 nda mento, pues, el informe de aue Juan Lugo v Apo– lIllar Marenco fueron a traerlo a Jinotepe para que en– cabezara 1'1 rebelión. Cuenta Sauier qu

P tuvo que despachar a un paisano suya que estaba muy enfermo para que regresara a su

país por el lago y San Juan del Norte. Pero cuál no lue la sorpresa de Mr. Squie r cuando vio al americanu dos días uespues de vuelta en Granada.

-¡Lo he vi¡:to -gritaba fuera de sí-; he visto a Somoza!

lb.:. acompañado de otros pasajeros en un bongo a– tra:vesando de noche el G~'an Lago. De pronto, el yan– qUI, que se hallaba durmIendo bajo h chapa, oyó arri– ba voces alteradas. Asomóse a ver qué sucedía y en– contró que su bongo había arriado velas y que otra em– barcación, armada en guerra con cañoncitos giratorios en la proa y costados, se hallaba a su lado; muchos hom– bres con armas amenazan a los del bongo. Al lado del mástil se destacaba la figura de un hombre arrogante trajeado llamativamente, con capa roja española sobr~

los hombres que lotaba al viento, y sombrero adorna– do de una pluma; dos pistolas asomaban sus empuña– duras por el cinto; en la mano, un espada desnuda, cu– ya punta descansaba en el banco más próximo de los remeros. Un compañero de viaje se había tornado pá– lido y mudo, mientras que su mujer lloraba en el fon– do del bongo. El hombre de la· espada interrogaba al patrón del bongo inclinándose hacia él con ojos pene– trantes y aquilinos, en un tono capaz de arrancar la: ver– dad aún a las piedras. Temblaba el capitán temblahan todos los pasajeros. o podía haber duda; aqué'l hombre era Bernabé Somoza. .

El yanqui Se hizo el dormido, pero cuando concluyó el enérgico interrogtorio, vio que Somoza descendía a la chapa; el susto no le pasó a más, cuando Somoza, to– mándole por el brazo, exclamó en mal inglés: -How do, mi amigo americano?

Animado con este saludo. el yanqui se puso en pie, Somoza envainó su espada y rodeándole la cintura con el brazo. le dio un abra7.'O a la española, que le dolía de sólo acordarse. Y tantas veces se repitió el efusivo ca– riño, que el pobre yanqui tuvo que decirle: -¡No más, señor, no más!

Entonces Somoza cambió el modo de expresar su entusiasmo, dándole la mano y sacudiéndosela con tal fuerza, que el cuitado yanqui pensó le iba a despren– der el brazo' de los hombros.

Somoza dio terminantes órdenes al capitán del bon– go con que lo hizo regresar a Granada a todo el bogar de sus remeros. La impresión del americano era que Somoza se dirigía a San Carlos para hacerse allí de ar– mas y municiones, de que estaba muy escaso.

y así sucedió. Pocos días después sorprendió y a– saltó aquella fortaleza y la tomó sin disparar un tiro. "Supe después que Somoza -refiere Squier- que afectaba gran simpatía por los americanos, y que al principio de sus operaciones había enviado a nuestro Cónsul un propio con una carta llena de protestas de amistad, anunciando su determinación de "regular el gobierno" y después proseguir a San Juan del Norte a sacar de allí a los "ladrones" ingleses. Sin embargo, se le acusaba de favorecer los intereses de éstos. y de que operaba directa o indirectamente por instigación de la Gran Bretaña".

Por lo menos estaba patente la sospechosa coinci– dencia de que su terrible facción debilitaba a Nicara– gua en el preciso momento en que los ingleses le usur– paban parte de su territorio.

Se explica que Granada se mantuviera en alarma

y atrincherada, esperando de un momento a otro el a– taque de quien, en cierta oc;~sión que estuvo detenido en sus cárceles, juró v.engarse prendiendo fuego a la ciudad. León mismo vivía también un estado de in– quietud. Temían a Somoza -dice Stant- la gente dis· tinguida y de orden, pero lo estim'lban las masas En– tre los yanquis. sin excluir al Ministro Sauier. desperta– ba no disimulada simpatía su condición de audaz aven– turero. de ;oolegre cantor, hábil esltrimista y lancero. que alardeaba de entusiasta admiración a los norteameric~­

nos.

Somoza llegó a ponerse a la cabeza del movimiento o.p San Jorlte. porque desde €'n abril se le h'1bía solici– t'l.do para la empresa como hemos visto Pero, ¿quién llamó a Somoza?

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