Page 73 - RC_1968_04_N91

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No pudo haber sido Muñoz, como afirma Gáme7'. Muñoz y Somoza eran enemigos desde que el prímel0 combatió y debeló la facción del segundo en 1946. Es cierto que Muñoz y Guerrero fueron los incitadores de los anárquicos sucesos de 1848 y 1849; pero acontecio a Muñoz 10 de siempre en esos casos, que bien pronto se vio enredado en sus propias redes; que el trastol'l1'J por él iniciado, Se volvió contra sus intereses y propó– sitos, amenazando sepultarlo a él también en las ruinas de todos.

Puede darnos una luz sobre quién excitó a Somo– za a encabezar el levantamiento, 10 que dice el Prefec– to de Rivas, J. Manuel Selva, en su defensa mencio– nada arriba. Negaba él que el Lic. Rosales y un S1'. Sauza le hubiesen propuesto se declarase contra el Go– bierno en favor de Somoza; que desacreditase al Capi– tán Martínez, y entregase las armas a las masas ame· tinadas. El Lío. Rosales ejercía entonces el Poder Eje– cutivo, y precisamente por aquellos días, en los prime– ros de abril, había llegado Somoza a San Jorge, al pa– recer a echar las bases de su movimiento revoluciona– ría. Rosales era calandraca, y quien más había contri· buido a estimular la animosidad contra la reforma cons tituciona1.

De aquí la conducta aparentemente dual de Mu– ñoz frente a Somoza; de aquí que, quien alentaba antes la anarquía, ordenaba ahora al Capitán Fermín Martínez que la l'eprimiera con energía; y él mismo tuvo que ponerse a la cabeza de sus veteranos cuando el movi– miento de Rivas se convirtió en peligro nacional.

Desde que Somoza se puso al frente del movimien– to sobró éste más vigor y su acción fué más terrible; saqueó las haciendas de los alrededores de San Jorge, según informó el Ministro Buitrago, y cometió otros ex– cesos. El 26 de mayo renovaron en Rivas las conmocio– nes con el asalto por la noche de la casa de Pedro Vega. Al Prefecto le llegaban denuncias de frecuentes reunio– nes con intento de asaltar el cuartel; se notaba mayor exaltación de las pasiones y Selva no se explicaba "la causa que produce estos fenómenos, ni el fin a que tienden", sin duda porque ya no los dirigía él como antes. Sobre todo, odiaban las turbas al capitán Max–

tínez, como úníca compuerta contra el desborde, y pro– clamaban que su presencia en la plaza era la causa del disgusto.

El 29, otro asalto en el barría de Buenos Aires con fractura de puertas e injurias de dos personas; pero a todo esto, Selva no hacía más que levantar instructi– vas que no descubrían a los conspiradores.

Entretanto, un grupo de éstos se reune el 2 de junio, y muy de madrugada se dirige a Buenos Aires. Selva lo sabe y envía al Alcalde a contenerlo; pero este funcionario le contesta que desacataron sus órdenes y que en "El Palmar" rabían asesinado a Rafael Lebrón y a Juan Duarte.

Ese mismo día 3 de junio, fué el rompimiento. Dice Gámez que ya se -habían arreglados los partidos; que por la noche se disponían los livenses a celebrar con una Salve el convenio; pero un centinela dió el alto a uno de tantos grupos que tomaban parte en el fes– tejo, y como no hiciera caso, disparó y mató a un vecino de Buenos Aires, llamado Potenciano Mora.

Al día siguiente 4, Bernabé Somoza, a la cabeza de una muchedumbre armada de fusUes, machetes, escope– tas, lanzas, espadas y otra clase de instrumentos, se lan– zó sobre Rivas.

El Capitán Fermín Martínez, jefe militar de la plaza, hizo frente a la chusma con los únicos cuarenta soldado.: de que disponía, La multitud acometía por di– verso.. puntos, saqueando e incendiando, contra aquellos valientes, que haciendo prodigios, pudieron resistir 11 días a la turba desenfrenada. Mal'tínez murió en el campo del honor, y la ciudad quedó presa de las hordas famélicas de dinero y de sangre.

El Prefecto Selva se había escapado a León con el pretexto de "informal"" al gobielno y pedirle auxilio.

