Lo que dicen de ella. Lila T. Abaunza

Tomado del libro "La seducción de los sueños"
De Max L. Lacayo


HÉROES SILENCIOSOS


«Los héroes silentes no tienen monumentos en su nombre, pero tienen nombre y tienen dignidad», pensaba en voz alta mi amigo Carlos. Sus ojos estaban fijados en la enorme estatua que celebraba a un magnicida. Sus labios se seguían moviendo, pero yo ya no lo lograba escuchar. Sin embargo, la expresión de su rostro hablaba con suficiente elocuencia. Es verdad, yo me decía a mí mismo, «la injusticia se pasea cada vez más indiferente, tranquila y confiada».

Cerca del sitio donde nos encontrábamos, la víctima del celebrado «héroe», quien fue también –en su tiempo– campeón de otros mitos, por muchos años fue conmemorado con su propia y monumental efigie, montado en un hermoso caballo de bronce. Hoy, ya esa figura ha sido demolida y su metal fundido.

Aquí y allá, en Nicaragua, también se celebra a letrados y –en ocasiones– hasta a voceros de bien razonados dislates. Y no faltan –a través del territorio nacional– los guerreros temporalmente plasmados en desechables monumentos de cemento, de piedra o de metal, por haber matado a uno o más compatriotas en las eternas pugnas nacionales.

En una ocasión, queriendo uno de los partidos crear un mártir de un hombre que todavía estaba vivo, decidieron –en la exaltación del momento– moldear su efigie sumergiendo en cemento su cuerpo mientras dormía. Por supuesto que el realismo del monumento provocó el delirio de la multitud.

Es que en Nicaragua los «héroes» gritan en su alarde icónico, por todas partes. Siempre reclamando sus «15 minutos de fama». Pero todas estas imposiciones son únicamente un aspecto superficial de los profundos y estructurales males de nuestra sociedad. Por eso fue que en un instante de decepcionante reflexión, mi honorable amigo Carlos profirió: «La decencia en Nicaragua solo acumula perjuicios para la gente digna, de valores y honor». Segundos después él se reía de sus propias palabras.

«No», se decía Carlos, «la decencia engendra a héroes reales, a hombres y mujeres ilustres, dignos y virtuosos». A esos para quienes el trabajo dignifica y que conocen el origen de sus patrimonios. A esos para quienes el vínculo familiar y la unidad nacional son esenciales valores.

Los doctores Fuentes, Marín, Somarriba, Vélez-Paiz, mi padre, la doctora Valenzuela, Terán: Verdaderos proveedores de seguridad social. Doña Luisa, el tío Will, doña Lila T., don Toño, el poeta Cuadra, don Edmundo, el hermano Santos: Hombres y mujeres éticos de diversas profesiones que recuerdo entre maestros, profesores, religiosos, periodistas, arquitectos o pequeños empresarios, forjando una Nación de acuerdo a sus conocimientos y habilidades, respetando creencias y conductas sociales, fomentando las artes y las humanidades, promoviendo valores, libertad y justicia, paz, verdad y equidad.

«Esos son los héroes verdaderos», me dice mi amigo Carlos. Sin cemento, sin piedras talladas, sin bronces moldeados. Y así prorrumpió: «Esos son nuestros héroes silenciosos».



Max L. Lacayo
Economista y escritor
Copyright © 2012 Max L. Lacayo.

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