A Pineda que también huyó a Granada, le íncen-

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diaron la casa. No sintió tanto haberlo perdido cuanto terribles fué digna de Sll carácter magnánimo y caballe– la destrucción de 12 volúmenes manusccritos en que ha– bia recopilado las leyes de Nicaragua desde los tiempos federales.

" No resistimos el des~o de reproducir la descrip-ClOn que de aquellos alzamientos traza con mano maes– tra el Gl'al. Isidro Urtecho: - "Extraña revolución la de esa época aciaga -comenta-o Aquella ráfaga de tem– pe;:,tad no puede llamarse propiamente revolución; fué una conmoción de otro género, no producida absoluta– mente por miras políticas de ninguna especie. Es un caso enter.amente nuevo de la patología política, si así

p~ede. deCIrse, del país, no bien explicado todavía por la hlstona, y que merece estudio especial. Aquello fué un

alza~iento repentino de masas, un desbordamiento de barnos contla centros de poblaciones, localizado solamen– te e~ qranaad y Rivas, algo así como las irrupciones de los mdlOs de Matagalpa contra la ciudad; pueblos como atacados de hidrofobia, ciegos de furor, precipitados machete en mano, contra los indefensos habitantes sin motivo obstensible alguno". '

Lo que no comprendía el Gral. Urtecho de 1907

cuando esto escribió, está más claro ahora que hemos expuesto. las causas, los métodos y los fines de aquella. demagogIa, tal como aparecen en documentos de la épo– ca. Nunca como entonces presentaron aquellas irrup– ciones el aspecto de verdaderas luchas de clases, cara.c– terizándose con todos los aspectos de lo que ahora se lla– ma comunismo, y aún entonces, lo hemos visto, se le de– signaba ya con ese nombre. Y si sólo se redujo a Gra– nada y Rivas el malestar, fué porque en !León abortó por casualidad y el nuevo gobierno castigó severamente el conato.

Pero el desbordamiento había rebasado los lími– tes previstos, y ahora bregaban por contenerlo los mis– mos que lo habían puesto en marcha.

La conducta de Somoza en San Jorge y Rivas fué de lo más censurable. Todos los autores de la época la califican con palabras que vale más no repetir. Aranci– bia dice que, a imitación de Muñoz, fusiló a una mujer que fué sorprendida contando las armas de un puesto militar. El "Boletín Oficial" informaba que Somoza ha– bía matado a todos los heridos, saqueando hasta los tem plos que' privó de sus vasos sagrados; que estaba a pun– to de acabar por el incendio con el resto de la ciudad; que h~bía exhumado el cadáver del Capitán Martínez, y lo habla arrastrado desnudo por las: calles, luego lo col– gó de un poste y finalmente lo quemó en la plaza.

Entre las anécdotas de aquellos días que refirió al autor el Dr. Manuel Pasos Arana, se halla el fusila– miento del negro Santamaría. Era compañero de Somo– za, y se encontraba en la guarnición de Rivas. Somoza tenía su cuartel general en San Jorge, pero diariamen– te visitaba Rivas en las primeras horas del alba. Una vez Iiñeron él y Santamaría. Somoza lo arrestó y dejó orden de que 10 fusilaran. Somoza era terrible cuando estaba bajo la acción del licor; pero pronto le pasaba la cólera a medida que amainaba la acción del estimu– lante. Sabiendo esto, el encargado de matar a Santama– ría, dilató el cumplimiento de la orden, y hasta envió un correo a preguntarle si al fin lo fusilaba. A Somoza le había pasado ya el berrenchín y mandó a decir que no lo matara. Pero el que llevaba este mensaje se entre– tuvo, viendo jugar dados a los soldados en las aceras de San Jorge, sobre las frazadas extendidas a manera de tapetes.

El oficial que debía ejecutar la ord'en, temiendo tanto matar a Santamaría como no matarlo, comenzó a perder la tranquilidad. Somoza era terrible con los in– obedientes, A veces les hacía pagar con la vida.

Cuando llegó a Rivas: la contraorden, el cadáver del negro Santamaría yacía tendido frente al cuartel.

Somoza apareció por ahí a la hora usual, muy de madrugada, y lo primero que vió fué el cuerpazo del negro midiendo la tierra. Furioso preguntó:

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